Primer libro de la bilogía Mitades Perfectas.
Raven Anderson sueña con ser una diseñadora exitosa y tener una vida normal. Pero por sobre todo, sueña con encontrar a alguien con quien compartir su vida. Pero tras varios fracasos en su vida amorosa...
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No sabía muy bien cómo había terminado allí. Las calles angostas y desoladas de aquel barrio no se parecían en lo más mínimo a los lugares a los que estaba habituada. El viento silbaba con intensidad por ese pasaje estrecho y acompañaba el presagio de las densas nubes grises que ocupaban cuanto pedazo de cielo podía vislumbrarse entre las precarias construcciones.
Raven sacó el papel doblado de su bolsillo y leyó una vez más la dirección que había anotado la noche anterior. Una reja de hierro negra protegía una puerta de madera adornada con un repujado muy delicado. Los pétalos de las rosas en cada esquina y los lazos de la enredadera con sus hojas estaban tallados con tal detalle que la muchacha no pudo más que detenerse a apreciar aquel arte. Pero lo que más llamaba la atención, era el contraste de aquella puerta, probablemente lujosa y de un altísimo valor, con las casas que la rodeaban. Era como si esa casa hubiera sido trasplantada a ese espacio; una especie exótica frente a los hogares autóctonos.
La muchacha buscó un timbre, pero lo único que encontró fue una antigua aldaba de bronce, poco lustrada. Se prendió a ella y dejó que el metal retumbara contra la superficie de madera un par de veces para llamar la atención de quienes estaban adentro. Mientras aguardaba a que alguien la recibiera, se replanteó si aquella era una buena idea. ¿Qué hacía ella ahí? Estaba sola, en un barrio desconocido en las afueras y, aunque todavía fuera de día, la poca luz no le daba demasiado buen augurio. Tal vez no debería haber ido.
Estaba a punto de darse la vuelta y regresar por donde había llegado cuando sintió el crujido de la puerta al abrirse. Al voltear hacia ella, tuvo que bajar la vista para descubrir a la niña pequeña que la había recibido. La chiquilla de no más de siete años al otro lado de la reja la desconcertó más de lo que ya estaba.
─¿Esta es la casa de Morana Flaws? ─preguntó Raven con el ceño fruncido. Creyó que se había confundido al anotar la dirección o que le habían dado la información incorrecta a propósito. Cualquiera de las dos alternativas eran igualmente desilusionantes y frustrantes.
─Es mi abuela ─contestó la pequeña mientras se ponía en puntas de pie para girar la llave en la cerradura de la reja e invitar a la muchacha a ingresar─. Pasa.
Raven dudó un momento, pero terminó entrando a la casa. La pequeña niña volvió a ponerse de pie para cerrar la reja y la puerta con llave y, luego, se perdió por un largo pasillo sin decir nada más. Raven se quedó sentada en medio de la habitación, todavía preguntándose por qué había decidido ir allí. Pero ya era tarde para arrepentirse; lo mejor que podía hacer en aquel momento era repasar lo que le diría a Morana cuando la mujer la atendiera.
La muchacha giró sobre sí misma para admirar el lugar. Lo cierto es que no había nada que admirar en realidad. El hogar era bastante precario, una de las paredes tenía una pequeña mancha de humedad que jamás fue pintada y las uniones del techo lucían algunas telarañas. Claramente la casa se diferenciaba de las demás residencias del barrio solo por su puerta elegante, pero, en esencia, reflejaba los bajos ingresos de todos los que allí habitaban.