Capítulo 60: Una Bala Perdida

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Parte III: La Destrucción

Me han enviado al sótano a por un nuevo calendario. Tienen una gran variedad de calendarios solidarios guardados desde hace años; mohosos y manchados de excrementos de ratón. Algunos de ellos, de aspecto vintage, son de antes de que yo naciera. La mayoría tienen motivos religiosos y solidarios, otros simplemente de sanidad. Hay demasiados fotos de bebés muertos. Dan grima ver sus sonrisas desdentadas. Al coger uno de la Cruz Roja con dibujos de animales levanto el polvo y me quedo sentada de culo tosiendo. Al menos estos no me dan grima como los de bebés. Saber que todos estos niños están muertos me oprime el pecho.

Con la poca luz que entra desde el ventanuco del sótano me guío fuera, a cuatro patas para no derribar los tantos cachivaches del geriátrico que guardan desde años. Al cerrar la puerta casi me muero del susto al verme de cara con Zach.

—No vuelvas a hacer eso —musito y mi voz de nuevo suena apagada.

—Lo siento, creía que te vendría bien la compañía. Estar aquí abajo da escalofríos. Lo dice por la antigua morgue, a pocos metros del metro, al final del corredor oscuro. De reojo puedo ver una camilla asomada en la esquina. Con ella tuvimos que bajar el mes pasado a la Señora López—. ¿No tienes frío? —pregunta. Me fijo en el vaho que sale de mi boca, en mi abrigo de plumas demasiado grande, ahora cubierto por una fina capa de polvo. Perteneció a alguien. Blasco lo encontró en una de sus rondas. Dijo que pertenecía a una antigua amiga.

—Me había olvidado que estamos racionando ahora gasoil. Pronto se acabarán las reservas.

—Vamos, sé un poco más optimista —exclama—. Te estás agriando en este lugar escabroso. ¿Has encontrado lo que buscabas?

—Misión cumplida —contesto enseñando el calendario.

—¿Otra vez cachorritos?

—Le gustarán a Dom.

Zach me sonríe. Una sonrisa muy tierna.

—No quiero quedarme ni un minuto más aquí abajo. Fantasmas y trolls y súcubos.

Mientras caminamos, el uno al lado del otro, nuestras manos se rozan y vuelvo a sobresaltarme. Quizás esto sea lo que debía esperar. Lo que se espera de mí. Zach es quien me cuidó mientras convencía en cama, rota por dentro, costillas mal curadas y tres dedos menos en el pie izquierdo. Se podría decir que tenía un pie literalmente en la tumba.

Al igual que hice en el baño, esperé a la muerte. Esperar sin intentar suicidarme era mi manera de mantener la esperanza. Tal vez, quizás, Diego volvería a encontrarme. Quizás debía esperar.

Blasco me encontró en la cabaña. No habían pasado ni más de cinco días desde que me desperté.

—Tengo que ayudar a Caterina con Dom. ¿Nos vemos a la cena?

Se aleja con una mano alzada y yo me quedo en el pasillo del primer piso, mirando de nuevo al calendario.

—¿Dónde sino? —pregunto a nadie en especial.

Ahora mismo si siguiese habiendo internet buscaría los signos que delatan si a un chico le gustas. Podría atreverme a preguntárselo a Andy. Ella me contestaría que me lanzase.

¿Quiero eso?

En el salón, ahora vacío, saco el calendario y empiezo a tachar números para recolocarlos en su sitio; la tarea que nadie quiere hacer. Han pasado dos años desde que llegue, o algo así, no sigo los días a rajatabla.

Dos años, casi una eternidad.

Dos años desde que no salgo al mundo exterior.

Blasco nos cuenta que todo sigue igual y cada vez que dice eso me quita las pocas esperanzas de que Minnie siga viva. Incluso me preocupo de lo que le haya pasado a Marcos, Verónica y Hugo. Ojala supiera exactamente donde están. Si lo hiciese, no dudaría en ir a buscarles, al igual que ellos hicieron cuando me salvaron de la bañera. ¿Y a quien voy a mentir? Diego también está presente en mis pensamientos. Me pregunto si hubiéramos llegado a la base del Norte si hubiera seguido a su lado.

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⏰ Última actualización: Jan 06, 2018 ⏰

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La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora