Capítulo 39

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Los párpados le pesaron a Domynic cuando intentó abrir los ojos y, cuando se aclaró su visión, deseó que lo golpeasen de vuelta para dormirlo y no tener que ver los barrotes de hierro que se alzaban delante de él

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Los párpados le pesaron a Domynic cuando intentó abrir los ojos y, cuando se aclaró su visión, deseó que lo golpeasen de vuelta para dormirlo y no tener que ver los barrotes de hierro que se alzaban delante de él. Escaneó el lugar rápidamente; estaba solo en esa celda.

—Esa humana es más difícil y quisquillosa de lo que pensaba.

Al oír a Mason, se levantó y forcejeó contra las cadenas que lo sujetaban hasta que sus muñecas comenzaron a doler. Ya no tenía la misma fuerza de antes; le habían quitado sus poderes otra vez.

—¿¡Dónde está!? —le gritó mientras el guardián abría la reja y daba pasos lentos hacia él— ¿¡Qué hiciste con ella!?

Mason se detuvo a pocos centímetros de él, donde era intocable para Domynic sin importar cuánto forcejeara para liberarse.

—Tiene unas bonitas cicatrices en la espalda... aunque creo que no le agrada mucho que los demás las veamos.

—Te aseguro que por cada segundo que hayas pasado mirándola...

—Ahórrate las amenazas, Ruthven. Ambos sabemos que no podrás cumplirlas —soltó Mason con una sonrisa ladeada—. Además, dudo que quieras que esa lengua tuya me quite las ganas de llevarte con ella.

El muchacho se calló al instante, pero su mirada de odio hablaba por sí sola.

—Oh, y no intentes ningún truco. Hay cuatro guardianes con ella. Sabes que ellos no tendrán ningún problema en ponerse violentos si llegas a hacer una estupidez.

Flashes de las golpizas que él había recibido durante su encierro aparecieron en su mente. Un fuego se acumuló en el centro del pecho al sopesar la idea de Raven siendo agredida de la misma manera. Debía hallar una manera de sacarla de allí. Pero, en aquel momento, tenía que actuar como un verdadero cordero manso, por ella.

Mason ahogó una risa nasal cuando soltó las muñecas del chico y volvió a sujetarlas hacia adelante con una cadena mucho más corta, sin que la Mitad Perfecta opusiera resistencia alguna.

—¿Quién hubiera dicho que lo que se necesitaba para domarte era secuestrar a una simple mortal?

Lo empujó para que avanzara por un largo pasillo que ya había recorrido otras veces. Calculó la distancia con respecto a su celda; debían ser unos 30 metros. Llegando al final del pasillo, empezó a escuchar un escándalo. Se alarmó al distinguir la voz de Raven en medio del caos.

—¿¡Y ahora qué!?

Mason abrió la puerta de golpe para descubrir lo que estaba pasando. La humana se retorcía mientras dos guardianes la sujetaban de los brazos, para que otras dos mujeres pudieran calzarle una enagua. Estaba en ropa interior, y a Domynic se le estrujó el corazón al ver cómo la estaban exponiendo a uno de sus temores: que alguien más la viera sin ropa.

Cuando terminó de ajustar la prenda y le colocaron la pollera del vestido, una de las mujeres fue en busca del corset mientras la otra se dirigió a la espalda de Raven para quitarle el brasier.

Mitades Perfectas: Condena [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora