Capitulo 9

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"Y vivía sin creerme que el equilibro estaba en el oído.

Entonces me dijiste "te quiero" y tambaleaste mis cimientos con dos palabras homicidas"

CPOV

No tengo palabras, no existen.

No tengo expresiones, tampoco existen.

No hay forma en que pueda explicar en mis memorias, la forma en que ella me hace sentir, lo he intentado, pero nunca me parece suficiente.

Anoche, por primera vez deje que me envolviera entre sus brazos cuando las pesadillas vinieron y las lágrimas me inundaron, la deje abrazarme y consolarme, porque en el fondo, también sabía que ella se consolaba en mi abrazo, y de eso se trataba, estaba aprendiendo, de dar y recibir, no de ocultar.

Ayer fue increíble.

I-n-c-r-e-i-b-l-e

Con cada letra. Hay mejores palabras, lo sé, pero aun no puedo pensar en ninguna en concreto, aun siento un montón de cosas, todas al mismo tiempo, por lo tanto, no consigo poner todos mis sentidos a trabajar para hilvanar pensamientos coherentes.

Bendita ojiverde preciosa.

Y es mi novia.

Es mi chica, y lo será por mucho tiempo.

Lo sé.

Así es como las cosas suceden y los grandes momentos se construyen, sé, como se saben y se descubren pocas cosas a lo largo de una vida, y para que sea larga no tiene nada que ver con los años, que este momento es uno de esos... lo quiero llamar un momento Aleph, porque por fin entiendo la definición que le dio Borges y aquello que nos quiso enseñar Cohelo, lo he leído hace no mucho pero nunca he estado tan segura de algo.

Aleph, el momento... el punto en que toda la energía del universo confluye, donde todos los momentos pueden contemplarse sedimentados en un instante, en este instante.

Todos nuestros momentos pasan en este punto que llamo Aleph y se tatúan en un instante, mientras observo su pálida piel desnuda, y siento todo lo que me he permitido sentir siempre y todo lo que el miedo ha mantenido bajo llave.

Esto es todo.

Acaricio su mejilla.

No necesito nada más.

Tenemos este pequeño lugar, y ahora tenemos nuestros bailes por la mañana porque ella ha conseguido un toca discos, y amo todos y cada uno de los discos de vinilo que ella ha comprado para mí.

Amo nuestra pequeña cocina que tiene el espacio justo para que, por las mañanas, ella coloque sus manos en mi cintura y balancee su cuerpo y el mío de un lado a otro mientras dice buenos días con su voz y con sus ojos.

Amo muchísimas cosas, como su cuerpo mientras la observo allí tendida, con la sabana a medio cubrir y el sol golpeando su espalda, se ve suave, se ve preciosa.

Pero sobre todo, mientras contemplo y siento este instante transformando mi vida, me permito abrazar y amar el pasado que nos ha traído hasta aquí, que nadie lo pidió y que tal vez no ha sido la mejor forma, pero que me ha traído a este momento, a este día y a ella. Y siento que hago las paces con todas las cosas que me mantenían atada y botando lágrimas, me siento en paz con las cosas que he dejado atrás, porque todo ello me permite disfrutar de este instante.

Y se, como sé todo lo anterior, que puedo decírselo.

Por eso, cuando ella abre los ojos y parpadea un par de veces para enfocar sus orbes en mí, disfruto de la lenta sonrisa que se expande por sus labios, me deleito en el hormigueo de mi piel ante el reconocimiento de ella y en el aleteo singular de mi corazón que se emociona como colibrí en las mañanas.

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