61. Desastre de Freehouse.

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El aire cargado de humedad del amanecer rocía las armaduras y espadas de los hombres, empapa el pelo de los caballos y humedece el rostro de quienes se disponen a entregar sus vidas.

Están aquí con el propósito de liberar a Freehouse de su enemigo y abrir una brecha directa a Windland, su premio final. Las mujeres ajustan las armaduras de sus esposos, hermanos e hijos, una mezcla de culpa y esperanza se ata en sus gargantas, les preparan para ir directamente al infierno, o bien para ganarse la vida eterna. En el cielo, cuervos y buitres comienzan su danza, expectantes para caer al finalizar la batalla.

A lo lejos, en medio de la ciudad, las tropas imperiales se disponen a defender su más reciente adquisición de un enemigo muy superior en número, pero inferior en experiencia. Ninguno de ellos ha recibido el entrenamiento que las tropas profesionales del rey poseen, ninguno ha pasado por la dura experiencia de tres años de academia militar, ninguno ha servido a las fuerzas armadas desde los trece años.

Es un enfrentamiento de dos lobos contra miles de gansos.

Efther es consciente de ello, sabe que en razón de los mal nombrados soldados que le siguen no logrará la victoria, pero confía en su arma secreta, un arma que para él, ha sido entregada por el mismísimo dios. Un sonido metálico provocado por una trompeta en las tropas enemigas les alerta.

Efther.

-Están listos. Prepare a los hombres, tengo que dar el discurso.

-¿Qué hay del arma secreta, santo señor?- Pregunta Raphac, mi primer oficial.

-Que los hombres la carguen, una vez que de la orden la accionarán.

-Muy bien, santo señor.- A su paso en su blanco corcel, le siguen los gritos de los oficiales al ordenar a sus hombres en perfectos rectángulos de diez hombres de ancho por siete de largo, poco acostumbrados, tratan de obedecer.

-¡Hombres del señor! ¡Estamos hoy aquí para liberar una ciudad que se ha unido a nuestro propósito, y el usurpador Edward ha reclamado para sí! ¡¿Sacrificarán sus vidas para cumplir los designios de nuestro dios?!

El grito de las primeras filas alienta al resto de la tropa, que con un evidente efecto retardado, logra un rugido ensordecedor. En el fondo, siento la culpa de dirigir a estos campesinos a la muerte casi segura, pero es solo un efecto del horror desatado por mi primo, y mi trabajo es detenerle. Recordarle que es solo un rey mortal y que sobre él se encuentra dios, no al revés.

-Así dios lo quiere.- Me repito a mí mismo para tratar de aplacar las acusaciones de mi conciencia.

Bien al fondo de las formaciones se encuentran los soldados profesionales, aquellos que conformaban los ejércitos del reino al que pertenecen, pero pocos de ellos tuvieron que verse enfrascados alguna vez en una batalla real. Y no en un simple asalto a una aldea por diversión, donde violar a las bellas jovencitas que comenzaban a demostrar los rasgos físicos de una mujer, y como no, a los bellos muchachos que se jactan de dicha fortuna, se contaba entre sus quehaceres predilectos.

Ninguno de ellos, o quizá muy pocos, son héroes, la mayoría se cuenta como bandidos consagrados, seres que su sed de sangre y talento para matar, les proporcionó un escalón privilegiado en el ceno social. Borrachos, violadores y ladrones que solo cuentan con el estandarte de su reino para sentir orgullo, porque de sus propias acciones solo extraen vergüenza y odio a sí mismos.

Y desde Sacro me acompañan diez mil "soldados nacidos" hombres de guerra, entrenados para ello, pero que jamás participaron en una, ni sus antecesores, ni los que estuvieron antes que ellos. Solo los soldados frente a nosotros lo son de verdad, se han ganado el título de guerrero, los que me acompañan vienen a probar sin son dignos o no de ello.

Una Corona de Sangre I: Reina del Cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora