Charles | Capítulo 17

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«No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca, sino con los ojos».

—O. K. Bernhardt.


Por una noche | Segunda parte

Estar acurrucado bajo las mantas cálidas con la persona que amo es, sin lugar a duda, una de las mejores sensaciones que he sentido. Pero el constante tic toc del reloj del corredor, que estoy seguro que Emma no puede oír, continúa recordándome que cada minuto está pasando sin compasión; que en algún momento nuestro tiempo se acabará. Ella acaricia mi brazo de repente y yo cierro los ojos con tranquilidad, sintiendo sus dedos recorriendo mi piel. Todas las sensaciones físicas que estoy experimentando hoy son nuevas para mí. Claro que cuando estaba vivo llegué a sentir atracción por alguna chica, sobre todo en mi etapa de adolescente, donde tantas cosas cambiaron en mí pero simplemente no las entendía. La fuerte etiqueta de mi época y la posición social de mi familia me impidieron experimentar cosas que tal vez otros adolescentes, con reglas menos estrictas pudieron vivir.

Pero justo en este momento eso no es algo que me frustre, porque es Emma con quien lo estoy viviendo por primera vez. Ha valido la pena la espera, una espera que llegué a olvidar. Entregarme al deseo y al placer dejaron de ser necesidades a medida que crecía y comenzaba a entender un poco más que eran cosas normales que los adolescentes sentían, y entonces tuve que concentrarme en otros asuntos que hicieron olvidarme de eso, como la responsabilidad que caía sobre mí para continuar con el legado de mi familia.

Emma pasa sus dedos a mi pecho y va recorriendo la parte baja de mi vientre, deteniéndose rápidamente. Yo siento una especie de vacío placentero dentro de mí producto de los nervios y la observo, tiene una sonrisa igual de nerviosa que yo. Entonces me doy cuenta de que los dos somos igual de inexpertos en esto y aun así, pareciera que en cualquier momento fuéramos a explotar.

—Creo que te estoy poniendo nerviosa, pequeña Emma —afirmo, intentando ocultar los míos.

Ella ríe y se levanta de la cama, quedándose de pie frente a mí. Yo permanezco sentado y no puedo evitar notar lo coqueta de su mirada.

—Una vez me dijiste que hacerte sonrojar era imposible, ¿recuerdas? —inquiere, observándome con una sonrisa.

Meneo la cabeza mientras le dedico una sonrisa y siento el calor en mis mejillas. Lo ha logrado, ha logrado que me sonroje, pero estoy seguro de que lo hubiera logrado desde las primeras veces que hablamos si tan sólo en esos momentos yo hubiera tenido la capacidad de sonrojarme. Ella me observa pensativa por un momento, como si estuviera reflexionando sobre si lo que está a punto de hacer es correcto o no.

Retrocede un poco y puedo verla mejor. Lleva con timidez sus manos hacia el pantalón de su pijama y yo observo el recorrido de sus manos sin decir una sola palabra, con curiosidad y emoción mezcladas. Emma baja el pantalón, dejándolo caer al suelo. Mi respiración comienza a acelerarse cuando observo la pequeña ropa interior que lleva puesta, tan distinta a las que usaban las mujeres de mi época. Lo observo atónito, desde sus caderas hasta la forma alargada y sensual de sus piernas, y sé que justo ahora he de estar tan rojo como un tomate.

Ella me observa mordiéndose el labio, lo que sólo hace que se vea mucho más provocativa. Yo la observo fijamente a los ojos y le expreso con los míos que continúe, porque de mí no salen palabras para hacerlo. Nadie me preparó jamás para un momento así. Cuando eras joven, te casabas, tenías hijos, eso era todo, en un matrimonio no había más función que esa, y según contaban muchos el placer no estaba involucrado. Es por ello que algunos hombres y las mujeres buscaban amantes para complacer sus necesidades corporales. Yo me limité a programar mi vida como me lo habían inculcado desde pequeño: casarme, tener hijos, agrandar la familia y agrandar la fortuna, nada más.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora