Capítulo 55: Barajea tus opciones y elige a quien sacrificar

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Diego ronca a mi derecha, tan campante, tan... insufriblemente tranquilo. No puedo dejar de cambiar de posición en el sofá; tan cansada que no me entra el sueño. Los latidos de mi corazón me golpean las sienes, sin descanso alguno. Por más que cierre los ojos, el escozor de lagrimas me asalta los sentidos. Me han causado la peor migraña de mi vida y me levanto para estirar mis piernas adormiladas y poner algo de claridad a mis pensamientos. Doy vueltas y vueltas hasta que me paro delante de las persianas cerradas del edificio.

Es de día, luz brillante entrando entre las rendijas. Al separar las láminas metálicas con mis dedos, el sol del mediodía entra en todo su esplendor y golpea la cara de Diego, sacándole una protesta indescifrable hasta que se tapa los ojos con el brazo.

No me disculpo.

Diego debe de llevar trece horas durmiendo en el suelo.

Después de nuestra discusión, dijo que no podía seguir así, sin dormir, que lo hablaríamos cuando hubiera descansado. Al segundo de haberse tumbado en el suelo, se quedó dormido y yo fui tan tonta como para buscarle una manta y una almohada. Debería haberle dejado con tortícolis.

Me había dejado llevar por la adrenalina y ahora estaba avergonzada; el remordimiento comiéndome viva. ¿Cómo podré mirar a Minnie cuando volvamos a encontrarnos? ¿Qué le diré? ¿Qué Diego besaba mejor de lo que me esperaba? ¿Qué incluso cuando no había practicado mucho con eso de los besos podía saberlo? ¿Qué me daba vueltas la cabeza cuando sus manos me tocaban o que hubiera querido algo más encima de ese azotea rodeada de tanta muerte? ¿Qué clase de excusa daría?

Porque estaba claro que Diego no me quería. Solo me había besado porque estaba mal de la cabeza, con un estrés post traumático de caballo, sin pegar ojo en dos días, y febril; tan febril como para besarme. Por supuesto que todo había sido un error.

Un error del que yo me había aprovechado. Y qué aprovecho. Mis manos tocan mis labios y después me apoyo contra la ventana. Minnie va a matarme.

Desde abajo puedo ver el tanque de agua y a Erich Meriter agujerear las cabezas de los zombis desde las escaleras con un trozo arrancado de barandilla. Bajo sus pies hay una capa de cuerpos inmóviles, muerto sobre muerto, los zombis que caen y caen, formándose poco a poco una montañita de trozos de carne muerta.

Abro la ventana antes de pensarlo y grito su nombre, hasta que Diego me tapa la boca y me tira sobre los cojines del sofá.

—¿Qué estás haciendo?

Está medio apoyado sobre 

el sofá ocultándome la vista del tanque. Tal vez Erich me haya escuchado o tal vez mi grito se lo haya comido el murmuro eterno de los zombis.

—Te lo dije, con él sobreviviré.

—No lo harás, acabarás en algún... culto apocalíptico. Un harem... con ese Erich.

No puedo evitar reírme.

—Has visto demasiadas películas.

—¿Has dormido a caso? —pregunta.

—¿Cómo voy a dormir en una situación como esta?

—Aurora, duérmete —me ordena—. Te sentará mejor.

De nuevo tiene ese aspecto que me intimida. Pero algo dentro de mi estomago se revela, esperando.

—¿Y si no quiero? ¿Qué harás?

Sus ojos acaban en mi boca y mis mejillas arden en anticipación.

—No voy a jugar a este juego.

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora