Charles | Capítulo 13

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«Es tan corto el amor y tan largo el olvido».

—Pablo Neruda.

Londres, 1888.

Victoria observa mi bastón con curiosidad y a la vez con desconfianza. Me ha permitido entrar, por lo que estoy sentado en una silla frente a ella en su salón de té, esperando a que alguna idea sobre qué debería decir llegue a mi mente. El mayordomo está de pie en una esquina, vigilándome de cerca. Por algún motivo parecen muy precavidos, pero creo que todo va más allá del hecho de que yo soy un desconocido para ellos.

Tal vez el nombre "Samuel" sea el motivo de sus extrañas miradas. No sé qué piensa ella sobre mi amigo, y tal vez no quiera saberlo. Sería muy maleducado de mi parte. ¿Entonces por qué vine?

—Como le dije soy...

—Sí, ya sé su nombre, señor Pemberton —interrumpe—. Lo que no sé es el motivo de su visita, y será mejor que me lo diga rápido. Mi esposo llegará a casa en cualquier momento.

Abro la boca, pero la cierro inmediatamente. Todavía tengo la mano en mi bolsillo y puedo palpar el pequeño relicario.

—Lo que sucede es que mi visita a su hogar ha sido algo... repentina; una idea momentánea.

El silencio comienza a reinar después de que digo esas palabras. Vamos, me siento nervioso, pero no entiendo el porqué.

—Supongo que su mayordomo le ha indicado que soy amigo de Samuel —concluyo, carraspeando al final.

Con la mención de su nombre sus ojos se abren mucho más momentáneamente. Pero su expresión vuelve a la normalidad después de un rato.

—Sí, me lo ha dicho —afirma sin más.

Espero que continúe hablando pero, sin embargo, no lo hace. Tal vez en mi mente pensaba que a ella le importaría más saber sobre el paradero de Samuel o cómo se encuentra. Pero al parecer, en verdad le sorprende poco.

Tal vez él tenía razón: Ella no lo quería, no estaba esperando por él ni valía la pena venir hasta acá. ¿Acaso el motivo de mi visita es cumplir con el sueño inconsciente de Samuel de volver a ver a Victoria? Puede ser. Tal vez simplemente soy yo quien siente que él merece un poco de reconocimiento, aunque sea de la mujer por la cual él podía generar lágrimas, la mujer que no salió de su cabeza incluso con el pasar de los años.

Observo su vientre de embarazada y recuerdo lo que me dijo Samuel: Si ella lo quisiera, le hubiera enviado aunque sea una carta. Pero probablemente ya tendría un hijo de otro hombre a este punto. Y vaya, no estaba muy alejado de la realidad.

—Mire, no sé qué quiere lograr Samuel al enviarlo aquí —dice de repente—. Pero quiero que le diga que no me busque más, que estoy casada y tengo un hijo en camino.

Ella coloca sus manos sobre su vientre, como señalando lo obvio. Yo trago saliva y miro a algún punto de la pared, intentando no volver a sentir más tristeza. Sé que sí le hablo de él, las imágenes extrañas de la guerra volverán a aparecer, y es lo último que quiero lograr. Pero sólo de pensar en él, sólo estando frente a Victoria comienzo a sentir un miedo repentino e irracional, y la visión se nubla por un instante. No sé qué sucede, me cuesta respirar.

Intento disimularlo. Ella trabajó en un manicomio y lo último que quiero que piense de mí es que estoy loco. Así que comienzo a respirar como me había indicado el médico hace unos meses: Primero por la nariz, y lo libero por la boca. Hago este ejercicio unos segundos más, intentando calmarme. Ella no dice nada, sólo me observa fijamente.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora