Capítulo 24: Carpe Diem

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Ya no estamos en el frío de las afueras, y el sol está comenzando a salir. Estoy recostada en mi cama y sus ojos azules me devuelven la mirada junto con una sonrisa tierna. Él está a mi lado, pues prometió dormir conmigo para protegerme de las cosas malas. No obstante, no siento nada de nervios en este momento. Lo único que puedo sentir es tristeza.

Mi mente aún está en shock por todo lo que pasó y, sobre todo, por las cosas que él me ha dicho que debo hacer. Me repitió que no es mi obligación. Sin embargo, yo no puedo negarle algo así, no a él o a su familia. ¿Podría ser tan egoísta y poner encima de todo, mi felicidad? Es una decisión dura, sin duda, pero ésta es una de esas ocasiones en las que se debe hacer lo correcto, sin importar qué consecuencias personales traiga consigo.

Él cierra sus ojos, y por un momento pareciera estar dormido, aunque sé que no es así. Observo su rostro, tan relajado, y por un instante me olvido de todo lo demás. Tal vez mi decisión esté tomada, por eso trato de recordar cada esquina de su rostro, cada detalle. Si hago lo que debo hacer, nunca lo volveré a ver, y eso me parte el corazón más que cualquier otra cosa; su rostro es algo que deseo recordar para siempre.

Me levanto con cuidado, dejándolo en su meditación, y me dirijo al baño, sintiendo ahora sus ojos sobre mi espalda. El reflejo que observo en el espejo no parece ser el mío: Los ojos levemente irritados, los labios resecos y la piel pálida. ¿He estado así todo este tiempo? Papá suele decir que los sentimientos fuertes suelen causar dolencias físicas. No obstante, yo nunca creí en sus palabras hasta este momento. Tal vez el dolor que siento por él se está reflejando en mí.

Suspiro, mientras me quito la ropa poco a poco, y cuando lo hago no puedo evitar pensar en lo que sucedió entre Charles y yo hace unas horas, y comienzo a sentir las mismas cosquillas en mi piel. Cierro los ojos, para evitar ver mi rostro sonrojado en el espejo. Sé que siento algo más por él, y sé que eso se llama deseo.

Una sonrisa tímida aparece en mis labios, mientras me abrazo a mí misma para protegerme del frío. No sé qué pensaría él de mí en este momento. Sé que las costumbres de su época eran diferentes a la mía, pero él dijo que el deseo es acompañado por amor. ¿Sentirá lo mismo que yo, entonces?

Trato de alejar esos pensamientos mientras entro en la ducha y el agua caliente recorre mi cuerpo, haciéndome sentir mil veces más liviana, más cómoda.

Es ahora cuando mis pensamientos comienzan a aclararse, y comienzo a sentir en mí el mismo dolor que ha hecho presencia toda la noche. Aquí, bajo el agua caliente, mi mente comienza a trabajar forzosamente por tomar una decisión adecuada. Lo moral dicta que lo ayude, pues no está en mis manos decidir el eterno descanso de toda una familia; lo sentimental, en cambio, me dice que no lo haga, pues perderé a quien amo para siempre.

Recuerdo, entonces, un libro que leí hace mucho tiempo. Se llama Los Miserables, de Víctor Hugo, y cuenta la historia de un hombre, Jean Valjean, que fue encarcelado por casi veinte años después de robar un pedazo de pan para ayudar a su hermana a alimentar a sus hijos. Cuando por fin sale de prisión, un Obispo lo acoge en su hogar cuando nadie más quiere hacerlo. Jean pasa la noche allí, pero roba algo que pertenece al Obispo, el cual se entera de todo, y lo perdona con una condición: Jean debe hacer de sí mismo una persona de bien.

Jean se va entonces del hogar del obispo. No obstante, perdido en sus pensamientos, roba sin querer el dinero de un niño, y es entonces cuando su vida da un giro al decidir cambiar su conducta. Vemos cómo este hombre se convierte en alguien totalmente diferente: Cambia su nombre, su identidad, su aspecto, y años después se convierte en alcalde de una ciudad francesa bajo el nombre de Monsieur Madeleine. Se vuelve rico bajo medios honestos, y es amado por todos pues es un alma caritativa. Nadie sabe quién es en realidad.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora