Capítulo 3: Entro en coma

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20 de noviembre.

Dos días solo pasaron y pareciese que pasó un mes. Los minutos parecen horas, y las horas parecen días. Todo pasa demasiado lento, yo sigo sentado en la misma silla, viendo pasar todos los días a las mismas personas por delante de mí. Mamá alquilo una casa donde nos alojaremos unos días, pero no me muevo de la clínica; Cami dice que me vaya a casa, que me bañe, que duerma, yo le digo lo mismo. Pero ninguno se atreve a irse. Luego vuelve a irse hacia donde está Sebastián. Luli cada día está más blanca pálida, y yo trato de convencerla de que no se deje meterse droga; ella dice que están bajando las dosis, y falta poco para que dejen de darle. Savina se mejoró rapidísimo, pero todos quedamos totalmente impactados al enterarnos que perdió un ojo por uno de los vidrios de las ventanas. Ahora está con nosotros, esperando, llorando en silencio. Me fui enterando de más fallecidos: Melisa, la sociable chica que siempre hablaba con Mar; Federico, un amigo de Lean; Facundo "el terri" compañero de curso de las chicas. Y otros más pero no son mis conocidos...

Entre padres se pusieron de acuerdo para alquilar, cada tres familias, una gran casa. La mía, la de Cami, y el papá de Mar lo hicieron. Mi mamá y la de Camila venían todas los días unas cuantas horas a traernos alimento y ropa, y tratando de convencernos para descansar. A la mamá de Mar no la vi, pero el papá solo ocupa la casa para bañarse y tal vez descansar unas pocas horas, luego vuelve a ocupar el asiento como nosotros y trata de hablar con los médicos, pero lo único que dicen es: "Habrá que esperar unos días" "Es cuestión de tiempo" "Tengan paciencia". Ninguna palabra más, ninguna palabra menos. La mamá de Bella vino más destrozada que nunca, y nos avisó que la enterraban hoy a la tarde-noche en Parque Jazmines, un cementerio privado de Chaco, la trasladaban por avión, todo pago por la empresa. Yo le dije que le daba todos mis apoyos. Se alejó llevando a Luana y a Camila a la casa donde estaban sus padres. Las chicas trataron de convencerme que vaya a la casa para bañarme y despabilarme un poco, pero no rogaron mucho. Después de tantas idas y vueltas de la butaca a la puerta de la sala 121, me pego una ducha rápida en los baños sucios del hospital y decido ir a ver cómo está Seba.

-¿Te duele mucho?

-Si... un poco mucho –Sonríe.

-¿No estas triste? –Pregunto extrañado, su sonrisa no parecía forzada ni irrealista.

-¿Triste? Si... obvio que si, por la tragedia y cantidad de personas que hoy ya no están. Pero a la vez estoy agradecido, feliz, rezando cada noche a Dios, por cuidarme como me cuidó, y pidiendo por las personas que ahora lo necesitan. Pero Guido, estoy vivo. Me arrodillaría para agradecerle a Dios, por no puedo. –Ríe. Me confunde su felicidad en este momento, pero me gusta cómo se toma a broma su propia tragedia. No tiene una pierna y ríe, no llora. Lo observo, no tiene muchos cortes pero si varios golpes por todo su cuerpo al igual que yo.

–Me dijo Cami que lo tuyo fue cuestión de suerte... -Me dice. Yo contengo la respiración y una vez más recuerdo los últimos segundos del impacto. Suspiro y otra vez crece un gran nudo en mi garganta.

-Mar me salvó... ¿sabes? –Digo mojando mis labios secos y agrietados. –No fue cuestión de suerte, y por mi culpa está ahí... -No termino, pero agacho mi cabeza. Siempre odié que alguien me viera llorar.

-¿Qué? –Solo dice él, negando con la cabeza.

-Si... estoy seguro de que tuvo una premonición. Y no me dijo nada... Pero me hubiese dado cuenta, ¡la notaba extraña! -Digo todo. No sé por qué, pero con Sebastián siento una fuerte conexión, siento que en él puedo confiar.

-No entiendo nada Guido... no entiendo de qué me hablas...

-En el colectivo estaba triste, callada... -Cuento, sin mirarlo, recordando las horribles escenas –Y luego me pidió que le cambiara de lugar... ¿te acordas? –Él asiente, y noto que baja la vista. A él, como a todos nosotros, nos afecta mucho recordar –Es ahí que ella quedó en el lado derecho del colectivo, el lado de los ventanales. La mayoría de las personas que estaban del lado de la caída del colectivo y del lado de las ventanas, fallecieron. –Digo por fin desahogándome.

Sebastián me escucha, y me arrepiento de todo el odio que sentí alguna vez por él, de todo lo malo que pensé, de la pelea... -La maté. –Digo por último, y me tapo los ojos llorando aún más. Estoy roto, vacío.

-No está muerta –Me mira.

-Entró en coma –Digo entre dientes –Está sufriendo. –Sentía ganas de romper todo. De llorar y no parar hasta estar seguro de que ella esté bien.

-Los médicos todavía no dicen nada... no sabes si...

-Lo escuché...

-¿Y qué? –Dice luego de un rato de silencio, acomodándose en la camilla. –Si entró en coma, ¿qué? Tu esperanza y tu fe dura muy poco entonces, porque solo tres días pasaron Guido. Tenes que confiar, ¿sabes? No está muerta, ni lo va a estar. Ella es muy fuerte.

-No entendes Sebastián, no me refiero a eso. –Tomo aire. -Digo que está así por mi culpa, que sufre por mi culpa... si yo no le hubiera cambiado de lugar... yo estaría en esa camilla, y ella estaría acá hablando, sana. –Digo sin evitar sentirme una pésima persona. Él sigue negando con su cabeza. Nadie me entenderá nunca.

-Definitivamente pensamos muy distinto. –Su tono parece molesto, así que me seco las lágrimas de los ojos, miro su cuerpo, me levanto y digo muy sinceramente:

-Espero que te recuperes muy pronto... Amigo... -Y me retiro de la sala, yendo hacia la salida de la clínica.

Apenas salgo del espantoso lugar, suspiro y a los segundos lo largo, largo todo lo que quise largar desde que comenzó la pesadilla. Grito hasta no poder más, hasta quedarme sin voz, hasta quedar destrozado, tirado en el piso, llorando como la vez del accidente de mi padre. Me paro y con una terrible furia empiezo a pegar a la pared con mi puño cerrado, hasta ver sangre en los ladrillos marrones. Como si el muro fuera el culpable de todo lo que está pasando. Lloro, lloro, y lloro. Respiro agitado, con mis labios temblorosos y veo mis nudillos, me vuelvo a secar las lágrimas, alzo la vista y salgo corriendo lo más rápido posible, por la calle, sin importarme si un auto me atropellaría. Lloro, lloro, y lloro. Llego hasta un callejón y empiezo a patear los tachos de basura, los carteles, el pizarrón que decía "Promo! Dos panchos grandes a $30", y la bicicleta que estaba encadenada. Grito y lloro. Lloro y grito. Desahogando los dos pésimos días que estaban atragantados en mi garganta.

Sigo caminando hacia la dirección que venga, pensando, recordando. Termino sentado en una plaza pequeña de la ciudad, viendo el asombroso dibujo en grafiti en la pared. Busco en el bolsillo de atrás de mi pantalón y agarro el paquete de cigarrillos. Los observo y en tan solo un segundo me encuentro recordando mi peor momento del año.

El "Te odio" de Mar por teléfono me dolió como ninguna otra cosa, me sentía un inservible, pésimo, un mal amigo. Me retumbaban esas dos palabras en la cabeza todas las noches antes de acostarme, se me hacía muy difícil dormir esos días, semanas, que estuvimos peleados. Me sentía tan vacío sin ella a mi lado, sin escuchar su risa, viéndola en la escuela y que ni siquiera me mirase.

Todo parece un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora