Prólogo

416 40 26
                                    

Papá y mamá no dejan de golpear la puerta. Me tapo los oídos con las manos, pero al final me doy por vencida. No van a parar nunca. ¿Es que no se dan cuenta? No les voy a abrir. Nunca, bajo ningún concepto...

Intento que los temblores paren, pero últimamente se ha vuelto muy difícil contralar mi cuerpo. Aún así consigo meterme en la bañera aunque mi cabeza quiera tirarme de nuevo contra el suelo. 

Odio la gravedad.

Meto el pie en el agua congelada; tiene ese color amarillento que me recuerda al orín. Alargo la mano y cojo la cuchilla. Con las pocas fuerzas que me quedan, rompo el plástico. Me corto los dedos y empiezan a sangrar. Estoy llorando, pero intento controlarme. Al fin y al cabo sólo será el principio.

Cierro el puño de la mano y empiezo a trazar una línea que va desde el centro de mi muñeca hasta llegar al final del antebrazo. La sangre brota a borbotones y cae al agua tiñendo el color amarillo por un rojo intenso. Los golpes de la puerta aumentan con mis gemidos. 

Antes de que pierda el sentido, intento cortarme el otro brazo. El corte es menos profundo y solo llego a cortar menos de la mitad.

Mi conciencia se va enturbiando y noto como se me escapa. Me hundo y trago mi propia sangre. La bañera parece un matadero y cierro los ojos porque prefiero dejarme llevar por el sueño. Llega un momento en el que ya no me importa el constante golpeteo de mis padres...

Ni sus gruñidos. 

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora