67. Charla.

218 37 0
                                    


Lía.

-No temas.- El anciano me mira perplejo, y su expresión no mejora al percatarse de la presencia de tres compañeros más. -No te haremos daño, pero debes guardar la calma.- Asiente con inseguridad, trato de sonreír, pero creo que solo resulta en una mueca desagradable.

La luz del ocaso se cuela entre los pilares del cobertizo, y llenan el interior de la biblioteca con un resplandor anaranjado interrumpido por las sombras de las alargadas columnas. Es un lugar sencillo, pero con un matiz único, rebosa de calidez y del olor propio de libros viejos y pergaminos de cuero. La mujer a unos metros de nosotros descansa indiferente a nuestra presencia, sumida en un profundo sueño, dejando a la vista sus blancos pechos y el cabello que cae como cascada por el sillón.

-¿Qué quieren?- Pregunta con voz calma el hombre, un sabio según se me informó, trayéndome de vuelta a este lugar. -Solo soy un sabio, mi salario es reducido...

-No queremos su dinero, viejo señor.- Respondo, Gabe le toma por los hombros para que tome asiento en un sillón frente a él. -Solo saber ciertas cosas.

-Creo que lo supuse al ver sus uniformes.- Hace un pausa y bebe un poco del vino que Gabe le ofrece. -Su reina fue muy imprudente.

-Nuestra majestad solo hizo lo que creyó conveniente.- Interviene Gabe rápidamente. -Su gente reaccionó de forma violenta sin provocación.

-Y ustedes mataron a varios de los nuestros por ello...- Vuelve a beber otro sorbo, pero Gabe le quita la copa antes de que la termine. -El lugar al que fue, es un lugar sagrado, en el que ni reyes ni dictadores están permitidos, solo aquellos que forman parte de un sistema político libre... Y su reina no forma parte de ello.

-Majestad.- Le corrijo. -Refiérase a ella como majestad.

-No, jamás.- Gabe emite un pequeño gruñido. -Ella representa lo que hemos querido erradicar desde que esta pequeña nación se formó. Una nación que ahora está en peligro, porque ustedes podrían destruirla.

-Su amigo no piensa así.- Emite una risa amarga y me mira a los ojos.

-Ágamot cree que con nuestro pequeño ejército podremos vencerle. Pero no se da cuenta de que jamás ha sido tan fuerte como todos creen, los estados vecinos se nos unieron por el mensaje que trasmitimos.- Se inclina hacia delante, y el aliento a vino llega hasta mis narices. -Su reina nos hará papilla.

-Es un hombre inteligente Tecludos.- Esta vez Gabriel se sienta a su lado, en una pequeña banca que al arrastrarla hace rechinar el piso, todos nos volteamos a ver a la pelirroja durmiendo, pero no parece alterada. -Lo siento. Como decía, es un hombre inteligente, no por nada lleva tantos años en el cargo. Convenza a sus compatriotas de abandonar este intento de guerra.

-¿Crees que no lo he hecho?- Su frente se arruga en un gesto de indignación. -¿Crees que estaría aquí, hablando con ustedes, sino tuviera la intención de parar esa locura?- Estira la copa para que Gabe le sirva más vino, asiento y mi hermano le concede un poco del agrio líquido. -Nuestra gente no pelea una guerra desde hace siglos, no tanto como ustedes, pero sí mucho tiempo. Y no creo que su reina, esté tan segura de su posición, de lo contrario no estarían acá.

-Solo estamos aquí para calmar las cosas.- Respondo rápidamente, si hay algo que me molesta, es que pongan en duda el poder de nuestra majestad. -Nuestra majestad no desea la guerra con ustedes, no representan un peligro.

-No somos un peligro, mientras estemos en paz, pero en este momento somos un peligro, vuelvo a repetir, por ello están acá.- Bebe un sorbo corto y degusta su sabor, balanceándolo de una mejilla a otra. -No deseo la guerra, aunque lográramos dañar en algo lo que han construido, el resultado para nosotros resultaría nefasto, pírrico.

-Los destruiríamos.- Las palabras de Gabe parecen haber causado gracia en Tecludos que no puede evitar reír. -¿Qué le hace tanta gracia?

-La verdad les han lavado el cerebro.- El anciano se pone de pie y se encamina hacia uno de los abarrotados estantes, al parecer busca algo en especial. -Ginna, no puede ni podrá vencer a ningún reino o imperio, y aquí está la razón.- Nos ofrece un libro de tapa gastada, mi hermano se niega a recibirlo, pero algo me llama a hacerlo a mí, que sin darme cuenta lo sostengo entre mis manos, sintiendo la áspera tapa y los irregulares bordes de las hojas. -No basta con derribar ciudades, ni castillos para destruir un imperio, sépanlo antes de que sea tarde.

-Seremos claros viejo.- Francis interviene por primera vez. -No queremos vernos en la obligación de atacarles, pero si nos fuerzan...

-No son necesarias sus amenazas, soy un hombre viejo, con los años contados, y un contrincante fuerte.- Se sienta nuevamente en el sillón de terciopelo gastado. -Pero temo por las generaciones futuras, por ellos sí. Y no quiero morir sabiendo que entraron en una guerra que no podrán ganas.- Levanta la vista y clava sus ojos en los míos. -Y me veo en la necesidad de impedir que ustedes hagan lo mismo.

-Agradecemos su falsa preocupación, pero estamos seguros de nuestra victoria.- Francis inclina la cabeza una vez que termina.

-Los brujos perdieron su imperio por una razón: los hombres que ellos gobernaron en algún tiempo, dejaron de ser. Y los que llegue a dominar su reina, también dejarán de ser.

La postura tensa de mis compañeros me obliga a terminar con esta reunión, y sin entender muy bien la razón, me veo en la necesidad de llevarme el libro, no porque crea en la palabra de Tecludos, sino porque es el legado del pensamiento de estos hombres, solo entendiéndoles sabremos acabarles.

-Trata de frenar esta guerra anciano.- Nos encaminamos hacia su vestidor, donde la cámara nos aguarda, y conmigo me llevo el libro.

u

Una Corona de Sangre I: Reina del Cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora