Charles | Capítulo 9

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«La vida, el sufrimiento, la soledad, el abandono, la pobreza, son campos de batalla que tienen sus propios héroes; héroes obscuros, a veces más grandes que los héroes ilustres».

-Los Miserables, Víctor Hugo.

Río Congo, 1887.

He perdido la cuenta de los días que llevamos navegando el río Congo. Los demás soldados comienzan a sentirse cansados, a pesar de que las aguas son calmadas y apenas se siente el leve tambaleo del barco. Supongo que las alertas están bajas también, pues cada vez que nos toca hacer guardia nuestro alrededor se ve tan tranquilo como el mismísimo río. Cuando pasamos cerca de tierra firme, lo único que se ve es una espesa vegetación en la cual me resulta difícil pensar que pueda haber gente oculta allí, esperándonos para comenzar un ataque. Sin embargo, en la guerra todo es posible, y no puedo dejar de lado las posibilidades, no puedo bajar la guardia.

Samuel, sin embargo, ha dejado de prestar tanta atención cuando vigila el barco conmigo en las noches. Dice que si es nuestro destino morir aquí, entonces así será, y no me resulta muy esperanzador.

—Si en verdad los enemigos orientales pensaran en hacernos una emboscada, no habría mucha posibilidad de escapar —dice, mientras fuma un cigarrillo.

—No sé si llamarle pesimismo o realismo —respondo, mientras observo el cielo estrellado.

—El segundo, definitivamente. ¿Crees que a ellos los entrenaron lindos y pulcros soldados en una fortaleza en Londres? A diferencia de nosotros, ellos han sido entrenados por la realidad, por la crudeza de sus vidas diarias. Son mucho más fuertes que nosotros, tenlo por seguro. Sino, el gobernador de Equatoria no estaría secuestrado, ¿sabes?

—¿Así que tú tienes en mente la muerte?

—No tengo nada para perder. —Se encoje de hombros, y luego apoya su peso sobre su gran rifle—. Tú en cambio...

—No mucho, al igual que tú. Sin embargo, sí pienso salir con vida de este lugar.

Observo a mi alrededor mientras hablo. La negrura del ambiente sólo es levemente iluminada por el barco mientras pasamos, pero más allá de nuestras luces este lugar perdido en la nada se ve tan infinito y oscuro como el mismo cielo. Tal vez he aprendido a no temerle a la oscuridad. Ni siquiera los cuentos de terror que cuentan mis compañeros todas las noches logran ponerme la piel de gallina. Le tengo más temor a los vivos que a los muertos.

—A mí me da igual, honestamente —confiesa.

Se sacude el cabello rubio de forma despreocupada. A veces me pregunto si es cierta su despreocupación, o si es sólo un mecanismo de defensa contra la realidad que estamos viviendo.

—¿Acaso no quieres pasar a la gloria como uno de los héroes más grandes de Inglaterra?

Sus ojos se quedan fijos en el suelo, y permanece pensativo por unos segundos. Me he acostumbrado a esto, a menudo, cuando nadie lo ve —o cuando está en mi presencia— se permite hundirse en sus pensamientos, dejar de lado sus bromas habituales y su forma de ser extrovertida.

—Yo sólo la quiero a ella —murmura, con un nudo en la garganta.

Me ha dejado sin palabras. En verdad está enamorado, pero su amor es imposible para él ahora. Ella está casada, él está en la guerra. ¿Qué destino queda para amantes tan trágicos como ellos dos? Sin embargo, mi instinto soñador me incita a hablarle de las posibilidades positivas, aunque sé que tal vez no servirá de nada.

—Ya te he dicho que escapemos juntos y vuelvas a Londres por ella.

Él suelta una gran carcajada y a pesar de que no encuentro el chiste en mis palabras, me dejo contagiar de su risa, y lo hago también.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora