Capítulo 8: Medicina Express

112 17 24
                                    

—¡Aquí no hay nada que me sirva! —grita Verónica tirando a un lado el botiquín de emergencia que trae Cop en la mano. Por casualidad lo encontraron en la entrada de la despensa.

Están en el salón intentado salvarle la vida a Aurora. La han tirado sobre la mesa del comedor, sus brazos a cada lado, casi colgando de la mesa. El suelo está cubierto de tierra y Diego trata de limpiarle los brazos sin vomitar. Por un momento cree que ha abierto los ojos, pero al girarse, sigue teniendo ese aspecto plácido. De nuevo una ahorcada.

—¿Dónde está Marcos? ¡Le necesito!

—No le encuentro —contesta Hugo mientras le pasa el otro kit, uno militar, mucho mejor que este.

Verónica se lo arranca de las manos y encuentra más vendas y esparadrapo, después saca tres agujas y le lanza a Diego el bote de betadine. Al hacerlo, unos ibuprofenos junto con cortisona y pinzas salen disparados al suelo y Hugo tiene que agacharse a recogerlo.

—Da igual donde este, id a buscarlo. Hugo ayúdame a levantarla. Tráeme esa almohada y colócala debajo de la cabeza. Bien, ahora levántale las piernas.

—No va a sobrevivir — interrumpe Cop aún observando la escena desde el sofá—. La pequeña suicida ha sido muy meticulosa a la hora de cortarse las venas. No es una amateur. Podría haberla salvado si se hubiese cortado las venas horizontalmente como cualquier adolescente deprimida que quiere llamar la atención.

—Vas a tener que elevarle los brazos para que deje de sangrar. ¡Vaselina! Sí, esto me ayudara. También necesito vinagre blanco. ¡Cop, muévete, joder! ¿Dónde está el agua fría, Diego?

Diego señala al balde encima de la silla. Está helada de recogerla de afuera. Serviría para limpiar la herida y detener la hemorragia. De nuevo le entran ahorcadas al acercar el algodón al corte abierto.

Cuando se enteraron que estaba viva, se había pasado diez minutos consolando a Minerva. Entonces Hugo corrió escaleras arriba y les gritó que bajasen. Minerva le empujó a un lado y llegó al jardín para ver a su hermana cubierta de tierra; siendo enterrada viva.

—¡Sabía que no estaba muerta! —chillaba emitiendo unos ruiditos lastimeros. Ese sonido sigue metido en su cabeza—. No estaba muerta y me obligasteis a enterrarla. ¡No lo estaba! Ahora la habéis matado.

Solo Verónica consiguió meterle un poco de sensatez en la cabeza. Sus gritos iban a atraer a todos los zombis de la zona. Hasta que no la sacudió, no consiguió calmarla.

—No me gusta que llores. No soporto los lloriqueos. Está viva, así que haz algo para que no se nos muera. ¡Deprisa!

Ahora está buscando a Marcos, como si no se hubiese largado ya a algún rincón a esconderse del mundo.

Entre Diego y Verónica empiezan a limpiarle los cortes del brazo, guantes de plástico incluidos, no los de látex de doctor, sino los de fregar. Son los únicos que han encontrado. Ahora las dos empiezan a limpiarle los cortes de los brazos mientras intentaban detener la hemorragia con vinagre. Después de arduo trabajo con vaselina y agua. Todo lo que puedan servirles.

Cop por fin se acerca y después de darle un lingotazo a una botella de whisky escocés y se la pasa a Verónica.

—Procura que no se malgaste.

Verónica se lo quita de las manos con un bufido y hecha un chorro al brazo izquierdo. Después hace una mueca.

—¿Qué ocurre? —pregunta Diego.

—Este brazo me preocupa. El corte es muy profundo. Tendré que hacerle un torniquete. No sé si será lo mejor para su brazo pero le salvará la vida. Si al menos Marcos estuviera aquí...

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora