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Me encuentro en la cafetería comiendo un emparedado y alguien se sienta al frente mío.

– Hola – levanto la cabeza y veo Benjamín algo nervioso.

– Oh eres tú – término de tragar – ¿Cómo has estado?

– Pues bien, aunque llevo mucho tiempo sin saber de ti, ¿por qué te has distanciado? – Mira hacia otro lado – Bueno, eso no importa ahora, tengo algo que decirte.

– Pues...

– Aria, mira – se sienta y se queda callado – No es fácil decirlo – une sus manos y las aprieta; mas, no me mira – Al principio me acerqué a ti... – resopla – Porque Irina me lo pidió.

– ¡Qué! – Me intento levantar; por defecto, él no me deja – ¡Suéltame! – me suelto de su agarre.

– Escúchame, por favor – vuelvo a sentar y lo escucho – Luego me comenzaste a interesar, te veía diferente, me gustaste. Luego de la competencia te distanciaste, pasabas a mi lado y no me veías, me ignorabas. El que estés embarazada no me interesa, sé que no estás saliendo con Armando, Aria me gustas mucho y lamentó lo que hice, pero tenía que decírtelo.

– No puedo creer que jugaras conmigo – estoy muy molesta en estos momentos – Esto no puedo perdonártelo – me levanto y antes de salir de la cafetería él me agarra.

– Aria debes tener cuidado con ella, quiere hacerte daño – me suelto.

– ¡Que me sueltes! – grito y todos voltean a vernos. Él se va muy apenado.

Al salir del instituto Thomas me espera para ir a comprar el sillón y otras cosas para el apartamento.

– Hola, mamacita linda – dice al subir al auto – ¿Cómo te fue?

– Estoy muy cabreada – me coloco el cinturón – Puedes creer que un chico intento jugar conmigo y el muy imbécil, me lo dice en la cara.

– Tranquila, no tienes por qué gritar – me toca la pierna – Cálmate no puedes tener esas emociones le hacen daño a mi sobrinita.

– Será niño.

– Eso tú no lo sabes. Estoy seguro de que será niña.

– Soy su madre y tengo el presentimiento de que será un baroncito.

Tres horas después...

– Ves te dije que esas cortinas combinarían con el sillón y los muebles de la sala.

– La verdad... – Thomas Luce sorprendido – Tenías razón. Cielos Aria, me has ganado.

– ¿De qué hablas? – lo empujó.

– Te has convertido en toda una mujer independiente y pronto serás madre, mientras que yo aún vivo en casa de nuestros padres – ambos no echamos a reír –- Aria – se sienta en el sillón – ¿Por qué no nos has contado quién es el padre? Sé que el tal Armando no lo es.

Me siento en una silla y lo miro – No quiero que él lo sepa. Algún día lo conocerás. De todos modos, pienso decirle que es su hijo.

– Y ¿Armando?

– Él solo ha sido un buen amigo, ha estado conmigo en malos y buenos momentos.

– Pero ¿No te gusta? – Agacho la cabeza y niego – Sabes, esta tarde me he encontrado a tu profesor – lo miro interrogante – el que nos llamó el día que estabas en el hospital.

– ¿Ah sí? – me sorprendo, me levanto y camino al refrigerador – Y ¿Qué tal?

– Me cae bien, el tipo – saco los ingredientes para prepararme un emparedado – Me alegra que se preocupe por ti. Estoy muy agradecido con él y creo que no solo yo, papá y mamá también – si supieran que él es el padre de mi hijo no lo estarían – Me contó lo del folleto para recuperar tus notas.

– Ah sí, me lo entrego esta mañana.

Luego de comer mis emparedados y ver tele un rato con Thomas él se despide y lo acompaño a la puerta. Luego me acuesto a dormir. 

Mi ProfesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora