Capítulo 31

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Capítulo 31: "Diez dólares"


Había dormido cuatro horas como mucho, pero aún así había decidido levantarme temprano a la mañana siguiente.


La noche anterior había llegado a casa con el alcohol corriendo por mis venas y demasiadas cosas en la cabeza, por lo que conciliar el sueño no había sido tarea fácil. Luego de mi pequeño percance con Justin, había vuelto a la fiesta a buscar a Simon y lo había encontrado en un rincón, revisando Twitter en su celular. Por suerte, él también estuvo de acuerdo en largarse de allí conmigo, y ambos acabamos dando un paseo un tanto improvisado en su coche. Para cuando estuve de nuevo en mi cuarto, ya metida en la cama, eran casi las tres de la madrugada. Al principio no estaba muy convencida, pero al final hube terminado por programar la alarma de mi celular para salir a surfear cerca de las siete.


El agua, que ahora me cubría hasta la cintura, se arremolinaba alrededor de mi cuerpo y de mi tabla. En un primer momento había dudado un poco acerca de si debía o no pedirle a Travis que viniera conmigo, pero en cuanto me hallé sola en la cabaña de la playa, tuve la certeza de que eso era lo mejor. Lo que había ocurrido en la fiesta de Crystal no había estado nada bien, y lo último que quería era seguir generando más situaciones incómodas.


Inspiré profundo y permití que la corriente me meciera a su antojo, casi como si, de esa forma, fuese capaz de arrastrar todos mis problemas y llevárselos consigo a algún otro lugar remoto. No entendía porqué había querido ahogar mis penas en tequila, cuando en realidad la naturaleza siempre había sido mi mayor refugio. Allí, en el océano, había descubierto mi calma, mi pequeño escape del resto del mundo. 


Me acosté sobre mi tabla, y con agilidad comencé a mover mis brazos y piernas en dirección a la ola que se aproximaba. Conté hasta tres mentalmente, y me esforcé por pararme sobre la superficie dura. Estaba lo bastante apartada de la orilla, aunque no lo suficiente como para perder de vista las casas que bordeaban la costa. Me tomé mi tiempo para estabilizarme, y dejé que el agua me llevase de un lado a otro hasta volverse espuma. Cuando el viento me despeinaba el cabello y podía ver el mar bajo mis pies, era casi como si volara.


Nadé unos pocos metros para regresar al mismo sitio donde había estado antes y permanecí callada, disfrutando del sonido de las gotas salpicándome en el rostro. Hacía calor y el sol lentamente comenzaba a quemar sobre mi piel, pero la playa estaba prácticamente desierta. Aún era temprano, por lo que mucha gente debía de estar apenas levantándose, y yo, por mi parte, agradecía que así fuera. De tanto en tanto, apreciaba tener ratos para mí sola. Luego de una noche agitada y cargada de drama, realmente no había nada que necesitara más.


Resoplé, recogiéndome el pelo en un moño improvisado, y clavé la vista en el horizonte. Recordaba los días en los que, de pequeña, imaginaba que en el fondo del océano habitaban sirenas de colas brillantes, que podían comunicarse con los animales y que tenían poderes mágicos. Siempre me habían fascinado aquellas viejas historias que contaban que existían reinos escondidos o grandes tesoros perdidos que nunca nadie había conseguido recuperar. Claro estaba que, con el correr de los años, había dejado de creer en esas leyendas, pero a pesar de todo, aún así continuaba pensando que el mar era un profundo cofre de secretos. A menudo me preguntaba cuántos mensajes todavía guardaba dentro de sus botellas, o cuantas conversaciones cerca de la orilla habría acallado con el murmullo de sus olas. Mi tía Mónica decía que eso era lo que más extrañaba de vivir en Imperial Beach. Allí en Canadá los inviernos eran muy hostiles, entonces siempre se tomaba una semana libre y venía con toda su familia a visitarnos. Tenía grabada en mi memoria la forma en que salía al porche por las tardes y se quedaba ahí sentada por horas, pidiéndole deseos al sol cada vez que éste se ponía. Mamá se reía y se limitaba a rodar los ojos a modo de burla, pero a mí siempre me había gustado observarla. Incluso, en ocasiones, cuando sabía que nadie más estaba mirándome, me dirigía hacia la playa y hacía lo mismo. Quizás pareciera una locura, pero el océano podía ser un gran confidente.

ENTRECRUZADOS [Justin Bieber Y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora