Capítulo 4: ¿No confias en mi?

41 5 2
                                    

Guido llega corriendo y me abraza, me pregunta si estoy bien, desesperado, mirando el auto y mirándome a mí, que lloraba y no reaccionaba. Estaba respirando mal y otra vez en el día el aire me faltaba. Lo miro a los ojos, a sus ojos preocupados. Y él acaricia mi rostro, besándome la frente.

-Contestame, Mar... –Sí, quería decirle que estaba bien, pero juro que otra vez las palabras estaban atoradas en el nudo de mi garganta. Necesitaba sus abrazos, de esos que me calmaban, que me cambiaban el aire. Y me abrazó, yo lo agarré fuerte, quería sentir que estaba conmigo.

-Estoy asustada –Solo digo, con voz ronca.

-¡Me asusté! –Me vuelve a abrazar, su corazón latía fuerte, igual que el mío. En serio estaba preocupado y eso me encanto, me relajó.

La gente llamaba a la ambulancia y a la policía, igual no hubo ningún herido. Excepto ese perrito, por dentro me estaba muriendo de lástima.

Y enseguida me ataca el sentimiento de querer alejarme de todo este escándalo. No quiero preguntas. No quiero doctores que atiendan algo que en casa podré curarme normalmente. Quiero irme. Y se lo dije.

-Me quiero ir. –Mirándolo a los ojos. Guido mira la escena, me mira, y me agarra la mano, saliendo a correr. Corrimos una cuadra, doblamos, y luego otra más a un paso más lento. Se cansa sosteniéndose en una pared y yo busco mi spray pero no lo encuentro. Me golpeo mentalmente pensando que tal vez se calló en el accidente, o lo dejé en el casillero. Miro mis rodillas y la sangre estaba desparramada por toda mi pierna, recién ahora empezaba a sentir el ardor, hago una mueca de asco y dolor, y lo miro.

Él sonríe. Su sonrisa me puede.

Yo también sonrío.

Y nos empezamos a reír a carcajadas.

Con Guido me olvido de todo lo que está pasándome. Pero las imágenes no me las quita nadie, porque de repente me pongo seria y miro hacia la nada, veía algo que no lograba interpretar. Era todo muy raro, había mucho movimiento.

-Mar... Mariana... ¿Qué te pasa?

-Eh... nada, no... nada. –Tartamudeo.

-Te conozco. Hoy estás muy extraña, ¿No me queres contar?

-¿Compramos helado, al final? –Digo, tratando de desviar el tema.

-¿No confias en mí? –Y esas palabras me hicieron mierda.

Solo mirar sus ojos grises me transmiten toda la confianza que puede uno tener. Me mira tan profundamente, que no puedo evitar pensar en cuánto lo necesito ahora mismo. Quiero decírselo... pero ¿Cómo?, si ni siquiera yo estoy segura de lo que está pasándome.

-Confío en vos como en nadie. Confié, confío, confiaré, siempre, G, siempre. Que nunca tengas duda alguna. Pero simplemente no puedo, no... no me sale. Ni yo aun entiendo qué me pasa. –Sonrío tristemente y me siento en el cordón de la vereda. Necesitaba descansar y respirar calmadamente.

Se sienta a mi lado y agarra mi mano. Una sensación de alegría me inunda aun estando así de mal. [¿Es que este chico puede lograr hasta lo imposible en mí?]

-Trato de entender... -Me mira. Yo tenía la vista en la calle. –Trato de darte un espacio. Pero siento la necesidad de ayudarte, Mar –Dice y me agarra delicadamente el rostro para que me gire. –No puedo verte triste. Me hace mal.

-No –Niego con la cabeza –Por favor, no te pongas mal. Yo te prometo que estoy bien. Hoy... hoy solo es un día raro. Nada más. A todos nos pasa, ¿no?.

Todo parece un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora