—¿Has sentido eso? —pregunta Minnie, un brazo alzado y Marcos detiene su paso. Se fija en la superficie del agua, en las ondulaciones que producen sus pasos. El agua llega por las rodillas y Marcos estaría preocupado si estuviera más alta que eso, porque no se puede saber que hay debajo ni tampoco si está contaminada.
—Será alguna cosa rozando tu pie.
—Espero que tengas razón. No quiero sorpresas.
De todas maneras, Minerva se acerca más a Marcos. La linterna de Marcos parpadea en la oscuridad. No habían calculado bien lo lejos que estaban de la zona quirúrgica y se están quedando sin batería. De todas formas las luces de emergencia iluminan el camino, aunque solo sea una luces tenues en la oscuridad.
Marcos sabe que lo más probable es que Verónica no esté en el punto de encuentro. Cuando llegaron la primera vez, los tres habían pactado encontrarse en el quirófano cuatro; cerca de la salida de emergencia del ala este; pasase lo que pasase.
Pero al correr por la Base, Minerva había insistido en saquear provisiones en las cocinas privadas de los militares. Entonces se habían quedado encerrados en la despensa y solo habían podido salir porque alguien más decidió saquear la despensa de los militares. Eran unos adolescentes perdidos. Les preguntaron dónde estaban las salidas de emergencia, ya que alguien había decidido arrancar todas las señales que indicaban su lugar.
—¿Estamos cerca? —pregunta Minerva por decimotercera vez.
—Casi. Guarda silencio, no sabemos qué nos encontraremos.
Ninguno de los dos se cuestiona si Verónica habrá mantenido su palabra. Minnie se agarra a ese hilo de esperanza. Marcos solo la sigue.
Al pasar por el cruce que marca la frontera entre las salas de postoperatorio y los quirófanos, los oídos de Marcos captan un silbido quedo. Cuando Minerva corre el resto del tramo, Verónica está sentada de piernas cruzadas sobre la mesa de operaciones. Tiene los ojos cerrados y una arruga de concentración que le llega de lado a lado de la frente.
—Habéis tardado una jodida eternidad. Iba a darme por vencida.
Minerva casi le tira al agua al abrazarla.
—Han evacuado a todos —responde Marcos. Nada más entrar se dirige a los bisturís.
—¿No, enserio, genio? No me había dado cuenta. Todos salieron por patas cuando llegó el agua, como si fueran ratas a punto de ahogarse en el barco. —Marcos la observa saltar al agua con una mueca desagradable. A Marcos siempre le ha inquietado esa mueca. Había algo que no estaba bien cuando Verónica ponía esa expresión—. ¿Dónde has dejado a tu hermanita? ¿Colgada del brazo de Diego?
Marcos desearía que no hiciera esos comentarios ahora. Eran innecesarios.
—Milos y ella cogieron los primeros helicópteros —contesta Minerva molesta—, y no entiendo cómo puedes bromear con eso sabiendo que ocurrió en el ala norte. Diego y Hugo están... —Marcos cierra los ojos—. Muertos.
Verónica se encoje de hombros.
—No hay por qué sorprenderse. Todos lo esperábamos.
Mientras Minerva saquea todo aquello que sea servible, desde ibuprofeno a penicilina, Marcos busca las vacunas necro en la sala adjunta. Sobre el fregadero hay una jeringuilla medio vacía.
Verónica está ahí antes de que pueda tocarla.
—¿Intentaste avisarles? —le susurra insistente al oído—. Marcos, mírame a la cara y dime si tuviste la oportunidad de avisarles.
ESTÁS LEYENDO
La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el Apocalipsis
Romance¡ZOMBIS, TENSIÓN SEXUAL Y UN AMOR IMPOSIBLE! A Aurora no debería atraerle el novio de su hermana mayor, pero está en el apocalipsis zombi, no es que haya mucha opción más que confiar en él. Además, todo esto del fin del mundo no es una buena combina...