Capítulo 34: Omnia vincit Amor

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¡Buenas!

No me he aguantado y he escrito un capítulo nuevo más rápido de lo que suelo hacer después de una actualización. Ha quedado algo (muy, creo) largo. Espero que no se aburran, jajaja.

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Siento un abrazante dolor en la palma de mi mano cuando aprieto la linterna con fuerza, apuntando directamente a la puerta cerrada frente a mí. No me atrevo, ni quiero, tratar de abrirla para escapar de aquí. Con mi otra mano aprieto la correa de Winter, quien con sus grandes colmillos apunta hacia algún ente desconocido en posición de ataque. Pocas son las veces que he visto al labrador tan colérico y, sin duda, me asusta un poco. Hay algo que lo enfada con esmero, y sé de sobremano que no es bueno.

Con la respiración agitada, no atrevo a mover un solo músculo de mi cuerpo. Estoy tiesa como una estatua, y a lo único que logro dar orden para proceder a hacer cualquier movimiento son a mis ojos, que se desvían lentamente al suelo, donde he dejado caer el diario del señor Aldrich como reflejo ante el susto que me ha dado la puerta al cerrarse con ímpetu.

Ahora, de repente, me veo retrocediendo con lentitud, pero no logro traer a Winter conmigo, a quien le he soltado la correa instintivamente. Voy para atrás, aún apuntando a la puerta con mi linterna. Todos mis sentidos están alertas, y el lugar está tan silencioso que casi puedo oír la sangre correr por mis venas con rapidez, y el latido de mi corazón reflejado en la vena carótida en mi cuello. Todo está tan silencioso, quieto, calmo en este momento, que me causa aún más terror a que si hubiera algo sucediendo en el instante.

Entonces, a medida que retrocedo, mi mente comienza a unir cabos con rapidez, a generar un plan. Pienso en muchas posibles situaciones: gritar con fuerza para que alguno de ellos me escuche; correr a la puerta, abrirla y salir corriendo. Muchas cosas por hacer, pocos movimientos de mi cuerpo, salvo el de retroceder.

Sigo observando la puerta y no me atrevo a ir a abrirla. Es una de esas situaciones en la que uno sabe que debe de hacer algo, pero no lo hace. Uno lo ordena a su cerebro, pero no hay respuesta. En vez de eso, el miedo te paraliza donde estás y parece que tu instinto de supervivencia es nulo en ese instante.

Me sobresalto cuando siento algo rígido en mis piernas, pero luego me calmo. Es sólo la mesa en la que se encuentra el cofre; me he chocado con ella. Ahora, acorralada, me quedo quieta de nuevo, sintiendo con mi mano libre aquella madera pulida y llena de polvo de la mesa.

Una nueva idea viene a mi mente, una idea horrible. Acabo de encerrarme a mí misma en una pared de la habitación con un fantasma acechándome. Creo que nadie sabe cómo reaccionaría a una situación así, pero esta es, en definitiva, la peor manera. Y es que no son todos los días cuando tengo una oportunidad de enfrentarme a un fantasma, al menos a uno malo y con malas intenciones.

Mis ojos se desvían nuevamente a Winter, quien continúa agachado sobre sus patas delanteras, con su parte trasera arriba y su cuerpo tensionado, gruñendo a la puerta, mostrando todo su instinto de cazador, de protector, pero no hace nada más, no se mueve. Es como si de repente hubiera puesto yo todas mis esperanzas sobre él.

Trato de relajarme, respirar e idear un plan, pues no puedo quedarme aquí toda la vida. Si él no le estuviera gruñendo a la puerta sería mucho más sencillo simplemente salir corriendo por ella, ¿pero y si hay algo atrás? Continúo observándolo hasta que, repentinamente, sus orejas se paran aún más y voltea a mirar, esta vez a mirarme a mí. Nuevamente en posición de ataque, sus ojos se desvían hacia algo detrás de mí, y ladra y gruñe y enseña sus dientes. Ahora sí, mi corazón acaba de dar un vuelco. Ahora no atrevo a mover nada de mi cuerpo. Observo la puerta con fijeza, está libre, Winter ya no la observa, ya no hay nada allí que pueda interponerse en mi camino. Me dispongo a irme corriendo de allí y hago ademán de dejar la mesa y moverme hacia la puerta, pero siento un peso sobre mi hombro, como si alguien hubiera puesto una mano sobre éste. Siento una mano apretar mi hombro, apretarla con fuerza, con intención de hacerme daño.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora