Capítulo ҉ 10

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Tenía que estar de broma. ¡Había aparecido en mi calle con su coche de la empresa dispuesto a llevarme, bueno, a llevarnos a la exposición! ¿Era posible ser tan extremadamente bipolar?

—Creí que no te gustaba el arte contemporáneo, bien claro me lo dejaste.

Me abroché el cinturón, pues no me quedaba otra opción que ir con él.

—Y no me gusta, pero una chica me dijo una vez que debía empezar a decir sí.

Sonreí al recordar el momento en el que le obligué a dejar de ser un negativo. ¡Y me estaba haciendo caso!

Cuando el vehículo se detuvo en un semáforo reparé en el aspecto de Blake. Llevaba traje, pero no un traje cualquiera sino uno de salir. Solo le faltaba una modesta pajarita para vestir de guante. Tenía el cabello ladeado y algo despeinado en la nuca. No sé cómo lograba que aquella noche no se le notase el cansancio en el rostro.

—Estás guapo —me atreví a decir.

Él simplemente se molestó en agradecer mi cumplido con una sonrisa comprimida.

Gracias, Ela, tú también estas guapísima con ese vestido, me respondí platónicamente a mí misma.

Me encogí de hombros y disfruté de las vistas de la luminosa ciudad. Hacía demasiado calor dentro del coche, así que abrí la ventanilla del todo y dejé que el frío aire me golpease en la cara. Embriagada, me asomé por la ventanilla disfrutando de los sonidos del tráfico y del bullicio de la gente. Tantos años llevaba en Nueva York y cada día la ciudad me transmitía algo distinto.

—Pero ¿qué haces? Métete ahora mismo —me gritó.

—Solo estoy disfrutando —volví al interior con una sonrisa.

—Podrías matarte —masculló entre dientes.

—¿Desde cuándo te preocupa mi seguridad?

Cerré la ventanilla esperando su respuesta.

—Es una pregunta, tienes que contestarla —dije al verle tan callado.

—Desde que estás dentro de mi vida.

Me gusto oírle decir aquello, me sentí tiernamente arropada por sus palabras. Y segura, segura de saber que ahora le importaba, aunque solo fuera un poquito.

                                   →       ҉      ←

La exposición Brown Eyes estaba en el interior de Manhattan. Se trataba de un estudio de paredes blancas, grandes ventanales que daban a la calle, conductos de aire en el techo y con una pared de ladrillo. La gente iba incluso más elegante que nosotros, eran casi todas personas jóvenes y amantes del arte.

Blake y yo dejamos nuestros abrigos en la entrada y después aceptamos un folleto de las manos de una hermosa chica asiática.

—Gracias —dije por los dos.

Le miré para ver cuál era su expresión y descubrí que en el semblante de Blake se veía reflejada la repentina idea de que debía marcharse ahora que estaba a tiempo.

—Ey, ¿estás bien?

—Yo...

—No, recuérdalo —le corté—, empieza a decir sí a la vida, Blake. Te gustará, ya lo verás.

Le ofrecí mi mano y tardó apenas unos segundos en aceptarla. Sentir su cálido contacto llegó incluso a marearme. Nunca le había tocado de esa forma, nunca había sentido su suave y pálida piel contra la mía. Fue una sensación tan tranquilizadora que en unos minutos dejó de cogérmela con fuerza y la aflojó.

100 Preguntas para BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora