CAPÍTULO 24

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N/A: Este capitulo contiene escenas/ ideas sensibles de las que no se pretende hacer apología desde ningun punto de vista.

El sufrimiento pasaba tan lentamente que hacía ver al tiempo como si estuviese en pausa, pero los días pasaban rápido, así como la nieve caía sobre la casa. No supe que se acercaba navidad hasta que logré ver algunos vecinos decorando festivamente sus casas. Nosotras no decorábamos (y tampoco festejábamos), incluso cuando Elizabeth y Thalía se denominaban religiosas. Yo no tenía ninguna religión: no esperaba que nadie me salve y no creía en nadie, casi que ni siquiera en mi misma.

El cielo ya no estaba negro y la nieve cubría todo con frialdad y delicadeza.

Tomé una ducha: al quitarme la ropa observé los marcados huesos que emergían de mi piel, mis piernas estaban separadas y mi rostro no sabía si estaba esquelético por lo poco que comía o lo mucho que fumaba; mis pómulos se marcaban como montes sobre una tierra llana, mi nariz era flaca, mis ojos azules reposaban sobre unas inmensas ojeras que resaltaban aún más por la piel blancuzca. Mi cuerpo expresaba la depresión que tenía como un descolorido cuadro de Van Gogh relatando su locura a cada trazo.

Giré la perilla del agua caliente y dejé correr aquella artificial cascada que comenzó su recorrido en mi cabello rubio, luego siguió por mi espalda marcada por los huesos que intentaban proteger inútilmente órganos como mi corazón –que ya había sido apuñalado hace tiempo-, luego pasaba por mis piernas y rodillas (que parecían hinchadas), y terminaba su paseo en mis tobillos.

Al salir, me vestí con unos vaqueros negros, la remera blanca más grande que tenía, un saco verde militar y unas zapatillas negras. Y, a cara lavada, me encaminé hacia una tienda de comida china que estaba más cerca de morir bajo el dominio de las ratas, que de vender una "excelente comida" como decía el barato anuncio de la puerta.

Salí, un frío ventarrón golpeó mi –ahora débil- cuerpo empujándolo hacia atrás. Y mientras mi pedido aún echaba un poco de humo, me senté al borde de la acera (a unas calles de mi casa) y comencé a olisquear de manera asquerosa –ya que ese era el nuevo y horrible sentimiento que la comida provocaba en mí- mi desayuno-almuerzo-cena. Yo era completamente consciente de lo poco que comía, igual lo era de lo mucho que vomitaba, pero todo eso significaba nada al lado de lo que pasaba por mi cabeza: por cada calle, podía ver hasta cien formas de suicidarme según las cosas que veía. Nada de esto era intencional, pero decidí disfrutarlo tanto como lo hice con mi comida: nada.

Si morir era tan fácil, ¿entonces por qué no lo hacía? Tal vez vivir así era incluso más masoquista que suicidarme... Es decir, yo nunca había deseado suicidarme, y no pedía una muerte lenta y dolorosa. Tan solo quería un instante y luego paz acompañada de ningún problema... Pero no estaba segura si quería provocar mi propia muerte tampoco...

Pensando, analizando, observando... Muriendo.

Miré ambos lados para asegurar que mi alrededor estuviera completamente desierto, y tomé un cigarro para desahogar cada una de las penas que brotaban desde mí por minuto.

Esperaba verlo... Que esté cerca mío con su cabello castaño despeinado que me despertaba como un café por la mañana, sus ojos verdes y relucientes como canicas, su piel clara –pero no blanca- a la que entibiaba con su profunda sonrisa sin sentido, su espalda, de la que había hecho un mapa el día anterior a nuestra pelea, sus manos y el resto de él. Moría de ganas de volver a ver sus labios arqueándose formando una sonrisa que tan solo parecía sincera cuando se dirigía hacia mí, y habría dado lo que sea para quedarme con esa última imagen suya; recostado sobre la cama, con el abdomen al aire, los ojos cerrados completamente despreocupados de lo que pasaba a su alrededor en ese momento, sus brazos aferrándome como si nunca me quisiese dejar ir... Y aunque yo tampoco lo quería dejar ir, a fin de cuentas, lo hice...

Detuve todos mis pensamientos: yo era realmente masoquista, no podría haber hecho otra cosa que no sea alejarme, es decir, ¿qué otra cosa sabía yo hacer bien? Respuesta, nada. Ese era mi problema, sino ¿por qué otra razón estaría tan pendiente de él, tan esperanzada con él?  Era una imbécil, anhelaba que se acerque tan solo para mandarlo lo más lejos posible.

El problema era sencillo y yo hacía un mundo de eso; mi único deber era alejarme de él, no sentir nada más que odiar contra Jack Clapton, al igual que odiaba a cada una de las personas que intentaban acercarse a mí, pero no podía; incluso queriendo alejarme de él con todas las partes de mi ser, terminábamos en el mismo lugar, terminaba debilitándome a mí misma, odiándome a mí misma, pero nunca a Clapton...

Para cuando quise darme cuenta ya había caminado varias cuadras lejos del lugar de comida china, pero había comido tan solo dos fideos; ni siquiera sabía porque gastaba dinero en comida cuando la misma me daba ganas de vomitar con tan solo verla. De algún modo no me importó y continué con mi camino hacia ningún lugar. Me sentía cansada todo el tiempo, me sentía débil incluso dándolo todo para ser fuerte. Yo estaba muriendo de sufrimiento.

Me surgió el recuerdo del pacífico bosque que últimamente había actuado como un pequeño cerco que me dividía a mí del suicidio...o tal vez no era el lugar sino el recuerdo.

Pensé de nuevo, decidí encaminarme allí.

Estaba casi a mitad de camino cuando estuve obligada a sentarme en el banco más cercano de un parque. No para observar el paisaje ni nada por el estilo; no podía dar ni un paso más: me había cansado de aquel pequeño trayecto como si hubiese corrido una maratón, generalmente esto me sorprendería ya que habituaba a agitarme andando en el skateboard –al que no me había podido subir últimamente debido a mi (nueva) poca resistencia y fuerza de impulso-. Mis labios, violetas por el frío, temblaban nerviosos. Me sentía un poco mareada pero decidí negarlo todo y continuar. No podía ser tan débil.

De una forma u otra, después de un rato llegué a la desgastada estación en que paraba el bus que me llevaría a aquel bosque que se había convertido en mi lugar en el mundo.
Aguardé varios minutos, ya había gastado bastante en toda mi vida por lo que no me importó gastar un tiempo más. Sentía que mi alma era como un campo minado que con un paso en falso, podría detonar alguna bomba que agujeree –aún más- mi corazón, y a decir verdad, yo ya había hecho un baile de tap de pasos en falso.

Pasó otro rato. Mientras viajaba observaba el cielo (que a decir por lo que el autobús tardaba, llegaría justo para el atardecer invernal) y a la vez escuchaba en con mis auriculares Don't you forget about me –canción que había conocido por la película The Breakfast Club, que estaba en mi lista de escasos favoritos, y con la que me sentía muy identificada-.

Llevaba conmigo mi mochila, que contenía mi cuaderno y un tumulto de basura que llevaba a todos lados. Estaba mareada, y más de lo normal. Sentía que mi cuerpo se balanceaba de atrás hacia adelante y todo me confundía.
Bajé en la estación que supuse correcta, mi vista se había comenzado a nublar y estaba desorientada. Sosteniéndome de tronco en tronco, tropezando con cada una de las ramas que se cruzaban frente a mí, sintiendo el frío del viento que me golpeaba como si yo fuese un diente de león que estaba dispuesto a recibir lo que la vida le dé, forzando la vista para poder enfocarme, presionando a mi cerebro para mantenerme lúcida, me adentré en un bosque celestial que no podía apreciar por dicha situación.

Me detuve. Caí. Cerré los ojos. Perdí la conciencia: me había desmayado.

El frío y la poca nieve que caía me lastimaban como si fuese acido sobre mi piel. Saber que estaba sola en un lugar que no era visitado habitualmente no me reconfortaba... Si pasaba otro bus como el que me había llevado allí, no me notaría; me había adentrado demasiado entre los árboles. No deseaba salvación ni ayuda alguna, y extrañamente adolorida por la situación de aceptar que moriría por el frío, relajé mi cuerpo como si ya no me perteneciera.

Y lo último en que pensé fue: adiós sufrimiento, adiós odio, adiós dolor... Adiós vida, pero... También adiós Clapton...

April's Diary // COMPLETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora