Capítulo 47: La lotería de las conscripciones forzadas

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La sombra de Cop en el umbral de la puerta parece la de un oso. Por primera vez no tiene una sonrisa fácil en los labios. Desde esa posición parece como si fuera a saltar sobre nosotros y comernos vivos. Vuelve a repetir el mote de Hugo y al escuchar su tono serio a los dos nos recorre un escalofrío.

—¿Qué ocurre? —pregunta Hugo bajando la voz.

—Ven aquí, Mazorca. ¡Ven aquí!

Viene hacia nosotros y casi le coge por el cuello. Cuando sus manos se cierran sobre el borde de su camisa, me lanzo sobre él.

—¡No le llames como si fuera un perro!

De un empujón suave, me tira contra las almohadas a un lado.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta Hugo apretándose más contra la pared.

—Vamos, mueve el culo. Tienes que salir de aquí cuanto antes. Tienes que esconderte.

—¿Esconderme?

—Si no te escondes morirás.

—Le estás asustando —digo. Ninguno me escucha.

—Están buscándote para las primeras conscripciones forzadas. He visto la lista de reclutados para ser primera línea de batalla, serás carne de cañón en el despliegue del ala norte.

—¿Y a ti que te importa lo que me ocurra?

Esa es la misma pregunta que se me pasa por la cabeza.

—Eres un inútil cargante, pero eso no significa que quiera que tu culo debilucho acabe como comida de zombi. No tardaran en encontrarte si no te escondes. Te llevaré a mi cuarto, allí dudo que te busquen.

—¿Y si quiero luchar?

—Sé de lo que hablo, Mazorca... Hugo. No lo intentes.

Es la primera vez que le escucho decir su nombre. Hugo niega la cabeza.

—No lo hagas por Verónica, por favor, Hugo —digo.

—Puede que quiera hacerlo por mí. Para que dejes de pensar que soy un inútil cargante.

Cop bufa y vuelve agarrarle del cuello.

—Si te reclutan en primera línea, Diego, ese pijito, se ofrecerá voluntario y no se negaran a aceptarle. ¿Quieres que él también muera por tu cabezonería?

—No quiero esconderme. Quiero dejar de esconderme.

—Bien, tú mismo —dice soltándole del cuello de la camisa—. Espero que no me guardes rencor cuando te vueles los sesos en el campo de batalla. Tienes un 1% de supervivencia. Tal vez menos.

—No tienes nada que demostrar, Hugo, por favor, hazle caso.

—¿Es por qué te importa que Diego venga detrás de mí? —pregunta resentido.

—¡No! No quiero que ninguno de los dos muera. No vas a demostrarle nada a Verónica si mueres.

Entonces el familiar sonido de botas militares llega a nuestro oído y me doy cuenta de que es demasiado tarde para Hugo.

—He hecho lo que he podido —dice Cop dando un paso atrás cuando aparecen dos soldados armados. Uno de ellos es el noruego Even. Tiene el mismo aspecto de un zombi, como si no hubiera podido haber dormido en días y el olor de no haberse duchado en semanas. Me alegro. Al verme, abre los ojos y después los clava en el suelo poniéndose rojo. Me pregunto si es por la situación incómoda o por verme viva. Menos mal que los puntos rojos de varicela han desaparecido hace días.

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora