Diego está rodeado y lo único que quiero hacer es continuar corriendo. Era un error ir hacia la valla; directos hacia la marabunta de zombis. Cuando vuelve a gritar, no es mi nombre, es algo mucho peor. Paro sobre mis talones; hace escasas horas le había dicho que le quería, ¿y ahora estaba planeando dejarle morir?
Diego recula sobre sus pasos, pero le cortan el paso, franqueado por miles de seres hambrientos y dejo de verle entre tantos cuerpos. Entonces me agacho y esquivo a un zombi con la carne pelada por ácidos gástricos; dándome de bruces con un zombi vestido de soldado.
Me intercede el paso.
—¿Quieres meterte conmigo? —pregunto, pero me tiembla la voz y le empujo del costado, arrojándole contra una pared y ocasionándole poco daño salvo apartarle de mi camino.
Al agarrar el arma del soldado zombi, coloco un pie sobre su estomago para que deje de acercarse y tiro de su arma; una metralleta atada con una especie de correa alrededor de su hombro. Está enmarañada con una herida grave sobre el cuello y tiro de ella, casi desestabilizándome al tener un pie en el suelo y otro en su cuerpo, hasta que doy un nuevo tirón y se mete más adentro; encallada ahora con el hueso de la clavícula; aún más enterrada en su carne blanda, junto a mi pie en su estomago.
Al sentir los jugos gástricos acariciar mi tobillo tengo que girarme para vomitar mientras sigo dando tirones.
—¡Suéltate! —grito; es un tiro y un afloja—. ¡Por favor, suéltate, suéltate!
La correa empieza a estar escurridiza por el mejunje de su sangre y entrañas, y hasta que no se aproxima un zombi por detrás; tirando de mi hombro; arrojándome con más fuerza de la que me esperaba a un lado, no logró desencajarlo.
Al golpearme contra la pared, el nuevo zombi, una mujer con aspecto de culturista, da un paso hacia mí y tengo que apartarme antes de que me abrace y me lleve con ella al suelo. Mis manos siguen pegadas a la metralleta viscosa.
«Que tenga balas», mi cabeza da vueltas sobre la misma idea fija. «Que tenga balas, ¡por favor!» Mis manos tiemblan, escurridizas, y dando el baile de San Vito sobre la culata.
El cartucho está vacío y sin pensarlo, golpeo con rabia el rostro de la mujer culturista, hasta que el cañón se hunde en su cara y donde antes había una nariz solo hay un orificio negro. Deja de moverse de mi costado. Cayendo bajo su propio peso.
No tengo tiempo para gimotear porque Diego grita y echo a correr hacia él, con una metralleta inservible y sin muchas capacidades para defenderme.
Al pasar junto al soldado zombi le doy una patada y sigo corriendo hacia Diego... o a zombi que debe de haberse convertido.
Si tiene que convertirse no dejaré que Minnie le vea así.
****
Encima de un montículo de arena, Diego lucha por mantener a los zombis a raya; lejos de su carne a base de patadas. Lo cual es engorroso, porque no dejan de tirar de su pantalón por todos lados y solo sus botas altas, hasta el tobillo, evitan que las uñas rasposas le infecten; uñas que no dejan de crecer aún cuando muerto.
La mayoría de estos zombis tienen el pelo largo, el pelo también crece al morir y Diego piensa que dentro de años, cuando él muera, ellos seguirán buscando carne con cabelleras hasta la cintura. La mayoría están aletargados por la falta de calorías, aunque algunos otros, aquellos espabilados y con el estomago lleno, son quienes más le enredan la existencia.
Una existencia con los segundos contados.
Entonces ve a Aurora, con una metralleta tipo Rambo; golpeando a los zombis distraídos por detrás; clavando el cañón en sus nucas; respirando a bocanadas en el aire frío de la mañana; una gran bolsa de vapor formándose a su paso.
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La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el Apocalipsis
Romance¡ZOMBIS, TENSIÓN SEXUAL Y UN AMOR IMPOSIBLE! A Aurora no debería atraerle el novio de su hermana mayor, pero está en el apocalipsis zombi, no es que haya mucha opción más que confiar en él. Además, todo esto del fin del mundo no es una buena combina...