Primer libro de la bilogía Mitades Perfectas.
Raven Anderson sueña con ser una diseñadora exitosa y tener una vida normal. Pero por sobre todo, sueña con encontrar a alguien con quien compartir su vida. Pero tras varios fracasos en su vida amorosa...
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Una neblina oscura empezó a tallar los rasgos del muchacho en medio de aquella oscuridad que los rodeaba. Una vez más, sus almas se encontraban completamente desnudas frente al otro. Los pedazos que constituían a la muchacha seguían sin unirse completamente, pero la distancia que los separaba era mucho más pequeña o incluso había desaparecido en algunos casos, dejando sólo una pequeña rajadura entre ellos. El joven vampiro sonrió inconscientemente al ver el progreso de Raven. Sabía perfectamente que su alma jamás volvería a ser una única pieza sin marcas, pues había vivido demasiadas situaciones que le dejaron cicatrices permanentes. Sin embargo, se alegró al ver que progresivamente, lo único que iban quedando a su paso eran las marcas de los recuerdos imposibles de borrar, pero ya no el constante dolor y tristeza que albergaba su alma cuando la conoció.
Pero no estaban ahí por la chica, sino por él.
—No sé por dónde comenzar exactamente —exclamó el muchacho algo nervioso. Temía que ella llegara a odiarlo, pero era justo que corriera el riesgo.
—Puedes confiar en mí. Lo sabes, ¿verdad? —la chica acarició con el pulgar la mano del muchacho que tenía enlazada con la de ella—. Sólo deja que los recuerdos fluyan... sin miedo...
El muchacho no estaba seguro de poder hacer eso último, pero sí confiaba en ella. Intentó relajarse bajo las caricias de la chica y dejó que una primera secuencia de imágenes se disparara hacia ella.
En una pequeña habitación en una cabaña se encontraba un pequeño niño de cabello castaño oscuro junto a un hombre de mediana edad que le estaba enseñando unas botas de cuero al chico.
—Estas fueron las primeras que tuve cuando entré a la Guardia del Concejo —le comentó el hombre al chico, sentándolo en su regazo. El chico tocó la punta de las botas con sus pequeñas manos y las miró con un destello en los ojos—. En varios años, cuando seas mayor, podrás usar unas como estas también, mi pequeño soldado.
—Tenía cuatro años entonces —explicó para que Raven comprendiera lo que estaba viendo—. Mi padre... —hizo una pausa reprimiendo el sabor amargo que le provocaba recordarlo— él siempre quiso que siguiera sus pasos; que me convirtiera en un Guardián. De hecho, quería que fuera el mejor.
—Te veías muy ilusionado —Raven comentó todavía enfocada en el rostro alegre del chiquillo.
—Lo estaba. Mi padre siempre me contaba grandes historias sobre esos supuestos héroes que protegían a las personas más importantes de nuestra comunidad. En ese entonces, quería ser uno de ellos. Pero con el tiempo, eso cambió.
El recuerdo se adelantó unos cuantos años hasta asentarse en una nueva escena en la que un Domynic de alrededor de diez años entrenaba con su padre detrás de su cabaña. El chico bloqueaba algunos golpes que intentaba acertarle su padre, pero se notaba que estaba muy cansado físicamente. Finalmente, su progenitor terminó derribándolo y el muchacho quedó tendido en el suelo unos minutos recuperando el aliento hasta que su padre le extendió una mano para ayudarlo a levantarse. El hombre le sonrió levemente, pero la realidad es que esperaba más de su hijo.