Capítulo 26: "Cómo conoció a tu cuñado"

78 15 6
                                    

De repente, el coche se para y tengo que estirar el cuello para mirar por encima de la cabeza de Marcos. Es un voluminoso obstáculo cubierto por nieve. A través de la ventisca casi no puedo reconocerlo, pero juraría que es un coche. Me entran escalofríos, no quiero que el coche se detenga, la última vez que ocurrió casi nos matan a todos.

—Esto iba a pasar tarde o temprano —dice muy serio Cop; tanto que me cuesta tragar—. Que no cunda el pánico, no íbamos a poder avanzar mucho más con este temporal. La nieve empezaba a impedirnos el paso y hemos tenido suerte hasta ahora, pero sin apisonadoras esto era inevitable.

—¿Qué es lo que tenemos que hacer? —pregunta Minnie.

—Lo normal en estos casos sería esperar a que aparecieran las autoridades.

—Eso está completamente descartado, ¿no? —dice Verónica con una risa sarcástica.

—Bueno, yo soy la autoridad, pero en estas condiciones no puedo hacer nada. La ventisca se nos echa encima. Si el temporal fuese más leve os sugeriría quedarnos en el coche. Aunque con esta helada... No dudo que acabaríamos muriendo de frío tarde o temprano. Este temporal es de los fuertes y dudo que vaya a remitir mañana o pasado.

—¿La solución? —se atreve a preguntar con voz queda Hugo—. Tiene que haber una solución, ¿verdad?

—Obvio, pero no creo que os guste a nadie.


Minnie trata de no llorar mientras besa a Diego y le rodea el cuello con una bufanda.

—Abrígate mucho y no te metas en líos. Tienes que volver a mí sano y salvo, ¿vale?

Le vuelve a besar y yo aparto avergonzada la mirada. Verónica se cruza de brazos y murmurra un seco "cursis". Seguimos en el coche y no hay mucha intimidad que se diga. Incluso Hugo se remueve incomodo.

—Volveré enseguida. Tú cuida que ella no se meta en líos —dice señalándome en mi dirección.

—Lo intentare —contesta Minnie tratando de sonreír.

—Ya os vale, que no se va a la guerra, y no me tratéis como a una niña revoltosa.

Diego se pone unos guantes. 

—Bueno, cuidaros hasta que volvamos y nada de hablar con extraños. Ya sabemos lo que paso la última vez.

Minnie y yo nos quedamos mirando por la ventana, limpiando el vahó hasta que desaparecen en la tormenta.

—No soporto que nunca me incluyan en tus planes —se queja Hugo.

—¿Te hubiese gustado ir? —pregunta indiferente Verónica.

—No, pero...

—Los hombres y su estúpido orgullo.

—Me gustaría que contarán conmigo al menos una vez.

—Has estado herido, por supuesto que no te iban a invitar a la fiesta del siglo —consigo formular. Minnie me toca el hombro agradecida, pero Verónica se encoje de brazos.

—Piensa que al menos no te estás congelando los huevos.

Cuando se hace otra vez el silencio no puedo más con ello y tengo que preguntarles:

—¿Cómo os conocisteis? Todos vosotros.

Hugo me sonríe agradecido de que rellene el incomodo silencio y empieza a contarme:

— Yo fui el suertudo de liarse con Verónica una noche. Se divirtió conmigo durante una semana y luego me dejó. —Verónica ni reacciona al escuchar esto—. En esa semana, Diego y yo nos convertimos en grandes amigos jugando al baloncesto. Quería irme del grupo, me dolía lo de Verónica, pero Diego me convenció de que era más importante un nuevo amigo que una antigua ex. Entonces descubrí que podía interactuar con Vero...

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora