Capítulo 36: El cuchillo

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Alguien ha vomitado cerca de la morgue de la Base y es mi ocupación limpiarlo con un estropajo y un cubo lleno de agua y lejía. No es peor que limpiar la sangre pútrida de tus padres. 

Al terminar, me quito los guantes de plástico y me limpio el sudor de la frente. Es entonces cuando escucho las voces estrepitosas de los soldados. Al echarme a un lado, Cop se queda atrás. 

De vez en cuando se pasa a verme, como si quisiera animarme de algún modo o pasarse a comprobar que no me he cortado las venas de nuevo, pero al final siempre acaba soltando algo que me saca de las casillas. 

Esta vez mete su mano en su bolsillo abultado y me tira una cosa circular. La cojo al vuelo antes de que se caiga en el cubo de vómito.

— Ha llegado un cargamento y pensé que esto te haría sonreír.

Lo hago al ver la manzana en mis manos y Cop me despeina el pelo. Luego, se va y yo me quedo embobada observándola algo tan fresco como una manzana del exterior. Debería dársela a Minnie, o al menos ofrecérsela. Desecho la idea al oler su olor fresco. Si Cop me ha dado es porque quiere que me la coma yo y seguro que tiene suficientes para Minnie y los demás. Curioso que se haya tomado la molestia de ser amable. La rutina diaria de la Base le ha sentado bien. Está menos feral. Mucho más disciplinado con eso de la sobriedad. 

Me la guardo en el bolsillo y me pongo de rodillas para recoger el estropicio. 


Llega la noche y el estomago me ruje. Encima no puedo dormir. Miles de tonterías me preocupan y no entiendo por qué. Todo debería ser mucho más fácil, ahora que estoy a salvo dentro de una cuarentena militar. Debería ser fácil dormir, pero en cambio me encuentro tumbada mirando el techo sin poder cerrar los ojos pensado en el exterior. Si esto cae, ¿qué vamos a hacer? Tales pensamientos me oprimen el pecho y obligo a levantarme, y andar un poco para relajarme por el pasillo. 

La sala de juegos está en silencio por una vez, a veces no me deja dormir el ruido que sale de ella. No suelo pasarme el tiempo allí salvo para cuando estoy con Minnie y sus amigos, pero por lo demás prefiero encerrarme en mi cuarto a leer... o dormir. He estado durmiendo más de diez horas cada noche. Es difícil saber la hora exacta bajo tierra y los pitiditos son quienes controlan nuestra rutina. 

Cuando acabo en la cocina abandonada de la sala de juegos, donde normalmente la gente baila encima de las encimeras, me siento en una silla y saco la manzana. Está amarilla y un poco machacada, pero parece estar en buenas condiciones. Me pregunto de donde vendrá. ¿De algún campo abandonado? ¿Alguna granja bajo la protección de los militares? Busco algún cuchillo que me ayude a cortar la manzana en los cajones de la encimera. Es mejor que me la coma hoy antes de que se ponga más pocha. No encuentro ningún cuchillo salvo uno de cortar jamón. Limpio la hoja con mi pijama y me quedo mirando el filo. 

¿Qué hubiera pasado si yo hubiera matado a mis padres?

 ¿Habría salido en busca de refugio o me habría suicidado? 

No me extraña que con estas preguntas no pueda conciliar el sueño. 

Ejerzo presión sobre la manzana y pelo parte de la piel. Podría comérmela a mordiscos, claro, pero a saber por qué manos ha pasado. Las de Cop sin duda no son muy fiables. Corto un trozo y parte de la piel cae al suelo. Eso me distrae y la manzana acaba saliendo por los aires. El filo del cuchillo me corta y me quedo consternada mirándome el dedo. Sangre. No es mucha, no comparado con la bañera. Pensar en ella me saca un escalofrío y me escuecen los brazos ahí donde la cuchilla atravesó la piel. No soporto ver su color carmesí contra mi piel blanca y me meto el dedo en la boca. Saborear la sangre tampoco me ayuda y acabo escupiendo en el lavabo.

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora