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Ji Min volvió a casa con la gran duda de saber qué era lo que Lu Han había visto. Si era otro demonio, estaba seguro de que enloquecería, al igual que Se Hun. Éste estaba totalmente paranoico. Mientras Lu Han les contaba lo que creía que podían hacer, en la cabeza del pelinegro seguía aquella idea de preguntarle acerca de su pasado. Pero tenía en mente también que el tiempo no esperaba, y era más importante el deshacerse del demonio que volver a recordar.

Nada más abrir la puerta, sintió el vacío de la casa. Volvió a caer en la angustia y en la incertidumbre de saber acerca de sus padres. No quería encontrarse ninguna sorpresa, ya todo estaba sobrepasando el límite y aunque Yoon Gi lo animó un poco, la sensación de que algo saldría mal siempre estaba ahí acosándolo para que se dejara caer en la rendición.

Pasó por la cocina y vio que, sentado en un taburete, Yoon Gi tenia la cabeza apoyada sobre la mesada. Al escuchar al menor abrir la nevera, levantó su cabeza rápidamente. Su cara se veía mucho más pálida y sus ojos no decían absolutamente nada.


—¿Dónde estabas?


Ji Min bebió de una botella agua fresca, tomándose su tiempo para responderle.


—Fui al colegio—contestó seco.


—¿Al colegio?—intentó levantarse pero se tambaleó un poco—Ya no irás más al colegio, ¿entendido?


—Debo ir, es mi último...


—¡Dije que no irás!—gritó, chocando su mano contra la nevera débilmente.


Ji Min se sobresaltó un poco; pero le resultaba una buena noticia verlo tan débil, aunque por otro lado, el que lo viera de ese modo por fuera quería decir que también lo estaba por dentro. Temía porque el verdadero Yoon Gi sufriera por estar queriendo protegerlo.


—¿Y qué es lo que quieres que haga?


El demonio se volvió a tambalear, caminó hasta la sala y se dejó caer en el sillón. Masajeó sus sienes frustrado y gruñó.


—Quiero que me lleves hasta Oh Se Hun.


La respiración por un momento se le cortó, tragó con dificultad y sintió la preocupación volver a jugarle malas pasadas dentro de su cabeza. Se dio cuenta de que la situación ahora se volvía más complicada. Yoon Gi le dijo que quería el cuerpo de quien había sido tanto tiempo su agresor.


—¿Y eso por qué?—se atrevió a preguntarle sin titubeos .


—Eso—lo miró fijamente desde el sillón —no es asunto tuyo. Pero antes de que me lleves hasta él, quiero que te deshagas de ese chico.


Ese chico a quien señalaba Yoon Gi, sabía quién era. Ji Min estaba más complicado que antes, pero también podía sacar una ventaja de ello. No dijo una sola palabra, ni tampoco hizo algún gesto extraño.

Se sentó en uno de los sillones individuales y observó detenidamente cómo Yoon Gi se agarraba de los cabellos hasta casi jalarlos. Se mantuvo quejándose durante un rato hasta que calmó un poco su dolor. Después agarró a Ji Min del brazo con fuerza y lo atrajo a su rostro. Fijó una vez más su intensa mirada en esos ojos negros y, a pesar de que las fuerzas lo estaban abandonando, aun tenía la suficiente como para poder hipnotizarlo. Ji Min no se dio cuenta de ello y en cuantos aquella mirada oscura lo penetró, se sintió un poco perturbado.


—Ve a casa de Lu Han y mátalo—le ordenó el demonio.


Ji Min asintió con la cabeza y se levantó con lentitud del sillón. Yoon Gi le entregó un arma, para ser más concretos, una pistola. La había conseguido después de absorber el alma de un pobre agente de policía jubilado. Le resultaba lo más fácil y rápido y dado que le era imposible acercarse a Lu Han, debía usarlo a Ji Min.

El pelinegro guardó el arma en el bolsillo de su chaqueta y salió de la casa. Caminó por el vecindario, siendo las siete de la tarde bajo un cielo plagado de nubes casi negras. A lo lejos, unos relámpagos hacían saltar a los perros callejeros. Ji Min siguió su camino con la mirada totalmente perdida en el horizonte. No siendo consciente de lo que estaba por hacer, su cuerpo chocaba con quien se cruzaba por su lado. Una de las personas con quien había chocado fue Jong Dae. Éste lo miró de reojo y siguió caminando, al parecer no quería saber nada más de Park Ji Min, el dolor del golpe que recibió aun dolía.

Pasando varias casas y cruzando calles para llegar a destino, Ji Min no tenía idea de dónde estaba la casa del castaño, pero sin saberlo su cuerpo le decía que caminara en cierta dirección. Llegó, después de veinte minutos, a otro barrio. Ahora empezaban a caer pequeñas gotas de lluvia mientras los relámpagos seguían aturdiendo y perturbando la calma del lugar.

La casa de Lu Han era mucho más pequeña que la de Se Hun. Tenia un estilo gótico; una reja negra la protegía y un pequeño camino de piedra hasta la entrada era rodeado por varias plantas y flores. Siendo vista desde lejos era como una casa del terror, pero todos los colores de aquellas flores terminaban por darle vida.

Curiosamente la reja se encontraba abierta, por lo que Ji Min ingresó sin problema alguno. La lluvia comenzó a caer más intensamente y su cabello y ropa se mojaron. Mucho antes de llegar a la puerta y llamar, sacó el arma del bolsillo; tocó timbre y se alejó un poco para apuntar hacia el frente, esperando la aparición del chico castaño.

No recibió respuesta por parte de nadie. Volvió a tocar timbre y quedó estático frente a la puerta. Sus ojos estaban fijos en la nada. Él sólo sabía que llegó a la residencia de Lu Han, pero fuera quien fuera el que abriese la puerta recibiría de todos modos un disparo.

Al rato se escucharon unos pasos al otro lado de la puerta, eran de unos zapatos con taco. Lu Han, que había escuchado que alguien había llamado, mandó a su madre ya que él estaba ocupado.

La mujer, de delgada figura y simpática sonrisa, tomó el pomo de la puerta para abrir. Pensando que sería su esposo que volvía tarde del trabajo, no se detuvo a ver quién era, por ello, al encontrarse con el pelinegro de mirada perdida apuntándola con un arma, gritó aterrada.

El dedo de Ji Min apretó el gatillo y la bala salió disparada en dirección a la cabeza de la mujer junto a un sonoro ruido que hizo eco en la entrada. La sangre brotó de la frente de la madre del castaño, salpicando el rostro de Ji Min y todo a su alrededor, así como en la pared, puerta y parte de un perchero de madera.

El cuerpo se desplomó, cayendo hacia atrás. Todo el líquido rojo tiñó el suelo negro de baldosa. Ji Min pasó al interior de la casa y observó el cuerpo sin vida. La pistola cayó de su mano al suelo. Un horrible mareo y sensación de vómito lo hicieron volver a la realidad. Miró asustado sin entender dónde estaba, sin entender por qué un cuerpo delgado de una mujer mayor estaba tirado en el suelo. Buscó con su mirada algo que lo hiciera entender; así, se encontró frente a sus ojos con un espejo colgado de la pared. Notó la sangre en su cara y la tocó con sus manos temblorosas.

Escuchó unos pasos apresurados bajando las escaleras y al mirar se encontró con Lu Han. Ambos se miraron detenidamente hasta que el castaño reaccionó. Corrió hacia el cuerpo de su madre, ahogado en llanto y gritó.


—¡¿Qué hiciste Ji Min?!—Lu Han abrazó a su madre con fuerza y la llevó hasta su pecho—¡Mamá!


El pelinegro observó la escena mientras que daba unos pasos atrás hasta chocar con la pared. Se agarró la cabeza con ambas manos y se dejó resbalar hasta caer sentado. Lu Han no paraba de llorar de manera desgarradora y eso hacía que Ji Min se sintiera peor, así que debido a esos gritos y llantos, tapó sus oídos mientras que cerraba sus ojos con fuerza, queriendo desaparecer.


Haciendo un pacto con el Diablo +18 [Parte 1] COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora