CAPÍTULO 22

75 8 2
                                    

Una de esas tardes abrí la ventana de la habitación para reflexionar y fumar. El olor era enfermizo y el sabor terrible, sin embargo, ya no era tan malo. El humo que salía de mi boca me hacía sentir como una gran casa que se incendiaba y nadie se había enterado ya que el fuego no se había extendido hacia afuera. Pensaba en cómo eran las cosas y como yo había direccionado todo para terminar así, siempre sola y triste, y hundida en la desgracia de una vida que por fuera se veía como algo deseable, pero desde adentro era un infierno que ardía de punta a punta.

Pensé en mi pasado, en cómo me había ido transformando en lo que era, en que en algún momento las cosas habían sido diferentes.

Mi infancia no había resultado traumatizante, pero sabía que no había sido una normal (o, por lo menos, una buena): veía como papá engañaba a mamá y viceversa, como se comían a besos con otros y luego pretendían que se amaban. No hacía falta verlo para saberlo (aunque de hecho, si lo había visto...Repetidas veces), era obvio; Richard, mi padre, siempre llegaba muy tarde y muy borracho, violento y enojado, él despreciaba que seamos sus hijas, su responsabilidad y un gasto que le molestaba sobremanera (incluso cuando no le afectaba en lo más mínimo). Y Elizabeth, mi madre...ella siempre había sido un "caso perdido" ,como decía mi padre -cuando no estaba consciente de sus acciones-, ella nunca estaba para cuidarnos o para jugar con nosotras o para hacer los deberes, ella tan solo aparecía con la ropa acomodada a último minuto por la tarde (luego de ir a trabajar desde temprano). Para ella éramos una carga que limitaba sus horarios, ella bebía champagne del costoso y fumaba como si fuese la creadora de las nubes negras que rodeaban Boston esos días.

Ambos tenían unos trabajos de excelente posición; Richard en el banco y Elizabeth en una financiera. Thalía y yo (nos llevamos dos años de diferencia), éramos "cuidadas" todo el día por una adolescente que ni siquiera inspiraba confianza; se calzaba sus auriculares y comía lo que había en la nevera; una chica rubia –según lo recuerdo- idiota, de cuerpo voluptuoso que hablaba por su teléfono y pintaba sus uñas sin que le importe si nos tirábamos de un séptimo piso o algo así. Thalía la amaba, era como su hermana mayor, su aspiración, y realmente hacía lo que podía al no tener una madre presente. Mi hermana, para los doce años, había comenzado a iluminarse el cabello con amarillos, a usar tacones y ropa corta intentando ser aceptada por los demás. Más tarde, dejó de respetarse; no me malinterpreten, acostarse con muchos chicos no estaba mal (15), pero ella dejaba que los chicos hagan lo que querían con ella, incluso si a ella no le agradaba, y eso no estaba para nada bien, pero hacía lo que podía.

Yo, por alguna razón, era diferente de mi hermana, o mi madre, o mi niñera, o mi padre, era la niña tímida que no sabía cómo hacer amigos (pero que, a diferencia de ahora, los deseaba), que se sentaba sola a comer y no sabía que existía gente cruel en el mundo, que se hacía amiga de las orugas y dibujaba con todos los colores del arcoíris, esperando poder pintar de felicidad su vida propia.

Cuando fui mayor, comencé a pensar que tal vez estar sola era mejor, ya que veía a todas esas chicas lindas pelearse por "quien había salido con Tyler" o por tener brazaletes de la amistad con otras chicas, por lo que comencé a mantenerme al margen intencionalmente; más tarde, eso se convirtió en alejar a la gente lo más que podía para que no me lastimen, para que no me traicionen o intenten debilitarme.

Con Thalía nunca habíamos tenido contención, ya que nuestros padres eran tan malditamente jodidos que habían conseguido alejar a toda la familia.

Y, con el paso de los años tuve cada vez menos en común con Thalía, por lo que terminamos apartándonos tanto que ni siquiera se nos pasaba por la cabeza recurrir a la otra para contenernos. Y, de hecho, los últimos años habían cambiado tanto que terminé posicionando a mi hermana con mi madre; "dos rameras estúpidas que estaban más tiempo fuera que dentro de la casa, y que lo hacían con hombres más de lo que dormían" (algo a lo que yo era lo opuesto).

Mi familia siempre peleaba: cada vez que estábamos todos reunidos cenando, Richard y Elizabeth discutían sobre política y sobre el trabajo de quién era más agotador, luego de comer discutían por las labores que se habían asignado mutuamente y no habían hecho, otras veces amenazaban con irse de la casa, otras veces maldecían que hayamos nacido, y otras veces tan solo se ignoraban.

Cuando tuve siete años –según lo recuerdo-, mi padre: un apuesto hombre delgado y alto, de tez pálida, con cabello rubio y ojos azules (yo había heredado esa parte, excepto por la parte de ser alta), convirtió la amenaza en una realidad; fue al trabajo y no volvió. Al principio nos asustamos, hasta que Elizabeth llamó y comenzaron los gritos. Fueron cinco sólidos minutos de ella gritándole lo único que recuerdo que había dicho: "¡Es más fácil para ti, solo te vas y dejas conmigo lo molesto, la responsabilidad de la que no pienso hacerme cargo!" (Siempre supe que hablaba de Thalía y de mí). Por supuesto que ella cumplió con lo que dijo aquella vez, y por supuesto que Richard nunca volvió, ni escribió, ni llamó, ni recogió sus cosas, o exigió la casa, o pasó dinero a mi madre.

Elizabeth, una mujer de rasgos muy finos; delgada, alta, de tez más oscura –pero aun así, muy pálida- cabello lacio y ojos, ambos color café, muy organizada y perfeccionista, continuó con su rutina, tan solo que en vez de acostarse con ellos en el trabajo, lo hacía en la casa. Ella nunca volvió a preocuparse por nosotras –si es que alguna vez lo había hecho-, no nos prestaba la mínima atención (hasta tal punto que nunca supo nada sobre los notables problemas alimenticios que estaba teniendo ahora), nunca cruzaba una palabra con nosotras excepto algún desganado "¿cómo les ha ido en el día?" Del que nunca había respuesta –ni disposición a escucharla-, y solo iba a la casa por motivos personales.

Algunas gotas de agua tocaron mi rostro e hicieron que abra los ojos; el mismo panorama gris pero inundado por humo de mi cigarro. Mantuve mi vista fija en el cielo y las casas que habitaban bajo él, y dejé pasar el tiempo.

---------------------

Referencias

15. Todos tienen el derecho de disfrutar su sexualidad de la manera que quieran, y la cantidad que quieran.

April's Diary // COMPLETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora