CAPÍTULO 3

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Me desperté cinco horas después. Eran las 7.00 am. Chequeé mi celular; no me había llegado ningún mensaje, sentí como mi rutina de no existir volvía a aparecer. Sin nadie en mi camino molestando, o mejor dicho: sin nadie en mi camino –literalmente-. La pantalla vacía de mi celular me había aliviado unos momentos, hasta que mi hermana irrumpió con su gran "saludo de los buenos días".

-Ahhh – logré escuchar su insoportable e irritante grito desde mi habitación en son de "llegaré tarde". Aunque también estaba la posibilidad de que se esté follando a alguno de esos tipos pervertidos que levantan minifaldas y desvisten a las chicas tan solo con su mente. Porque así de zorra era Thalía. No me malentiendan, no tenía ningún problema con que goce su sexualidad tanto como ella deseaba, el problema era que yo sabía perfectamente que lo hacía intentando tapar sus problemas.

Me levanté lentamente, me importaba poco y nada llegar tarde al infierno.

-En quince minutos estaré en un lugar repleto de imbéciles hijos de perra– repetía mientras me peinaba con descuido, buscaba mi diario y mi libro: La Nausea. Esta vez no me preocupé por el delineador. A la mierda con el delineador. A la mierda con los estándares de belleza.

Jeans negros, camisa blanca arremangada con un gran abrigo verde militar y las mismas zapatillas del día anterior.

Recogí mi patineta, mi mochila con tachas y cuando estuve lista, tuve el habitual sentimiento de insuficiencia.

Bajé las escaleras. No había nadie ya que Thalía seguía en su habitación tomándose mil horas para estar lista, y mi madre, Elisabeth, se había quedado durmiendo: así que decidí ir a Starbucks.

Odiaba Starbucks y a los hipsters que le toman fotos a sus frapuccinos pero siendo sinceros, sus cafés estaban en la lista de cosas que me gustaban.

Nublando, frío y silencioso, algo habitual para un viernes a las seis y treinta de la mañana en Boston.

Luego de tres cuadras pude notar el brillante cartel de la vacía cafetería. Entré; solo había un chico de cabello castaño y aplastado con los dientes salidos para afuera, con frenos, la mirada caída y la cara repleta de granos que esperaba detrás del mostrador a que entre un cliente.

Se despedía un sabroso aroma a café y leche por la mañana que se enroscaban, se juntaban y se separaban como si fuesen suaves y delicadas notas musicales.

Ya había hecho un pedido y este ya se encontraba en la mesada, así que pagué y me largué.

Volví a recuperar la estabilidad que había perdido al bajarme del skateboard. Mientras con una mano bebía mi café y con la otra recogía la bolsa marrón (que contenía, si no me equivoco, una dona bañada en chocolate)

-Máxima velocidad, es por eso que  me gusta viajar en skate, amo sentir la velocidad en todo mi rostro- pensaba.

Por un momento cerré mis ojos: sentía que volaba libre...  Serena... Pero algo interfirió en ese sentimiento; tuve la sensación de que una pequeña piedra se había entrometido en mi camino, por lo tanto no le presté atención.

Pocos segundos después sentí otra piedra, pero esta vez se sintió más grande. Rápidamente abrí mis ojos, ya era muy tarde: para cuando cobré conciencia de lo que pasaba ya había aterrizado en el suelo.

Mierda.

Me levanté; los mililitros de café que quedaban en el vaso se habían desparramado por la calle que minutos antes habría estado impecable.

Mi aterrizaje sobre el maldito suelo había sido amortiguado por:

1.    Rodillas.

2.    Panza.

3.    Brazos y manos.

4.    Cara

Ni siquiera había llegado a poner las manos para no golpear mi rostro: estaba raspado y con un poco de sangre que intenté secar con mi brazo.

Ambas rodillas estaban al rojo vivo y eran como una fuente asquerosa de sangre más que nada (algo común en una caída tan bruta). Y toda mi ropa estaba cubierta de la tierra que desprendían las gomas de los autos.

Intenté subirme a la patineta aunque los intentos fueron inservibles ya que no podía mantener la estabilidad ni siquiera por unos segundos.

Con el cuerpo muy adolorido continué el recorrido al colegio. Mierda, estaba tan lejos.

April's Diary // COMPLETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora