Capítulo 4: ¡Despíertate!

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22 de noviembre.

Cinco días.

Ciento veinte horas. Ahora ciento veintisiete horas se cumplieron desde que Mariana entró en coma.

Sentado en las banquetas viejas, algunas rotas, al frente de su habitación, observando la puerta blanca, pareciendo un fantasma.

"Guido... por favor te pido, anda a tu casa y descansa!"

"Guido... te viste en el espejo? Tenes unas ojeras terribles"

"Hace cuánto no comes? Te estás haciendo mal Guido..."

Me dicen todos, y las palabras quedan resonando en mi cabeza. No puedo dormir. No puedo comer.

"Estoy bien..." Solo logro decir, y todos saben que no.

Un día Luana se me acerca, sin decir una palabra, y yo alzo las cejas, sorprendido, es la que más me insiste para que coma.

-¿No vas a decir nada?... -Le digo, casi sin abrir la boca, no sé si me habrá entendido.

-No vale la pena. Ya se tu respuesta y no quiero obligarte a nada.

No contesto.

Después de un largo rato se levanta de la silla, se va, y al rato vuelve con vaso de plástico y café dentro. Todavía parada, me mira y dice:

-Solo quiero recordarte que si Mar te observara estaría muy decepcionada. –Y sin más, sigue caminando hacia la salida. Yo la observo, y luego bajo la vista.

Una enfermera de unos 40 años aproximadamente, se me acerca y me tiende un vaso de café. Niego. Me da náuseas con solo ver un poco de comida, tengo el estómago cerrado y se suma el nudo en la garganta que apenas me deja tragar saliva.

-¿Quieres entrar a verla? –Dice, y me levanto casi de un salto. Sin darme cuenta la abrazo, y me separo rápidamente un poco avergonzado. Ella sonríe. –Entra. Estoy segura de que te necesita... y vos a ella. –Le agradezco con tan solo una mirada y entro. Entro despacio, como si fuera que estoy entrando a robar. Con miedo y delicadeza me acerco. Tiene vendada la cabeza y en su rostro cruza un gran corte desde la sien hasta la comisura del labio. Sus brazos, también llenos de cortes y golpes; me impresiona tanto verla así. Solo la necesito conmigo, sana, sonriendo como siempre.

Le doy un suave beso en la nariz, y luego en sus fríos labios. Me doy vuelta buscando una silla y encuentro una con ropa encima. Agarro y noto que es el jean y la campera que tenía puesto Mariana el día del accidente. Estaban rotos y llenos de sangre. Cierro los ojos y los dejo caer en el piso, arrimándome con el asiento a la camilla.

-Mar... -Digo, y empiezo a sollozar, odiándome. –Te extraño mucho... muchísimo. –Respiro hondo, tratando de parar mis lágrimas. Acaricio su mano y entrelazo mis dedos con los suyos. Recordando cuando ella lo hizo la noche que hicimos el amor. Observo el electrocardiograma, escuchando su triste sonido y dejo pasar unos minutos. –Las chicas están bien, ¿sabes?... Lupi, Luli, Savi... Agos vino hasta acá. Estaba muy triste, y preocupada. Quería entrar a verte. Las chicas tuvieron que distraerla porque inició una discusión con un enfermero –Río. Pero me quedo serio al instante. Acaricio su cabello y decido contarle: -Eri resistió mucho... pero su fuerza acabó y... yo sé que está mucho mejor, ya no sufre más... -De pronto el electrocardiograma suena más rápido y me levanto de la silla, sin dejar de mirarla, empujo la puerta y llamo a un médico.


-No, no fue nada. No te preocupes. –Le dije a Agos, que temblaba de preocupación –Ey... tranquila –La abrazo.

Todo parece un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora