-Tómala, no te hará daño.- Me dice Tomell con una sonrisa burlona.
-No me da miedo que me lastime, al contrario, temo yo lastimarle.
-No si lo haces con cuidado.- Extiende sus manos hacia mí, que en estos momentos son la jaula de una hermosa mariposa. -Pon tus manos como si fueras a tomar agua.- Le hago caso sin despegar la vista de sus ojos, se ve feliz, de una manera en la que jamás lo he visto. Pone la mariposa con cuidado y ésta extiende sus alas para calentarlas con el sol. -¿Ves? Si tienes cuidado ninguno saldrá lastimado.
-¿Y qué haré cuando quiera escapar?
-Simplemente déjala, ella sabe lo que hace.- La mariposa de eleva el vuelo aprovechando una ligera brisa, nos tendemos en el pasto y nos quedamos mirando.- ¿Qué?
-Nada, es que es todo demasiado extraño.
-¿A qué te refieres?
-A esto, el pasto, la mariposa, el sol... Tú tan feliz... es muy extraño.
-Es porque es un sueño, bobo.
Despierto completamente sudado al escuchar el sonido de la puerta. Pido un segundo y me cubro con mi abrigo, tomo asiento en la cama e indico que pueden pasar.
-Señor.- Saluda uno de los guardias, uno pelirrojo al que no había visto. -Tengo un mensaje de su santidad.- Le miro extrañado, una sonrisa coqueta se dibuja en su rostro, muy sensual para ser sincero, y parece olvidar su propósito en mi alcoba.
-¿Y cuál es el mensaje?- Insisto al notar que ha perdido el hilo.
-Debe jurar absoluto silencio, de lo contrario no podré dárselo.- Comienzo a sospechar de sus intenciones, pero si en verdad pretende transmitir un mensaje de su santidad, debo escucharle.
-Sí.- Convengo con descuido. -Está bien, lo juro.
El mensajero ingresa por completo en la habitación, cierra con pestillo y se sienta en la cama. Acerca sus manos hasta tocar mi cuerpo por sobre el cobertor, pero de un salto logro salir, y me resguardo tras un escritorio abarrotado de cajas finamente decoradas.
-¡Detente!- Grito al notar sus intenciones de seguirme, por suerte obedece, pero se quita el cinto que sostiene sus pantalones, y lo deja caer sin apartar su mirada lujuriosa.
-Su santidad dice: si decides quedarte conmigo, habrá mucho de esto por el resto de tus días. -Y en un rápido movimiento se quita la parte de arriba de su uniforme. Me quedo quieto, entre confundido e hipnotizado por su exótico cuerpo. Desabrocha sus pantalones y los deja caer, volteo el rostro, más convencido que nunca de que debo salir de esa situación. Aprovecho el momento en el que se acuesta boca abajo en mi cama, levantando las caderas, y salgo corriendo de esa habitación, quito el pestillo y abro la puerta en un tiempo récord.
Cierro la puerta tras de mí para permitirle al sutil guardia vestirse y me dirijo al baño con total cautela de no dejar a la vista tamaña erección, cosa que es complicado sí solo llevas unas delgadas calzas blancas.
Como prometieron, llegamos a media mañana a puerto, y sin perder tiempo nos guían por catatumbas escondidas, donde media docena de botes esperan amarrados en un río subterráneo. Había oído rumores acerca de este lugar, pero nunca pensé que fueran ciertos, se supone que conecta a todas las Captell de la capital, excepto la del palacio, porque fue construida mucho tiempo después.
Y en efecto, a medida que avanzamos por el rápido río, nos topamos con distintas bifurcaciones, todas señalizadas con carteles corroídos por el tiempo y la humedad. Llegamos hasta lo que podría describir como un lago subterráneo, completamente cuadrado y con distintos caminos alternativos. Los botes forman un círculo en el centro del lago y tocan una melodía repetitiva con un xilófono.
Escuchamos un rechinido metálico desde el techo, y una luz redonda se proyecta entre los botes, Alexia y yo observamos fascinados como desde esa luz desciende una larga escalera metálica en forma de caracol. El Gran Pons suspira y manifiesta con aire cansado:
-Aquí es la parte donde debemos caminar como nunca en nuestras vidas.- Uno por uno subimos, llegando a una estancia rectangular con altas paredes de piedra completamente lisas, iluminada por un techo de cristal. Sin hacerse esperar, una docena de guardias vistiendo de azul y dorado, entran por la única puerta de aquel extraño lugar.
Caminamos por largos y altos pasillos casi a oscuras, desde los cuales se escucha el escándalo en aquel inmenso edificio, en un momento los pasillos se transforman literalmente en callejuelas, rodeadas de pequeños edificios, como una ciudad dentro de aquel templo, ocupada por sacerdotes vestidos de blanco y rojo, y con las cosas típicas de una ciudad amurallada, incluso niños corretean entre nosotros, inconscientes quizá de la presencia de su santidad.
Llegamos a lo que describieron como la gran sala, allí una serie de bancos se disponen como un ágora en torno a un trono de plata y terciopelo azul, un trono que sin duda no está reservado para los reyes mundanos. Enormes columnas blancas sostienen el elevado techo con pinturas de seres angelicales, y una cúpula central que ilumina el lugar con un resplandor blanco.
La mayor parte de los bancos yacen ocupados, tanto por caballeros, príncipes menores y por los Pons que pudieron llegar a tiempo al llamado de su superior. Al ingresar el Gran Pons, todos se ponen de pie e inclinan sus cuerpos.
-Tomen asiento por favor.- Invita el Gran Pons con una cálida sonrisa, y uno de sus escoltas nos indica donde debemos ubicarnos.- La mañana de ayer me enteré del fallecimiento de nuestras majestades, una tragedia sin precedentes, encargué una descripción detallada de sus muertes, y mi espíritu se estremeció al leer aquel desgarrador relato.
<<Nunca en la historia de este imperio había sucedido algo así, un ataque de tal magnitud, contra los protectores de la fe.- En su rostro se puede ver angustia y profunda preocupación, pero no puedo tomarle enserio, no después de lo que ordenó hacer a aquel chico. –Como representante de dios en la tierra, manifiesto mi total repudio contra los traidores y cobardes que llevaron adelante aquella carnicería. Y convoco el proceso de coronación del único heredero directo, Edward Valleyhigh, hijo De Philliph Valleyhigh y Madelen Goldenrock, las dos familias más grandes de este imperio.
Un murmullo generalizado se forma en la pseudo ágora, la mayoría se expresa en contra y alegan que otro sea coronado. El Gran Pons se sienta en su lujoso trono, cansado y desconcertado por aquella oposición.
-Su santidad, pido la palabra.- Se escucha la voz de Balley, uno de los reyes menores de mayor edad, respetado por sus incursiones en las revueltas de Horsmen, hasta que su edad le impidió montar a caballo y se designó al señor Goldvalley en su lugar. -Muchos coincidirán conmigo cuando digo que su excelencia, no es apto para tal tarea.
-El protocolo establece como medida inmediata que el príncipe directo sea heredero al trono.- Alega su santidad, pero al ver el profundo rechazo debe torcer su brazo. -¿Y qué es lo que proponen acaso?
-Otro rey, santidad.- Dice Rominn, una princesa menor de Buba, primera prometida a Edward, hasta que éste reparó en la sagacidad de la mujer, y el riesgo que significaba para él mismo. – Uno apto.
-Eso sería violar la tradición sobre la cual nos regimos.- Interviene Alexia.- Su santidad, a través de los siglos nuestro imperio ha tenido reyes mejores y peores que otros, pero ello no ha sido razón para esquivar la tradición.
-Su santidad, el príncipe es un caso muy particular, nunca habíamos visto tanta crueldad en una persona.- Alega Gabel, hijo de un importante mercader y fiel amigo del príncipe Henry de Goldenrock, primo tercero de Edward.
-Me imagino que usted ha conocido a muchos príncipes a lo largo de la historia ¿Cierto?- Pregunto con tono sarcástico, me gano una mirada acusadora de parte de todos. -¿O es que acaso el príncipe Henry le ha informado de aquello?
-¡No sé de qué habla!- Se defiende mirándome con desprecio.
-Hablo del príncipe que le concedió tres minas, dos de oro y una de cobre.- Su rostro se desfigura completamente, y toma asiento sin decir palabra alguna. -Y que lo hizo a espalda de sus majestades por supuesto.
-Su santidad, muchos de los que aquí se encuentran hablan en nombre de sus intereses.- Acusa Alexia, con esa admirable habilidad para fingir angustia. -Pero en cambio nosotros hablamos en nombre de la paz, del reino y la monarquía.
-Su hija es una traidora, al igual que su marido- Increpa el señor Popher, un anciano ciego de un ojo, ex general y bebedor empedernido, solo el afecto de Philliph le mantuvo un lugar en el consejo. -Solo quieren entregar el reino a las brujas.
-Me temo que dicha acusación no tiene fundamento.- Contraataca Alexia. -Fue el príncipe bajo consejo de mi hija, la leal entre los leales, quien impulsó la casería de brujos. Con la que debimos sufrir las represalias, y fueron usted y este grupo de personas las que decidieron liberarlas a pesar de la orden real.
-Señores, afuera hay millones de personas hambrientas, la única familia que se ha interesado en ellos han sido los Weynher, repartiendo arroz de forma gratuita en la ciudad, en apoyo al difícil momento de la corona.- Dice un señor de una extraña piel morena. Creo haberlo visto junto con Alexia alguna vez, su razón de estar aquí me es desconocida. –Mientras sus familias ¿Qué han hecho? Se encerraron en sus palacios con las reservas de grano destinados al pueblo, sin importarles que su gente muera de hambre.Discutimos entre todos durante un largo tiempo, el Gran Pons, agotado dio fin a la sesión, informando de que a la mañana siguiente daría a conocer su veredicto, enfatizó en que fuera cual fuera el fallo, los preparativos debían realizarse desde ya. Y pidió que de ser posible, el príncipe estuviese presente en la siguiente sesión, cosa que alteró aún más al auditorio.
-Saldré a tomar aire.- Informo a mi compañero, quién solo me guiña el ojo. Apenas salgo de la gran sala, dos escoltas siguen mis pasos a una distancia prudente, resignado a ello, salgo por una de las puertas laterales del estrafalario templo, aventurándome en la Ciudad de los Comunes.
El escenario me impacta por completo, tanto así que por un momento creí estar en otro lugar. Las calles atestadas de basura y malolientes, con los desechos humanos en las aceras, le quitan la modesta elegancia que este lugar solía tener. Niños gritando en las calles, cuidando el cadáver de sus madres, al igual como madres llorando la pérdida del fruto de su seno, la miseria a una escala que jamás he visto.
Los cuerpos congelados abundan a la orilla de ríos y canales que, a pesar de la abundante nieve y las bajas temperaturas, invaden el ambiente con un repugnante olor a putrefacción. Sin moscas ni insectos que puedan descomponer los cadáveres, ellos estarán allí hasta que el sol salga nuevamente, o un animal doméstico les devore.
Los vestigios de levantamientos ocurridos hace días permanecen palpables, nadie se ha tomado la molestia de quitar los escombros consumidos por el fuego, los principales edificios de la corona yacen saqueados y los niños juegan entre ventanas rotas y muros agrietados. Digno de un campo de batalla es la postal que entrega la Ciudad de los Comunes.
En las plazoletas, los hambrientos hacen cola para recibir sus raciones de arroz, a cada familia le corresponde un saco de tela, no muy grande, con la inscripción: “Cortesía de Ginna Weynher, leal entre los leales”. Y sin poder evitarlo, me siento molesto, a pesar de que comprendo los fundamentos de la estrategia de Ginna, hay muchas cosas en las que estoy en desacuerdo, pero he jurado lealtad, y así será hasta mi muerte.
-El problema ya no es el hambre.- Rompe el silencio uno de los escoltas, me volteo a verle, y noto su empatía por los desfavorecidos. – El problema ahora es el frío. Pero la gente no puede culpar de ello a la corona, se conforman con tener un plato de arroz y pescado seco.
-Los niños hacen apuestas.- Comenta el segundo. –El que no muere durante la noche, se queda con los juguetes del otro.
-Una forma muy enfermiza por superar la situación.- Concluyo, finalizando la conversación y ordenando volver a la Gran Captell. Me quedo con un sentimiento de amargura, ¿Es que acaso Ginna quiere esto? ¿No había otra manera?... No si quieres un imperio.
Uno de los escoltas de su santidad se dirige a mí, con un mensaje del Gran Pons, quien solicita mi presencia. Ese aborrecible hombre que disfruta del calor de su habitación, comiendo y bebiendo lo mejor que se pudo producir.
Me dirijo hasta su cuarto, sin poder dejar de pensar en lo hipócrita que me parece. Año a año envía discursos en los que se insta al pueblo a ser sumiso y generoso, a preocuparse por sus semejantes y ser caritativos, piden al que no tiene dar cosas que no posee. Mientras él y su séquito viven en una realidad alterna, sin hambre, sin frío, viviendo en majestuosos palacios, disfrutando de hermosos jóvenes, con la única preocupación de la cantidad de vino y chocolate de la bodega.
Un circo es lo que son, un circo consagrado. Al verme los guardias abren las puertas de la habitación e ingreso con la cabeza gacha, siguiendo el protocolo.
-Joven Frederick, usted no debería bajar la mirada.- Dice alegremente el voluminoso hombre, apenas me ve entrar. -¿Ha recibido mi mensaje el día de ayer?
-Lo hice santidad, pero debo rechazar.- Sus cejas se alzan con sorpresa y toma asiento en su almidonada cama, sopesa las palabras en su boca antes de hablar.
-¿Ha que se debe tal infortunio?- Finge una profunda decepción al decir aquello.
-Mi corazón pertenece a una persona.- Una carcajada amarga se escapa de sus labios y me lanza una mirada acusadora.
-A un hombre querrás decir.- Comienzo a incomodarme más de la cuenta, y los estribos sobre mis actos comienzan a flaquear. -¿Sabes que eso es pecado, cierto? ¡Uno muy grave!
-¿Y el hacerlo bajo su manto protector nos salva de la ira de dios?- Me doy cuenta de la agresividad en mi voz y me tranquilizo. -¿Santidad?
-Lo que hacemos es una unión de nuestros corazones solamente, somos una hermandad, solo los jóvenes puros, como tú, pueden formar parte de ella.- La indignación de apodera de mi rostro sin poder evitarlo.
-Lo siento, santidad.- Me dispongo a retirarme, cuando dice exactamente lo que quiero escuchar.
-¿Qué puedo hacer para ganarme tu corazón?- Aquello sirve como un calmante para soportar un breve momento más su presencia.
-¿Por qué querría su santidad hacer tal cosa?- Le interrogo con cuidado..
-Porque eres especial, distinto, con un carácter firme, cuestionador, pero sin dejar de lado una buena oratoria. Sin duda puedo percibir en ti una inteligencia muy atractiva... Eso sumado a tu belleza externa te hace digno.
-Solo hay una cosa que me convencería.- Y la mirada reprobatoria de Tomell se dibuja en mi cabeza.
-¿Qué?- L esperanza y deseo destellan en sus ojos, tan viejo y tan débil, dominado por su mundano deseo.
-Que Edward sea designado rey, si voy a abandonar mi reino por seguirle a usted, esa es mi condición.
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Una Corona de Sangre I: Reina del Cielo.
FantasyMuchas personas han nacido para estar bajo la sombra de un hombre. Pero ELLA no. Ginna Weynher, una joven con una ambición infinita, hará lo necesario para llegar a lo más alto del poder, aunque el amor pondrá a prueba continuamente su ambic...