Capítulo 2

318 18 0
                                    

La bronca y la sangre seca no eran una buena combinación para él

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La bronca y la sangre seca no eran una buena combinación para él. Restregaba frenéticamente contra las manchas rojas sin cesar para quitárselas de encima, pero habían pasado varias horas y se habían adherido a su piel como si ya fueran parte de él. La oscuridad de la noche tampoco lo ayudaba a ver en qué lugares todavía tenía rastros de ese enfrentamiento.

Dejó la ropa hecha jirones a un lado. Las garras habían calado demasiado profundo en su cuerpo, aunque ya no tenía marcas de heridas en el cuerpo; ahora los cortes transversales de la remera eran lo único que quedaba como testigo de aquello. Como si necesitara de algo que se lo recordara, de todos modos.

Miró su reflejo en el agua del lago. Allí estaba él, ese cabello castaño ─ahora revuelto─, esos ojos verdes que, en la tenue luz de la luna, parecían más oscuros de lo que acostumbraba a notarlos. Se pasó una mano por el rostro, repasando la incipiente barba que comenzaba a asomarse en su mandíbula luego de que unas manos suaves guiaran la pequeña hoja de afeitar por su rostro hacía dos noches.

Así está mejor. Puedo apreciar ese bonito hoyuelo, Domynic.

Esa voz melosa... un escalofrío recorrió sus venas. ¿Qué pasaría con ella ahora? ¿También su vida estaría arruinada por lo ocurrido? No se había detenido a reparar en ello hasta ese momento. Y, lo más probable, era que nadie lo hubiera hecho, pues el que él estuviera ahí ─solo, maltrecho y, ante todo, despreciado─ no podía depararle nada bueno a la portavoz de esas palabras.

Cayó derrotado sobre la tierra. Todo lo logrado hacía años: los elogios, el trabajo incansable, las noches de insomnio, las reglas seguidas al pie de la letra y la aprobación que tanto anhelaba no perder jamás... todo se había esfumado en cuestión de poco menos de una hora.

No.

Se negaba a aceptarlo. ¿Llorar sobre los escombros de ese imperio que había logrado construir? Esa no era una alternativa. Si supo conseguirlo una vez, lo volvería a tener, a cualquier costo. Era una promesa, un juramento hacia sí mismo que no tendría problema en llevar hasta las últimas consecuencias.

Y, de un momento a otro, se encontró caminando lejos del lago, desandando el camino que lo había llevado hasta allí, de regreso al lugar donde habían sentenciado su debacle. ¿Qué habría pasado ahí tras su partida?

Y la respuesta no tardó en llegarle: la planta baja de la casa estaba completamente a oscuras, pero en el piso de arriba, las dos caras de lo que había dejado su ausencia eran muy claras.

La silueta de una mujer se asomaba por una de las ventanas de la cabaña. Sentada sobre la cama, sus codos sobre sus rodillas y la cara enterrada entre sus manos.

─Mamá...

No había calma alguna en su cuarto, pero, en la habitación contigua, la situación era incluso peor. La cortina desdibujaba aún más la imagen en la negrura de la noche, pero Domynic no tardó en entender qué estaba pasando. Y, solo por un momento, tuvo la tentación de tirar la puerta abajo y subir hasta ahí para detenerlo todo.

Mitades Perfectas: Condena [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora