Capítulo 7: Que en paz descance

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-"Bienvenido al buzón de voz de Gustavo, por favor, deje su mensaje después del tono... PIP"

-Hola pa, me bajó la presión acá en el colegio, y me desmayé... ¿me venís a buscar por favor? No me siento b... "PIP". –Me corta. Era el tiempo suficiente para el mensaje. [Bueno, al menos sabe que me tiene que pasar a buscar] pienso.

-¿Qué dijo? ¿Te pasa a buscar? –Me pregunta la directora preocupada por mí, cuando regreso hacia ella.

-Me mandó al buzón, capaz está ocupado... igual no importa. Me siento mejor –Sonrío falsamente. –Exageró mucho para llamar a la ambulancia, fue solo un desmayo, a cualquiera le pasa...

-Me siento obligada a hacerlo...

-¡Mar! ¿Cómo te sentís? –Pregunta Guido preocupado, llegando agitado.

-¿Que estabas haciendo que estás así?

-¡De todo! –Dice la directora –¡Este chico es un santo! Corrió por vos, a todas partes. Llamo a la ambulancia, me llamó a mí, llamó a tu padre también, pero no atendió. Buscó agua... ¡ah! Y se quedó al lado tuyo hasta que alguien llegara... Se ve que se quieren... o se aman... ¿son novios? ¡Una pareja hermosa! –Dice ella animada, ambos nos ponemos nerviosos. Guido se empieza a reír y ella también...

-¿Qué? –Me río más nerviosa -¿Qué pasa?

-Mar, ¡te pusiste colorada! –Me dice Guido tapándose su risa.

-¡Ay, no! Es que soy de ponerme roja rápido –Me río y tartamudeo.

-Bueno chicos, yo me voy a avisar a la ambulancia que se pueden retirar. Mariana, si quieres retirarte insiste con las llamadas a tu padre, ¿Si?. Bueno, adiós. –Se aleja un poco, pero vuelve. –¡Casi me olvido!, pero les aviso, y por favor que sea la última vez, no entren al baño de la biblioteca, es solo para docentes. Y menos que salgan corriendo cuando los profesores tienen el deber de llamarme por algo que hicieron mal.

-Si señora directora, fue toda una confusión... -Le contesto.

-Me contó la señorita que falleció un familiar, y necesitabas un lugar privado. Solo por ello te perdono, pero que sea la última vez, ¿sí?

-Sí.

-Que en paz descanse. Adiós.

-Adiós. –Dice Guido aguantando la risa. Esperamos tentados hasta que se alejara más, y empezamos a reírnos con todo.

-"Que en paz descanse" –La imita Guido y no paramos de reír.

Me siento en el banco, tratando de respirar, ya que no podía por tanto reírme, y suspiro cansada.

-¡Que dolor de panza!, no puedo parar de reír. –Digo, y Guido me mira, poniéndose serio en unos minutos.

-Mar...

-¿Qué?

-Mira... yo no quiero ser pesado... pero...

-G –Lo interrumpo –Me desmayé solo por baja presión.

-Últimamente estas muy rara, pero bueno... Cuando quieras me contas, yo no te estoy obligando nada.

-Papá –Digo mirando hacia otra parte.

-¿Eh? –Me dice sin entender de lo que hablo.

-Que vino mi papá...

-¡Ah! –Se da vuelta para mirarlo.

-Bueno... -Digo muy nerviosa, fue un momento justo en el que interrumpió.

-Bueno... chau

-Chau. -Me alejo caminando hacia mi papá, y Guido queda apoyado en la pared mirando cómo me alejo. Bajo las escaleras, pero al rato vuelvo caminando con un paso rápido, Guido estaba sentado en el banco mirando para abajo, agarrándose el cabello, con los codos apoyados en sus rodillas.

No me ve llegar, me arrodillo frente a él, y apoyo mis manos en su pierna.

-Perdoname, perdón, perdón. –Lo miro triste, él me mira y me sonríe.

-¿Qué pasó?

-Es que no sé, no... no puedo.

-No Mar... ¿Qué pasó con tu papá?

-Le dije que me esperara, que tenía que decirte algo importante. Pero yo te estoy hablando de lo que me pasa ahora Guido, te quiero contar...

-Yo no te estoy obligando Mar, ya te lo dije, solo quería saber, ayudarte, pero si vos no me queres decir, no tenes porqué, decímelo cuando quieras... de verdad.

-Te lo quiero decir.

-Bueno... pero... no se... siento que te estoy obligando y no es así.

-Es que no. No, yo quiero decírtelo desde que me pasa, pero no sé, no entiendo porque no puedo. Es facilísimo decírtelo, pero tengo miedo que me trates como una loca.

-Nunca te trataría como una loca. –Se acerca más a mí. Yo me mantengo firme, y le estoy por decir, pero escucho a mi papá gritándome.

-Mariana, ¡Vamos! No tengo todo el tiempo del mundo, dale, ¡Dale!. –Él separa su vista de mí y yo cierro los ojos.

-Te prometo que te lo diré en cuanto nos veamos. –Sonrío y me levanto del piso para alejarme.

Seis y media de la tarde. Lavo mi taza y apoyo las galletitas saladas en la repisa. Desde la cocina vi la abandonada bicicleta de mi hermano en el balcón y no dudé mucho. La agarré y vi las ruedas desinfladas. Saqué dinero de la cartera de mi mamá y le grité que iría a pasear. No escuché respuesta y sin importarme agarré mi celular, los auriculares y las llaves. Quería despejarme. Dejar de pensar de una vez por todas. Necesitaba un respiro.

Caminé por dos cuadras, donde se encontraba la gomería que tanto conozco.

-Hola Buby –Digo apenas llegar, mientras él se encargaba de revisar la rueda de una moto y cargarle aire.

-Hola niña, tanto tiempo. –Me contesta con una sonrisa y una voz casi audible. Tantos años y a pesar de todos sus problemas sigue con su trabajo. Admirable. Me acuerdo cuando el vecindario comentaba que su esposa lo había dejado mientras él sufría de cáncer. El señor de ojos celestes y cabello totalmente blanco, se acercó a la bicicleta apenas terminar su deber y la observo –Uf, habrá que cambiar la cubierta. Se ve que la usas todos los días. –Dice irónicamente y río.

-¿Tardará mucho? –Levanto una ceja. Creía que solo con emparcharlo ya estaba.

-Lo hago a la velocidad de la luz por ti, niña. –Le sonrío y con un asentimiento de cabeza le agradezco. Me acerco a un pequeño banquito y espero. Saco mi celular y escribo un mensaje.

Para: Lupi bb

18:47

Ey, estas? Te espero en la plaza a la vuelta de tu casa. Dale?

De: Lupi bb

18:50

Es viernesssss. Te olvidaste? Esc de música. Dsp más tarde cruzate para ksa.

No contesto. Ella sabe que es un sí. Luego de unos 10 minutos donde el sol me quemaba a pesar de ser casi las siete, Buby me llama por mi nombre como pocas veces y me acerco.

-Muchas gracias –Le digo y noto que hasta le pasó un trapo a la sucia bicicleta. -¿Cuánto?

-Veinticinco pesitos –Contesta.

-¿Veinticinco? Uf, estábamos en el siglo XXI, tienes que aumentar el precio, niño –Digo riéndome. Todos cobrando tanto y él tan humilde como siempre, cobrando una miseria. Le entrego dos billetes de veinte, y cuando se da vuelta para buscar mi vuelto, me subo a la bicicleta y con una sonrisa me alejo.

Todo parece un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora