15. Boda de Fuego.

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Frederick.

Tic tac, todos corren.

Tic tac, todos gritan.

Tic tac, el mundo en un caos organizado.

Tic tac, el príncipe se casa.

El palacio es un verdadero calvario, todos saben que hacer, y con nerviosismo ejecutan sus tareas, incluido yo: Mantener sobrio, hermoso y sin manchas de sangre al príncipe Edward, sin duda la tarea más difícil que me ha tocado ejecutar en todo el tiempo que llevo aquí.

Y es que nuestro futuro rey, si es que Ginna no interviene, es aquel joven de guapo aspecto, carácter duro, adicto al alcohol, sangre y mujeres por igual. Suele realizar orgías en su despacho, un secreto a voces entre los nobles por supuesto. Y es que a los "comunes" poco se les deja saber.

La fe y la monarquía mantienen en pie a este grotesco imperio, sin ellos éste se destruiría a sí mismo, al menos eso les enseñan a sus súbditos, y si algo he aprendido es que en realidad no es más que un espectáculo, un circo para mantener a la población sumisa y entretenida.

Es por eso que la boda fue pensada para llevarse a cabo en la Gran Captell, pero ya no, y es algo que ha dejado muy sensible al pueblo inconsciente de lo sucedido en el magnánimo templo. En compensación por ello se les brindará una cena en la Plaza de las Alas, además la corona entregará pases gratuitos para el hipódromo, el vino del pueblo.

-Frederick, su majestad la reina Madelen Goldenrock solicita su presencia inmediatamente en el trono de la reina.- Anuncia una de las damas de compañía de la reina, Irene si no me equivoco, una muchacha de dulces modales e indiscutible lealtad a la soberana.

-Iré de inmediato.- Corro por los pasillos evitando a los demás que parecieran levitar sobre las rojas alfombras, inconscientes de lo que sucede más allá del bulto que cargan encima. Cualquier asesino, terrorista o ladrón podría entrar y nadie lo notaría, pero para ello están los guardias, estáticos y atentos al movimiento de las almas.

Al llegar a la puerta del trono arreglo mi cabello y limpio el sudor de mi frente, e informo al guardia de mis intenciones, curiosamente soy revisado antes de ingresar "ninguna prevención está de más" comenta el uniformado, su compañero ingresa y me anuncia frente a la reina, dejándome ingresar.

Las puertas se abren con un sonido intimidante y se cierran de igual manera, suspiro y camino en dirección de la imponente mujer sentada sobre los dorados cadáveres, con su frente en alto mientras sus damas tocan instrumentos y comentan los rumores de la corte.

-Majestad.-Me inclino al estar en la distancia indicada para ello, espero su consentimiento y doy tres pasos hacia ella antes de hablar. -He venido apenas se me ha hecho saber su deseo.

-Sí, sí acércate... ¡Dios, eres muy delgado!- Hace cara de asco y contengo mis ganas de decirle: "Iris mi dilgidi", y cuido de que mi disgusto no se vea reflejado en mi rostro.

-Defecto por parte de madre, o al menos eso me han dicho.- Comento como si aquello no me afectase.

-Tu trabajo hoy es hacer que mi hijo actúe correctamente.- Conozco mi deberes, gracias. -Le amo y por el bien de la corona todo debe salir según lo planeado.

-Y su majestad puede estar segura de que así será.- Pongo la mejor de mis sonrisas inseguro de mis palabras.

-Más te vale, sé de tu condición, y que frecuentas en la biblioteca con ese capitán al que su majestad el rey tanto aprecia.- Mi corazón comienza a latir rápidamente, el eco de los mismos impide que escuche con absoluta claridad lo que la reina continúa diciendo. -Tienes suerte de que tu puesto no cuente con candidatos a la altura....de ser por mí, ya te habría hecho quemar, y a todos los que sufren tu enfermedad, aberraciones del maligno, hijos de las brujas y falsos dioses.

Una Corona de Sangre I: Reina del Cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora