Capítulo 43

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Estaba hecho. Y no había vuelta atrás.

A pesar del miedo y la desesperación, todavía había conservado un mínimo de esperanza de que Domynic no lo hiciera, de que entregara una clave equivocada o se tratara de algún tipo de trampa para el Concejo.

Pero no.

Su Mitad Perfecta en serio la había traicionado, después de jurarle que su confianza estaba a salvo con él.

La sangre en sus venas estaba en llamas. Hemera y las brujas tenían razón. Ella no debía haber confiado en el muchacho en absoluto. Estaba decepcionada, y no del vampiro exactamente.

Era por ella.

¿Cómo había sido tan imprudente? Había dejado que el amor la cegara otra vez, había cruzado la línea y llegado a extremos riesgosos por amor de nuevo. ¿Cómo pudo ser tan estúpida?

—Qué palabra tan curiosa —comentó uno de los concejales con una sonrisa en el rostro. Se inclinó hacia Raven, cuyos ojos parecían lanzar dagas—. Y tan fácil de pronunciar...

Domynic clavó la mirada en el piso. No quería mirar a la humana, no se atrevía a verle el rostro pues sabía que la había traicionado. Sabía que había roto su promesa y que Raven jamás comprendería sus motivos.

El Guardián de cabello rubio pasó sus dedos por la caja y sus ojos se iluminaron antes de decir la clave en voz alta.

—Interitus —soltó desafiante, con los ojos puestos sobre la muchacha para no perderse su expresión ni por un segundo.

Los otros cuatro concejales esperaron expectantes y con ansias a que la reliquia se abriera.

Pero nada pasó.

Domynic levantó la vista del suelo, totalmente desconcertado. ¿Por qué no se estaba abriendo la caja?

—Interitus —repitió el Concejal, cuya sonrisa había desaparecido completamente.

Pero, de nuevo, nada ocurrió.

Y perdió la paciencia.

—¿Acaso nos has visto cara de estúpidos, Ruthven? —arremetió contra el muchacho, que sólo atinó a negar con la cabeza, incrédulo—. ¡La clave! ¡Ahora!

—Raven... —susurró él, en busca de una respuesta.

—¡Habla ya!

Una bofetada acompañó la orden, pero el joven vampiro no tenía otra respuesta. Aquella había sido la contraseña que su Mitad Perfecta le había dicho en el cobertizo de Hemera. Y él creyó que estaba siendo honesta con él, creyó que realmente había decidido confiar en él.

—Me mintió —volvió a decir entre dientes mientras continuaba negando con la cabeza sin comprender cómo pudo hacerle eso.

—¡Recuerda que hiciste un pacto de sangre, maldita sea! —gritó ahora el Concejal de cabello colorado, también al borde de un colapso nervioso— ¡Abre la boca o tu silencio lo pagará ella con sus gritos!

Había hecho una juagada demasiado arriesgada; había apostado todo y había perdido. Porque hacer un pacto de sangre implicaba que ambas partes debían cumplir su parte. Y si alguna de las dos partes fallaba, la otra cobraría venganza hasta las últimas consecuencias. Domynic había fallado, no les dio la clave correcta. Y ahora el Concejo se desquitaría con Raven. Estirarían todo lo posible su agonía hasta que su cuerpo no lo resistiera más, hasta que ella rogara piedad o pidiera por su propia muerte e incluso en ese momento, no se detendrían.

Lo que más deseaba evitar era ahora una realidad. Y lo era por su culpa, por sus propias decisiones.

—Raven, por favor, diles la verdadera clave —le suplicó desesperado.

Mitades Perfectas: Condena [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora