Cap.27-El Cayado

3 1 0
                                    

¿Cómo podría no amarlo?, ¡Era su bebe!, así lo veía Choleta y así pensaba la mayor parte del tiempo pero no era capaz de verlo sin sentir una oleada de repulsión, ese cabello pelirrojo, la primera semana no era capaz de cargarlo sin llorar.

-Es natural por lo que estas pasando-le decía Carmen-pero esta pobre criatura no tiene la culpa de ser hijo de un blanco, apenas lo entiendas todo mejorara.

Carmen resulto un añadido invaluable a su pequeña tribu, el pequeño Omar aun tomaba pecho y estuvo dispuesta a alimentar a su bebe también mientras estaba convaleciente, compartían la choza en lo que Diego construía otra en la tierra libre que quedaba cerca del rio; Cholena intentaba sobreponerse pero estaba muy deprimida, las lecciones de letras con Diego le distraían brevemente pero bastaba que alzara la mirada y lo viera, que lo escuchara llorar, para sentir que se le crispaban los nervios y se odiaba por ello, no era posible que odiara a su bebe.

-¿Has pensado en un nombre?-en las mañanas, luego de hacer las tareas, Diana las reunía para enseñarles a hacer artesanías gitanas, estaba pensando en comenzar un negocio.

-Puedes ponerle como quieras-dijo Carmen-pero también debes pensar en un nombre blanco, para evitarle problemas, ¿creen que Diego pueda conseguirme un cuero de res?, quisiera hacer un tambor.

-¿Un nombre español?-el único que conocía era el del padre de la criatura y ni loca se lo iba a poner.

-Un nombre blanco, hay muchos tipos de blancos-chasco con los dedos-el nombre blanco de Omar, viene de un libro llamado Biblia, los blancos lo adoran, cualquier nombre allí te sirve, ¿tienen una?

-Los gitanos no contamos como blancos, ¿recuerdas?-dijo Diana-pero seguro Diego puede conseguir una en el pueblo, hay un párroco por allí que se muere por evangelizarnos.

Cholena desatendió su labor y miro en la canasta, el bebe dormía, había decidido que la próxima vez que llorara ella misma lo iba a alimentar porque ya le pesaba demasiado el busto y, ¡diablos!, tenía que hacerlo, era su hijo, tenía que aprender a quererlo e ignorar su aspecto, además Carmen tenía razón, el pobre niño no tenía la culpa de ser hijo de Leo Zaragoza, volvió al tejido y repaso mentalmente la última lección pero le costaba mantener el hilo de sus ideas, las letras aprendidas se le desdibujaban de la mente, estaba tan desanimada que luego de un rato decidió ir a recostarse y se llevo al pequeño consigo, justo entonces decidió comenzar a llorar.

-En serio sabes escoger el momento-lo saco de la canasta y se lo acomodo con el cargador que Diana había hecho para ella-ya voy, ya voy-dolió un poco, seguro era lo que merecía por tardar tanto.

Honestamente esperaba algo, como que aquel acto de intimidad le permitiera conectarse con su bebe de una buena vez, pero cuando lo durmió y lo regreso a la canasta lo único que se le había aliviado era el dolor en el pecho, fuera de eso seguía tan vacía y desalentada como antes, ni ganas de llorar le daban, solo se acostó y se quedo mirando a la pared, extrañaba su vida de antes, a Axiuru y, con más intensidad que nunca, extrañaba a su abuelo; sacudió la cabeza, no quería pensar en él, le llenaba de vergüenza imaginar qué pensaría si la viera ahora, deshonrada y con el hijo de un blanco, del hombre que destruyo todo lo que tenían.

-Alto-ahí venían las lagrimas, se las seco con furia-¡Alto, ya no!, ¡Deja de ser tan débil, estás sola!, estás sola...

-No estás sola-una manita le toco la espalda, María-no llores, Cholena, todos te queremos mucho.

-María-se dio la vuelta y la dejo subir con ella-eres un angelito, ¿sabías?

-Cuéntame un cuento.

AxiuruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora