—A lo sumo tendremos leña para cinco días.
—¿Qué haremos entonces?
—Romper muebles o quemar libros.
— Primero los muebles, por favor.
Eso hace que Diego sonría.
—Sabía que ibas a decir eso, en el fondo eres una sentimental.
—Los muebles no sirven para nada y en cambio lo libros son lo más preciado que tenemos ahora.
—Sin contar las pistolas, los cuchillos o la gasolina.
A lo cual miro preocupada nuestros suministros. Menos mal que mamá era dada a hacer recolectas para la iglesia y mandarlas a los niños de África. En nuestra despensa teníamos un armario entero para recolectar latas y paquetes de legumbres. Eso me hace preguntarme como estarán las cosas allí. Debería haber sido mejor persona y ayudar a mamá con sus fiestas benéficas cuando tuve la oportunidad.
—Tú sí que no eres tan sentimental —contesto a Diego—. Los libros son mucho mejor que pasarnos las horas muertas jugando al parchís, sin duda.
—Es porque siempre pierdes. No le eches la culpa al parchís.
Dormimos juntos para mantenernos calientes durante las noches heladas. La chica en medio y Diego y yo a cada lado. A veces nos quedamos noches enteras recontándonos viejas anécdotas. Normalmente le cuento sobre Minnie, Pedro y Marcos en el colegio, antes de que creciésemos y todo cambiase. Diego me cuenta a menudo de sus tantos clubs de la universidad, no de su familia.
—Al menos ella no se mueve —digo mirando al techo.
—Tú respiras con fuerza. Como un búfalo.
Me levanto un poco, apoyándose con un codo y le miro.
—¿Eso es un eufemismo para decir que ronco? —pregunto.
—Es bastante adorable, como un cerdito, y además lo prefiero al viento. Ese sí que no deja de despertarme.
—¿Tienes insomnio?
—Más bien un sueño ligero —responde lanzando una tapa de botella y recogiéndola al vuelo—. Tú sueñas mucho por cierto, casi llegas a hablar, pero nunca llega a ser comprensible.
—Debo soñar con mis padres.
—Te prometo que si soñarás con tus padres sería peor.
—¿Tú sueñas con los tuyos?
—Sueño con ellos desde los diez.
Falla al recoger la tapa y le cae en la cara.
—Vaya, así que don perfecto era un niño con problemas.
—No se lo comentes a Minerva, pero fui al psicólogo hasta los dieciocho.
Quiero preguntarle por qué, pero dudo que me lo cuente. Que sea tan abierto conmigo después de pelearnos es extraño y no quiero presionarle. Aunque parece que él no se corta un pelo con sus preguntas.
—¿Te arrepentiste cuando te cortaste las venas?
—No —susurro. Mis venas cortadas parecen atormentarle.
—¿Por qué?
Por una vez su pregunta no suena tan resentida como antes. Como si quisiese comprenderme.
—Solo existía una pequeña posibilidad de que alguien me salvase. Ya había esperado lo suficiente, prefería una muerte rápida que esperar un día más. El hambre es aterrador, Diego, y solo quería que dejasen de aporrear las puerta. Era como un martillo golpeándome una y otra vez hasta que pensé que había perdido la razón.
—¿Sabes que te las cortaste minutos antes de que llegásemos?
—Tengo mala suerte, o tal vez no, porque pudisteis salvarme.
—Fuimos a un hospital y había demasiados zombis. Por poco muerden a Cop... Si no fuera tan cabezota
—Cop es un caso perdido. Aunque en el fondo creo que le estoy cogiendo cariño. Si no bebiera tanto...
—Si no fuera un cretino machista.
—Lo hace para provocarte.
—Lo consigue... —En silencio pienso en Cop. Precisamente él porque espero que proteja a mi hermana y a Marcos—. No puedo creer que volvieses a te las cortases por una chica en coma.
—¿No lo has dicho antes? Soy una sentimental. Lo volvería a hacer sin dudarlo. Y fue un corte pequeño... al menos en comparación con las que me hice con la cuchilla. No quiero que alguien más muera en este mundo.
—En el fondo eres muy valiente —dice avergonzado, como si quisiera murmurarlo.
—Y en el fondo, pero muy, muy en el fondo, tú no eres tan prepotente.
Pasa otro día y lo hacemos jugando a los mismos juegos o leyendo. A veces nos quedamos hablando, nunca sobre el futuro y muy pocas veces de Minnie y los otros. No queremos recordarnos la incertidumbre de saber si están a salvo en la Base. Si volverán a por nosotros... Nos contamos las tramas de películas que alguno de los dos no ha visto, o incluso la trama de libros enteros como El Señor de los Anillos. Algunas veces nos hacemos tests de las revistas olvidadas en la recepción. Minerva y Verónica ya han garabateado todas las respuestas. Diego y yo bromeamos sobre los resultados. Al menos ahora sé cual es la piedra spiritual de Diego y cual es el corte de pelo que mejor me quedaría. Un día hablamos incluso de política, algo que digo que se ha ido al garete y al oír eso, Diego me pregunta irónico si no han estado siempre allí.
Ojala no tuviera razón.
Me despierto en plena noche porque Diego está tosiendo. No le puedo decir nada, porque yo también tengo frío y estoy impresionada que no me haya constipado todavía. Antes me enfermaba a la menor oportunidad y mamá me llamaba la dama de las Camelias. Diego sigue tosiendo y ni siquiera puedo darle un caramelo de menta. Esos se los comió Cop al llegar.
Ahora su tos suena como si tuviese un grave ataque de flemas. Así que busco con la mano una de las garrafas en el suelo.
—¿Quieres un pañuelo? ¿Agua? —pregunto soñolienta.
No contesta y bostezo. No encuentro la garrafa, así que agarro la linterna de debajo de la almohada. Mientras ilumino el suelo en su busca, lo que parece una patada me golpea el coxis.
—¡No hace falta patearme, ya voy a por una botella!
Diego suena como si se estuviese ahogando y pienso, entonces, que Diego no puede haberme pateado porque la chica en coma está en medio. Mi estupor desaparece al levantar la linterna y apuntar en la dirección de Diego.
No hay nadie en la cama, las mantas han desaparecido y las sabanas están arrugadas. Me muevo de rodillas, esperando encontrarme a Diego en el mismo estado que mamá; con papá royéndole las entrañas. En cambio esta vez no hay sangre. La chica está encima de Diego asfixiándole con las manos, sus ojos otra vez abiertos y ciegos de terror.
Grito saltando de la cama y tirándola al suelo. La chica grita, un grito aterrador y empieza a patearme y arañarme. La suelto para que no me muerda y sale corriendo por el pasillo aún gritando. No puedo ir detrás.
Diego está en el suelo inconsciente.
Temblando compruebo que no está respirando, que su cara está roja de la sangre concentrada en su cabeza.
— Diego, por favor, no —le pido llorando—, no te mueras.
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La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el Apocalipsis
Romance¡ZOMBIS, TENSIÓN SEXUAL Y UN AMOR IMPOSIBLE! A Aurora no debería atraerle el novio de su hermana mayor, pero está en el apocalipsis zombi, no es que haya mucha opción más que confiar en él. Además, todo esto del fin del mundo no es una buena combina...