Siempre tiene que pasarme a mí. Hasta ahora no me había dado cuenta, con todo eso del viaje inminente, pero no encuentro mi cadenita en mi cuello. Empiezo mirando por mi cuarto pero no la encuentro en ninguna parte. Ni siquiera dentro de la bañera. Me resisto a la idea de que se haya escurrido por el desagüe, así que bajo corriendo por las escaleras y empiezo a mirar en los huecos del sofá.
Tiro las almohadas al aire y una de ellas le da en plena cara a Marcos. Formulo una disculpa y sigo rebuscando por el sofá.
—Me gustan las peleas de almohadas, pero tenemos que prepararnos. Cuando estemos en la base podrás jugar todo lo que quieras conmigo.
—He perdido mi cadenita.
—¿Tu hueso de la suerte?
—¡Sí, ese mismo! La última vez que lo comprobé estaba en el baño y ahora ha desaparecido.
—Puede que esté por alguna parte de la casa. Si lo encuentro te digo.
—¡Gracias! —grito buscando debajo del sofá. Nada. Solo pelusas.
Me retuerzo el cerebro pensando en donde más podría estar. Voy al invernadero y ni siquiera la encuentro en el fondo del bidón. Salgo afuera y me arropo con la chaqueta de lana. De verdad que ha empezado a hacer frío.
Mis pupilas se detienen en mi tumba y pienso que puede que esté allí, allí donde me habían intentado enterrar. Me da mal rollo, pero necesito encontrarla. Pertenece a mi madre, y a la made de mi madre, creo que llega hasta mi tatarabuela. Es importante para mí, sobre todo ahora que no está ella; un regalo de cuando cumplí dieciseis años.
Me meto dentro de la tumba y empiezo a escarbar con las uñas. La tierra está helada y tres de mis uñas se parten. Vuelvo a salir de ella y cojo la pala del invernadero. Debería haber pensado en ella primero. Empiezo a cavar y a revolver entre la tierra esperando dislumbrar algún brillo. Me mancho de tierra hasta las orejas, pero me da igual. Necesito encontrarla.
Después de cavar y rebuscar entre la tierra solo acabo encontrando piedras y gusanos. Me doy por vencida y me tumbo en el suelo. De todas formas, es mejor que no me apegue a los objetos materiales, al fin y al cabo se pierden igual que a las personas.
—¿Librándonos de hacer el trabajo sucio? Es un detalle que caves tu propia tumba.
—No voy a enterrarme —digo ofendida y abro los ojos para ver a Diego—. Estoy buscando algo.
—¿Esto? —dice sacando mi cadenita del bolsillo. Doy un salto y me levanto para cogerla—. No tan rápido.
Me la aparta de la mano y yo me cruzo de brazos. Suelto un suspiro de dolor cuando toco a mis cicatrices.
—Vas a tener que ganártela para recuperarla.
—Es mía. Si te la metes otra vez en ese bolsillo será como si me estuvieses robando.
—Robar no es lo mismo que tomar por prestado.
—¿Entonces no es un delito tomar mi cadenita como rehén?
—En este nuevo mundo no.
—Se lo diré a Minerva.
—Y yo le diré que me estuviste espiando mientras me bañaba. Desnudo.
—¡Eso no es cierto! —grito abochornada. No le había visto desnudo. No podía creer que pudiese decir eso.
—Tendrás que convencer a tu hermana.
—Serás... —murmuro tragándome el insulto. Respiro hondo y busco la palabra adecuada—. Serás injusto. No he hecho nada para que me trates así.
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La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el Apocalipsis
Storie d'amore¡ZOMBIS, TENSIÓN SEXUAL Y UN AMOR IMPOSIBLE! A Aurora no debería atraerle el novio de su hermana mayor, pero está en el apocalipsis zombi, no es que haya mucha opción más que confiar en él. Además, todo esto del fin del mundo no es una buena combina...