Extra II: anhelos

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Los verdes ojos de mi madre resaltan aún más cuando se encuentra rodeada de naturaleza, en mi jardín recogiendo mis flores. Jamás pensé que volvería a verla, que el recuerdo lejano y borroso se tornaría vívido una vez más. ¿Cuántas veces soñé con que mi madre estuviese presente el día de mi boda? Y aunque no haya sido en aquel hermoso momento terrenal ahora siento que mi vida está completa.

—Tu cala de Etiopía debe resaltar entre las demás flores —señala, mientras sacude la tierra de su falda.

No sé por qué ese pequeño detalle me hace sonreír. Me agacho a su lado y toco el pétalo amarillo de un narciso, disfrutando del abrazador calor del sol mañanero. La alegría que siento en mi pecho es indescriptible. Tengo tantas cosas por contarle a mamá, tantas cosas por vivir con ella; a veces siento que se me agota el tiempo, pero en esta dimensión en la que el mismo parece ser imperceptible todo deseo y sueño puede materializarse.

De pronto un pensamiento intruso se cruza por mi mente; yo la observo con una mirada un tanto nostálgica. Ella lleva un sombrero color crema y su cabello oscuro recogido en una coleta. La noción de la realidad a menudo juega con mi mente cuando estoy cerca de mamá. Temo despertar en algún momento y darme cuenta de que ella ya no está. ¿Cómo no sentir algo así, si crecí la mayor parte de mi vida sin ella? Levanto mi mano y la llevo a su cabello, concentrándome en la suave textura. Ella sonríe con calma, acariciando mi mejilla.

—Mamá... —murmuro al sentir su toque.

Mis ojos se llenan de lágrimas repentinamente. Tengo frente a mí al ser que me llevó en su vientre por nueve meses, ¿cómo no amarla con todo mi corazón, teniendo en cuenta que sin ella yo nunca hubiese existido? ¿Cómo no extrañarla incluso cuando está conmigo, si tanta falta me hizo? Ella limpia de mi mejilla una lágrima furtiva, para después apretar mi nariz.

—Todavía me estoy acostumbrando —bromeo—. Tengo muchas cosas para preguntarte.

Ella pone las flores listas sobre el pasto, para luego observar detalladamente las que quedan en esta sección del jardín, analizando cuál más debería cortar. Puedo notar un deje de diversión en su expresión.

—No podría contar todas las preguntas que me has hecho desde que llegaste —contesta—. Pero siempre estaré feliz de responderlas todas.

—Creo que ya no podré preguntarte sobre muchachos, esa etapa ya la he pasado.

Una carcajada se escapa de su boca, contagiándome inmediatamente de la misma sonora y pegajosa risa.

—Observé cada paso de tu camino. Ese muchacho con el que fuiste a la graduación...

Detiene un instante la labor de las flores, colocando su índice sobre su mandíbula, como si estuviese intentando recordar algo.

—¿Cómo se llamaba ese nerd?

—¿El matemático? A papá no le agradaba.

—Pero a mí sí. Me enojé con tu padre cuando lo echó de la casa. Estuve a punto de halarle los pies mientras dormía.

—Olvidó mi corsage, ¿cómo iba a olvidar mi corsage? Es la cosa más importante de la graduación.

—Al parecer a ti tampoco te agradaba mucho. —Ríe una vez más—. Hasta podría decir que internamente te sentiste feliz con el desprecio de tu padre hacia él.

Me enojo de hombros ante su acusación, aunque he de decir que me conoce bien.

—Nunca me han gustado las matemáticas —admito—. Soy una chica un poco más... ¿artística? ¿Historiadora?

—Eres tal como Scott —añade, con un tono de voz enamoradizo—. Sólo que tú no te obsesionaste con las peras.

Yo levanto una ceja mientras cruzo mis brazos, intentando contener la risa. Ella se sonroja ante mi mirada insistente.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora