Capítulo 20: El Incidente, la pica y la pistola

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—¡Mierda!

—¿Otra vez?

—¡Sí, y deja de conducir por cada bache que te encuentras por el camino! Me estás estropeando mi camiseta.

—Lo siento.

Verónica bufa y se mete otra cucharada de estofado frío. Me pasa la lata y la miro asqueada. Sobre su hombro hay una mancha marrón muy poco favorecedora.

—No tengo mucha hambre...

—Comételo.

—Vale... —contesto y obedezco. Sabe peor de lo que me imaginaba, la comida está helada y encima la salsa tiene la textura de baba de caracol. Me tapo la boca para no regurgitarlo.

—¿Vas a vomitar? ¿No tienes estomago? Si vomitas verás

A duras penas puedo decirle que no, que estoy bien, pero en el fondo no estoy bien; me duele el trasero y la espalda de estar días sentadas, y encima parece que nunca vamos a llegar a la Base. Han pasado seis días interminables. Tuvimos que dar media vuelta al encontrarnos una carretera cortada por un camión y luego, otro desvió cuando aparecieron una bandada de muertos.

Mientras tanto voy rotando de coche. Unas veces me quedo un día entero con Minnie y otras veces acabo de nuevo con Hugo y Verónica. Hay veces que me siento al lado de Marcos y otras con Diego. A veces incluso Cop se da una cabezadita al lado mío. De todas formas todos estamos de morros. No soportamos dormir en el coche, ni comer, ni hablar, ni tener que parar cuando tenemos que vaciar la vejiga... Eso me recuerda que tengo que ir urgentemente.

Miro por la ventana y estudio desconfiada los edificios con apariencia abandonada. Tal vez haya gente ahí dentro. Personas atrapadas como yo en ese baño. No nos hemos encontrado a nadie y eso me extraña. Es imposible que todos se hayan convertido en esos monstruos. Me digo que esperaré hasta que lleguemos a un camino segundario para ir al baño.


Me he dormido y está anochecido. Faltan minutos para que desaparezca el sol.

—Necesito ir urgentemente al baño.

—¿Ahora?

—En serio. Ahora.

Hugo lanza cinco destellos a Cop y el todoterreno se para. Estamos en un camino de tierra y eso me tranquiliza, no hay ninguna casa intimidante donde puedan esconderse humanos.

Cuando salgo del coche, las piernas casi no me responden. De entre la sombra de los arboles busco un lugar apartado. Hay uno detrás de unas rocas. Verónica también sale del coche y camina en silencio conmigo hasta llegar a mi nuevo retrete. Se queda cerca, aprovechando para aliviarse ella misma, pero no lo suficiente lejos para que me sienta cómoda. Canturrea una melodía mientras yo me concentro. Termino y me limpio con uno de los últimos clínex que nos quedan. No me extraña que Minnie lo llamase lujo.

Cuando estamos caminando de vuelta nos quedamos patidifusas al no ver a los coches. Verónica me tira contra un árbol y nos quedamos quietas. Sus uñas se me clavan en la piel.

—¿Dónde están los coches? —susurro.

—Calla.

Verónica saca la cabeza y la sacude.

—Si esto es otra de las bromas pesadas de Cop le voy a pegar un tiro.

—¿No hay ni rastro de ellos?

—Ni siquiera a un puñetero zombi.

—Puede que se hayan adelantado.

Verónica va repitiendo insultos que escandalizarían a cualquier monja de clausura mientras nos acercamos a la carretera. Empieza a oscurecer y no hay ningún rastro de los coches. Verónica se agacha y observa las huellas de neumático.

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora