Amanece. No me he movido de la bañera. Hace horas que me he quedado sin lágrimas y solo queda el dolor de cabeza que me he auto infligido. Después de todo, tres horas golpeándome la cabeza contra las rodillas tiene sus consecuencias.
Cuando empieza a clarear levanto la cabeza, y miro hacia arriba. Puedo ver el cielo gris a traves del tragaluz. ¿Qué estoy haciendo? ¿No saldré nunca de ahí? Los golpes contra la puerta son mi única respuesta.
Me levanto y me vuelvo a caer contra la porcelana de mi bañera. Todo el cuerpo me duele. Decido mirarme al espejo. Sigo siendo la misma persona; aunque me cuesta reconocerme con esa cara tan hinchada, los ojos rojos y esas las ojeras casi negras. Acaricio la fría superficie de mi reflejo: esta soy yo; asustada y aterrorizada.
Me mojo la cara y bebo del grifo. Luego vuelvo a meterme en la bañera e intento no pensar.
Han pasado tres días según mis pequeños momentos de lucidez en los que solo observo los cambios de luz. Los golpes son constantes y me detienen de abrir la puerta. Nadie ha aparecido y yo no me siento con ánimos de hacer algo al respecto. Mi móvil está fuera de mi alcance, todavía escondido entre las sabanas de mi cama. Estoy tan abrumada por la imágenes de estos tres últimos días que solo quiero morirme aquí mismo.
Finalmente, el hambre puede conmigo. Hasta estos tres últimos días había podido manejar mi estomago con todas esas imágenes de sangre y vísceras, pero empieza a ser demasiado fuerte. Tiritando de frío, he estado bebiendo hasta llenar mi estomago. Cada vez que siento ese agujero en el estomago intento rellenarlo con agua. No sirve de mucho y me empieza a obsesionar la idea de quedarme sin agua. Me atemoriza que corten la corriente.
Porque algo debe de estar ocurriendo allí afuera. ¿Dónde están todos mis vecinos? Incluso Red no ha aparecido y dijo que vendría a ver a papá. Tiene que aparecer alguien tarde o temprano. Si no es la señora de la limpieza, tiene que ser Minnie. Minnie dijo que vendría en Navidad. Alguien tiene que venir...
Temblando, lleno la bañera de agua, pero no me siento satisfecha así que lleno el lavamanos, un vaso, los botes de champú y el bidé que utilizo para hacerme la manicura.
Me paso las horas muertas mirando a la puerta y contando los golpes, pero cuando eso se me hace insoportable, duermo. No pienso en los monstruos que son mis padres porque estoy segura que son monstruos, ¿sino por qué solo gruñen?
Llega un momento, en el que estoy tatareando para mí misma, que me doy cuenta que debo de estar perdiendo la razón. Me levanto hecha una furia para abrir la puerta, pero me paro con la mano sobre la cómoda que me separa de esos monstruos. Noto sus puños rebotar contra la madera; ahora más desesperados; sus gruñidos más agudos. Bajo las manos. No puedo abrir la puerta. Me lo impide el miedo y la poca razón que aún me queda, así que me siento sobre el inodoro y vuelvo a llorar. Solo puedo esperar la muerte.
Cada día me cuesta más abrir los ojos y despertarme. Las horas y los segundos ya no significan nada. Me he leído dos revistas que llevan años olvidadas en mi baño. Creo que son de mi hermana. Hablan sobre tonterías de la adolescencia. Si dos mejores amigas se peleaban por el mismo chico, si una madre no le compraba un móvil a su hija o si a una le gustaba su mejor amigo. Sus problemas son tan pequeños que me rio. Sobre todo cuando trataban sobre peleas entre padres e hijos. Lo que daría porque mi madre me echara la bronca por no estudiar. Me las leo varias veces, pero en ningún momento hacen que me sienta mejor.
Un día me obligo a hacer un poco de ejercicio pero me siento tan mal que acabo sentada de nuevo en el inodoro. Me pesan los parpados, pero cuando oigo una sirena cruzar la calle empiezo a gritar con todas mis fuerzas pidiendo ayuda. Es el primer signo de vida desde hace días.
Cuando el sonido desaparece, yo me quedo destrozada. Soy una tonta por pensar que me oirían con ese estruendo. Hace días lo intenté, pidiendo ayuda y gritando hasta quedarme ronca y mareada. Si nadie ha venido a ver a mis padres significaba que ellos no son un caso aislado. Puede que todos estén muertos. Minnie... Red... Ellos también deben de estar muertos como papá y mamá.
Me echo bocabajo sobre el suelo porque eso es lo que me tranquiliza cuando me siento deprimida. Tumbarme sobre mi estomago me ayuda a reflexionar y ahogarme con mis lagrimas.
Me odio a mí misma. Me imagino a mi misma libre de esta cárcel. He sido una estúpida encerrándome aquí. Odio cada parte de mi carácter, mi aspecto y de mi vida malgastada. Si muero aquí habré malgastado toda mi vida ¿Qué he hecho hasta entonces? Nunca he destacado; siempre dentro de la media. Incluso mis notas jamás han sido las mejores. Nunca sabré lo que es tener un novio, nunca me romperán el corazón, ni iré a la universidad, ni me graduaré ni sabré lo que es la rutina laboral. Nunca podré casarme ni tener hijos. Nunca saldré de allí.
— Que puta mierda —grito enfadada conmigo y con el mundo. Acto seguido me rio. Mi madre me hubiese lavado la boca con jabón.
Estoy furiosa con ellos. Ellos son los causantes de mi desgracia. No debería estar allí dentro desde un principio. Doy un puñetazo al suelo, desde que me hice sangre de tanto golpearme la cabeza, me ha dado por dar puñetazos. Así no me salen chichones. Los puñetazos duelen menos. Lo peor es que me debería dar igual que me doliese. Estoy aquí encerrada esperando a que mi cuerpo se alimente de mi grasa y luego de mi masa muscular; y así poder morirme en paz.
Creo que han pasado dos semanas o más. No me molesto en escribir en el espejo los días porque solo estarían contando los días que me faltan para morirme. Es obvio. Cada día que pasa me siento mucho más débil que el día anterior. Estoy durmiendo el triple y a veces ni me puedo levantar. He dejado de palpar mi cuerpo porque me mareo al tocar cada hueso que sobresale.
Lo peor que llevo es la depresión. El hambre y la tristeza me están carcomiendo por dentro. Cada día pienso más en el suicidio. Agarro la cuchilla de afeitar pero nunca me decido y acabo por dejarla en el mismo sitio.
No acabo por aceptar el suicidio hasta que se me acaba el agua. Por más que abra el grifo no sale ni una gota. Me entra el pánico y empiezo a golpear todo lo que se me pone delante. Tiro todo lo que hay encima del lavamanos; el cepillo, el vaso de agua, los champuses y las sales de baño. Todo.
He pasado tanto tiempo sin hacer un esfuerzo tan grande que me mareo y me caigo al suelo. Trato de agarrarme a algo pero me golpeo la cabeza contra el bidé y me quedo inconsciente.
Me quedo embobada mirando al tragaluz. No me puedo mover y cuando me levanto todo me da vueltas durante días. Por mi propio bien me debería haber muerto con la caída, pero sigo aquí. Me cuesta tanto levantarme que dejo de beber durante un día. Al final me tengo que levantar para quitarme los cristales del vaso que me han clavado en la espalda. No llego algunos y tengo que convivir con ellos.
No entiendo porque tengo la cuchilla en la mano, pero la veo como mi salvación. Podía hacerlo; acabar con todo. Me trago toda el agua que queda en el bidé hasta reventar porque quiero emborracharme antes de cortarme las venas.
Me he decido por el cliché de matarme en la bañera porque el suelo sigue cubierto por cristales y objetos rotos. Además el agua empieza a estar amarilla. Nadie va a necesitar este agua.
Quiero morirme y voy a hacerlo.
*Nota importante: en ningún caso, apoyo la idea del suicidio. Si estás deprimido, si no encuentras otra solución que el suicidio, busca ayuda. No estás solo en este mundo. >.<
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La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el Apocalipsis
Romance¡ZOMBIS, TENSIÓN SEXUAL Y UN AMOR IMPOSIBLE! A Aurora no debería atraerle el novio de su hermana mayor, pero está en el apocalipsis zombi, no es que haya mucha opción más que confiar en él. Además, todo esto del fin del mundo no es una buena combina...