Cap.11-El Convento de San Charbel

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Había llovido copiosamente durante toda la semana y en el Puerto de Palos el ambiente era de aburrimiento y hastió, pocos se interesaron en los tres barcos de carga que atracaron durante la noche, ya repararían en ellos al día siguiente, cuando descargasen su miserable contenido humano.

Pero otra cosa bajo primero, antes del amanecer llamaron a un carretero y metieron en su vehículo un cuerpo envuelto, no le dijeron quien o que era pero si fueron muy insistentes en que debía llevarlo a alguna iglesia pues era un caso para la Santa Inquisición, el carretero se mostro desconfiado pero acepto la orden tras recibir una fuerte suma; antes de partir se detuvo en su casa a desayunar, su vecino era carnicero y tena como guardián de su tienda a un perro viejo y lleno de cicatrices con el que se llevaba bien, pero esta vez se altero y se puso a ladrarle furiosamente a la carreta, solo porque estaba amarrado no saltaba sobre esta.

-¿Pero qué le pasa?-pregunto, apurando su comida.

-¿Traes pescado allí?, ¡Ya cállate, Mateo!, es lo único que lo pone tan loco.

-No sé que traigo pero mejo me lo llevo enseguida.

Se subió a su carreta y se fue pero el perro no estaba dispuesto a que se le escapara la presa y cuando su dueño tuvo la mala idea de desatarlo se le escapo, ignoro completamente sus gritos y salió disparado tras el rastro de la carreta.

Había algo que la gente no sabía del carretero: no era católico, si había aceptado aquella carga era porque tenía una familia numerosa a la cual alimentar pero no aunque le dieran su peso en oro pensaba ir a caer con un cadáver desconocido en una iglesia importante, harían demasiadas preguntas, casi tantas como las que haría la Inquisición y con ellos no quería tener nada que ver; tenia pues que deshacerse de aquello rápida y cautelosamente, afortunadamente sabia de un lugar aislado donde confiaba en que no lo fueran a interrogar.

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Más allá del puerto había una franja de bosque, en medio de esta había un poblado y un poco más allá estaba el convento de San Charbel, uno de esos conventillos de clausura donde las familias con muchos hijos entregan a uno o dos para que sobrevivan y entreguen sus vidas a Cristo; a la sazón lo habitaban unos treinta monjes, el mayor pasaba de los ochenta y el menor era un novicio de siete años, casi nunca tenían motivos para salir al mundo exterior pues el lugar era autosuficiente y durante años habían vivido en la más llana paz...cielos, la que se les venía encima.

Hay que mencionar a uno de los monjes, Sebastián, tenia veintidós años, hacia cinco que vivía en el convento y lo único que llevaba a gusto con la vida clerical era el celibato, pero de eso hablaremos después, se aburría de lo lindo pelando verduras junto a un par de novicios cuando escucharon repicar violentamente la campana de afuera.

-¡Yo voy!-exclamo, deseoso de darle variedad al día.

Las puertas del muro eran grandes y se cerraban con una pesada viga, moverla para abrir le llevo varios minutos y al salir solo encontró algo envuelto con la forma de un cuerpo cera de la entrada.

-Dios mío-se volvió adentro-¡Jonathan, Abraham!, ¡Llamen al padre Ezequiel!

Salió hasta el camino esperando ver a quien hubiera dejado eso allí pero no había nadie, decidió tratar de meter el cuerpo y se resulto ser muy ligero, ya adentro no sopo donde sería apropiado ponerlo, el resto de los monjes se habían acercado para saber que pasaba y allí venia el viejo padre Ezequiel, siempre anunciando su llegada con el fuerte sonido de su bastón.

-¿Qué significa esto, Sebastián?-pregunto alarmado.

-Lo dejaron afuera, no vi quien...-en ese momento su mano palpo algo duro sobresaliendo entre las mantas-lo hizo...

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