Capítulo 26: El placer de amar

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Nunca pensé que sentir el contacto de la persona que amas fuera tan gratificante. Te hace feliz; te lleva a las nubes y te trae de vuelta. Las lágrimas de hace un momento comienzan a desaparecer con rapidez, a medida que en mi mente pienso qué tan estúpida soy por llorar en este momento. Estoy con él, no importa si es sólo una noche. Desperdiciar este instante llorando es lo menos que deseo hacer.

Y así, a su lado, las historias de amor que tanto leemos en libros o vemos en películas comienzan a tener toques de realidad. Solía pensar que exageraban el enamoramiento de los protagonistas, que eso no podía pasar de ninguna forma en la vida real. Pero una vez que te enamoras, todas tus teorías de conspiración en contra de aquel sentimiento romántico, comienzan a desaparecer. Bien dicen que hay que ver para creer. Hay que sentir para creer, y lo que siento es inexplicable, inimaginable. No se puede refutar un sentimiento como este, una felicidad que pareciera ser eterna.

Es en este momento, bajo las mantas y con su mano en mi mejilla, que siento que voy a desvanecerme por completo. Perderme en el mar de sus ojos es la mejor sensación. Ahogarme en las aguas profundas y misteriosas de sus ojos sería la mejor muerte que yo podría tener. Vivir en sus brazos o morir en ellos, no me importa.

Y es la muerte, por irónico que sea, aquella que nos ha permitido el placer de estar juntos. Entonces pienso, ¿qué tan mala es la muerte, después de todo? ¿Acaso regala a sus víctimas una oportunidad más de vivir? Con Charles así lo siento. Está feliz, y la felicidad que él se merece es aún mayor a la que yo podría otorgarle en toda mi vida.

El reloj en mi mesa de noche pareciera correr cada vez con más rapidez, y sé que nuestro tiempo es corto, se agota. Esta es la única tristeza que me trae amarlo: Perderlo. Perder su contacto y perderlo a él para siempre. Para mi lamento, ambas cosas pasarán, y no deseo desperdiciar mi tiempo junto a él.

Lo observo atónita, y su belleza me impresiona. Sus ojos, su piel, su cabello. Esa leve luminosidad que lo rodea como si se tratase de alguien de otro mundo, que no sé si es producto suyo, de las luces o de mi enamoramiento. Los músculos de su pecho y sus brazos; la sonrisa en sus labios. Un amor perfecto, un amante casi imposible. Pero siento, por un momento, que él es mío.

No puedo evitar comenzar a sentir sensaciones extrañas en mi cuerpo, aquellas que van más allá de las emociones y los sentimientos. Sé de qué se tratan estas sensaciones físicas que tengo al verlo así, al sentirlo tan cerca de mí. Lo sé, lo entiendo; las sentí hace un rato y sé que él también, pero me da miedo decírselo, me da miedo demostrárselo. ¿El deseo es ahora permitido? ¿Ya que hay amor?

Ninguno ha dicho ni una palabra. Nos miramos como si estuviéramos haciendo una batalla de miradas, a ver quién la retira primero. Es intenso, extraño. Después de un rato, la sonrisa desaparece de su rostro poco a poco, y su respiración comienza a acelerarse al igual que la mía. Sus músculos se tensionan, sus manos encierran la sábana en un puño. Observo sus labios y muerdo mis mejillas por dentro, tratando de controlar las sensaciones que comienzan a aparecer en mí nuevamente.

Es nuestra única oportunidad. Esto no va a poder pasar nunca más. Sé que va en contra de su etiqueta, su religión, de todo. Va en contra de sus principios. Pero puedo ver que lo desea tanto como yo, lo veo en sus ojos. El amor no es sólo mental, también es físico; y siento que lo necesito como si se tratase de algo vital para mí.

Mi mano va a su brazo y lo acaricia casi instintivamente. Siento sus músculos estremecerse ante el tacto, y cierra sus ojos a medida que mis dedos recorren su piel. Juraría que estoy soñando si no supiese la realidad. Tocarnos era algo tan lejano, tan fantástico, que por ratos no me cabe en la mente ser capaz de hacerlo en realidad. Su respiración es entrecortada una vez que mis dedos recorren su pecho, y con atrevimiento por el cual no he pedido permiso, recorro con mi mano su pecho hasta la parte baja de su vientre, deteniéndome rápidamente, sin saber si fue por el repentino ataque de nervios o por la forma en la que él me observa, con una sonrisa coqueta en sus labios.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora