— ¿Lugar y hora? –SH.
Deja el móvil en la mesa.
El borbotar de los productos químicos en las infinitas probetas colocadas simétricamente en la mesa de la cocina era la banda sonora de trabajo de Sherlock. Sumergido en su trabajo, todo lo que estaba a su alrededor era superfluo: los innumerables cláxones de coches en la calle eran leves susurros que estaban lejos, muy lejos; la gente paseando por Baker Street, con sus ruidosas bolsas en la mano, o los tacones resonando contra la piedra, apenas los oía. Sólo existía él y su arsenal de trabajo en un espacio cerrado sin ruidos molestos.
Habían pasado varios meses desde que Sherlock volvió a Baker Street, desde que dio la cara ante John y le explicara el porqué de su desaparición. Todo había vuelto a la normalidad: John volvió a trabajar en una pequeña clínica como médico de cabecera, y él estaba sumergido en los pocos casos que recibía.
Poca gente confió en Sherlock Holmes tras su vuelta. No creían en él. Pero unos pocos iluminados llamaban a veces a su puerta en busca de ayuda y consejo, gente que le siguió desde que se hizo famoso y ‘’lloraron’’ su pérdida hará tres años, haciendo correr la voz entre otras personas que no le conocían mucho pero que sintieron curiosidad y más adelante admiración por su trabajo, sin tener en cuenta las malas lenguas. A pesar de ello, Sherlock seguía aburrido: desaparición de objetos personales robados por algún vecino o familiar materialista y avaro, un par de asesinatos (las mujeres celosas y los empleados despedidos por un jefe tirano estaban en auge)… Nada del otro mundo. La cena con Irene podía ser un giro en su vida, un atisbo de luz. Además, La Mujer le debía respuestas.
No pasaron ni cinco minutos cuando el móvil volvió a sonar.
—Da Scalzo, 20:00 –IA.
Apaga la pantalla del móvil tras leerlo y le da un pequeño empujoncito hasta arrastrarlo al centro de la mesa.
Centrado en su microscopio, no se percata de que John ha vuelto del trabajo. Le mira de reojo. Mirada cansada, ojos rojos, resoplos, suspiros, se pasa la mano por la frente.
— ¿Un día duro? —le pregunta sin mirarle.
—Sí… Los pacientes de hoy han sido muy pegajosos y aburridos —suelta una pequeña risita al decir esto último.
—Un día malo lo tiene cualquiera. No te preocupes demasiado.
John deja el maletín sobre la mesa, sin darse cuenta de que ha desordenado el propio desorden que tiene Sherlock montado. Este hace un ronco suspiro al ver lo que ha hecho, y John inmediatamente quita el maletín, socarrón.
—No se te puede tocar nada, ¿eh? —se acerca a él por detrás y se inclina un poco sobre la mesa, examinando con ojos inocentes su trabajo—. ¿No te has movido de aquí desde que me he ido?
—No. ¿Algún problema? —gira la cabeza y le ve a su lado, muy cerca de él, mirando la mesa sorprendido por todo lo que había encima. Gira de nuevo la cabeza y vuelve a lo suyo.
—Siempre igual —da un largo suspiro—. En un rato me iré con la señora Hudson a comprar unas cosas. Intenta no decirme nada mientras no esté aquí —se aleja de él y desaparece subiendo las escaleras hasta su habitación.
<< ¿Siempre igual?>>. Iba a preguntarle qué quería decir, pero al levantar la vista ya no estaba. No notó muchos cambios en John desde su llegada. Pasaban los meses, y siempre con la misma rutina, sin novedades, sin nada poco común. Había advertido que ya no salía tanto, ni que comentaba algo sobre ‘’amigas especiales’’.
Claro que… John nunca le dijo que no volvió a haber nadie a más después de la caída. Nadie era lo suficiente para John Watson, porque nadie era ni podía llegar a ser nunca Sherlock Holmes.
La hora de su cena se aproximaba, mas Sherlock estaba tan enfrascado en su trabajo y en tocar el violín cuando necesita desconectar un poco que no se dio cuenta de ello hasta que una pequeña capilla cerca de Baker le avisa con ocho toques que ya llegaba tarde.
Con toda la tranquilidad del mundo, se adentra en la ducha y se cambia de ropa. No se daba mucha prisa en vestirse, y llevaba ya veinte minutos de retraso, aunque tanto daba. La reprimenda de Irene sería la misma cinco minutos más o menos. Camina con paso vigoroso por las calles de Londres, pensando en lo que podía ocurrir. Había muchas preguntas que contestar, y él no iba a ser el primero en formularlas. Iba a desesperarla hasta el momento en el que no pudiera aguantarse más y lo confesase, que ella fue su contacto anónimo fuera de Londres, quien le dio el material de supervivencia.
Irene era muy interesante, hasta el punto de que la veía como una aliada si Moriarty causaba problemas. Cuando supo de la farsa que también ejecutó James Moriarty sobre su muerte se quedó un poco perplejo, aunque tampoco demasiado sorprendido. Moriarty era como la caja de Pandora: un montón de calamidades dentro, y nunca sabes cuál de todas ellas se te va a echar encima.
Irene era experta en conseguir lo que quería. Ya lo había demostrado en el pasado, y ahora podría hacer lo mismo. << ¿Aceptaría ella algo así? Hoy no podré llegar a saberlo. Es algo que requerirá tiempo>>. Había pasado mucho tiempo desde que la salvase en Karachi, y desde entonces no volvieron a verse. Unos cuantos mensajes por parte de ella; él nunca los contestaba. No había nada sentimental. Por su parte estaba claro, y cree que por la de Irene también. Tiene el presentimiento de que ella también estaría interesada en una alianza.
No se da cuenta de que había corrido un poco para no llegar exageradamente tarde hasta que llega a la puerta del restaurante. Ahogado por las prisas, se sacude el frío y entra. Divisa a La Mujer sentada en una mesa junto a la ventana, resoplando y seguro que quejándose de su tardanza. ‘’Qué poco caballeroso por tu parte’’, parecen decirle desde la distancia sus penetrantes y grandes ojos azules.
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The Man Who Can [Sherlock BBC Fanfiction] (Parte II)
FanficParte II. La historia continúa...