Sherlock, 5

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Sherlock se despierta entrada ya la mañana, arropado con la sábana hasta arriba, la nariz taponada por la congestión y los ojos ardiendo como el fuego. Sentía el cuerpo pesado y adormilado; llevaba varios días constipado desde la discusión bajo la lluvia con John, al que apenas veía desde entonces.

Decide de mala gana levantarse de la cama, arrastra consigo la sábana y se arropa con ella. John le dejaba las pastillas y las infusiones donde pudiese verlas en la encimera de la cocina. No le prestaba su ayuda directamente porque seguía enfadado, pero era incapaz de negársela.

La señora Hudson se presenta en el piso con un paquete, una pequeña caja con un lazo.

—Querido, han dejado esto en la puerta. Lleva tus iniciales. —Lo deja encima de la mesa del salón y se le acerca para ponerle la mano sobre la frente. Sherlock estornuda—. Jesús, Sherlock… ¿Te estás tomando la medicación, verdad?

—Sí… John me la deja preparada antes de irse a trabajar.

Moquea un poco y coge un pañuelo. Odiaba estar resfriado; no solía ponerse enfermo, pero cuando lo estaba era todo un infierno.

—Pues deberías decirle a John que te diese algo más fuerte. No puedes estar tantos días así.

—Se lo haré saber.

La casera le da una palmadita en el hombro cariñosa y se marcha.

Sherlock mira con cierta curiosidad la pequeña caja que le había traído. Cuadrada, con un lazo dorado y sus iniciales en un papel que colgaba de él. La abre con cuidado; en su interior había un pequeño skate del tamaño de su mano, un bote con dos pastillas, unos guantes de cuero negros y una nota:

‘’Un pajarito me ha dicho que estás enfermo. Vamos Sherly, sal a jugar. JM’’.

James Moriarty. Llevaba mucho sin saber de él. ‘’Irene…’’, piensa al momento. Ella y Jim tenían una especia de vínculo, cosa que no le gustaba ni un pelo, pero Irene podría decirle algo interesante sobre su némesis cuando se quitara de encima el dichoso resfriado.

Coge una bocanada profunda de aire y examina el contenido. El monopatín no le decía mucho; un simple juguete. Coge con un par de dedos uno de los guantes y se lo acerca un poco a la cara, ya que le costaba ver de lejos a causa de las legañas y el ardor de ojos. Eran unos guantes de cuero negro, del bueno, por lo que el tacto, ahora más sensible por el resfriado, le decía. ‘’No entiendo de qué me sirven estas cosas’’, piensa.

De repente siente la necesidad de estornudar. Deja el guante en la caja y se lleva la mano a la boca, evitando hacer mucho ruido. La cabeza le daba vueltas. Aspira profundamente por la nariz, intentando que por algún milagro se destaponara, pero la mucosa era insistente y no se iba. Suelta un grave gemido de angustia.

Se mira la mano con la que había cogido el guante. Los dedos le picaban, le molestaban. ‘’Será otro síntoma del resfriado…’’.

Mira de nuevo la caja y abre el bote de pastillas, cogiendo una. La parte y se la lleva a la mesa de la cocina donde tiene el microscopio y el mini-ordenador para hacer análisis de sustancias.

Tras un rato esperando los resultados, ve que es paracetamol, más fuerte que las pastillas que John le dejaba. No se fía mucho, ya que eran de Moriarty, pero el análisis no presentaba ninguna anomalía en los componentes de la pastilla. Se sirve un vaso de agua e ingiere el medicamento. Pone los ojos en blanco y se ciñe al cuerpo más la sábana, haciéndose un ovillo.

Oye una puerta abrirse. John acababa de llegar del trabajo. Sin darse cuenta, Sherlock se había quedado dormido sobre la mesa de la cocina.

Con los dedos se da un pequeño masaje en las sienes y anda por el salón, con cuidado de no perder la sábana por el camino. Se sienta en el sofá, abrazándose las piernas. ‘’Tengo calor…’’, piensa llevándose una mano a la frente. No estaba caliente, pero la cabeza le palpitaba y le daba vueltas todo a su alrededor. Ve a John, una extraña mancha borrosa delante suyo, y el salón era la pista de baile de muebles, lámparas y libros, todos danzando alegremente. Sherlock aprieta muy fuerte los ojos intentando aclararse la vista, en vano.

El doctor le mira.

— ¿Sientes alguna mejora?

—Mírame. ¿Tú qué crees? —le habla con una voz nasal que le incomodaba.

John masculla entre dientes. Seguía molesto, pero no puede evitar acercarse a Sherlock y comprobar de primera mano su estado. Le pone una mano en la frente y otra en el cuello y lo mira extrañado y preocupado. Sherlock apenas nota que lo toca, un ligero cosquilleo, como si le estuviera soplando débilmente desde lejos.

—Dios Sherlock… Estás helado. Tienes un sudor frío. ¿Te has tomado las pastillas? —Se levanta rápidamente y va al botiquín del baño a por un termómetro—. Tienes una bajada de temperatura considerable. N-no logro entenderlo… —Le toma el pulso. Irregular y débil. Sherlock intentar ver a John entrecerrando los ojos. Parecía ponerse más y más nervioso. Los ojos del doctor le miraban con desesperación—. ¿Sherlock? ¿Sherlock? Mírame. Eso es. Bien. —Coge una pequeña linterna y se la enfoca a los ojos. Las pupilas de Sherlock no reaccionan a la luz, y estaban totalmente dilatadas.

Sherlock le aparta de él con un movimiento de mano y cae medio tumbado en el sofá al perder el equilibrio.

—E-estoy bien… Sólo es un constipado.

—No, Sherlock. Esto no es un resfriado normal. Tengo que cuidarte…

John va a la cocina y vuelve con un paño húmedo y caliente. Se lo pone en la frente al detective, que suspira de placer al sentirlo. Intenta respirar, pero las fosas nasales estaban aún más taponadas.

—Que no… No hace falta que me cuides. Necesito descansar, eso es todo. Y cuando lo haya hecho… trabajar… Mantenerme… ocupado.

Empiezan a temblarle las manos, impidiendo que pueda cerrarse alrededor del cuerpo la sábana. El labio inferior se une al temblor, y los músculos del cuerpo se contraen, haciendo que diera un pequeño brinco y un grito ahogado de dolor. Los ojos se le cerraban poco a poco. Le dolían y ardían más que antes.

John le zarandea y le pide que no cierre los ojos, pero no podía obedecer. De repente no siente nada. La mente se le queda totalmente en blanco, viendo pequeños destellos de luz, espasmos resplandecientes que se apagan lentamente. No es capaz de pensar en nada, de hacer nada. Los gritos de John, que le llamaban con desesperación, son cada vez menos audibles, hasta que reina una calma y una oscuridad dentro de él aterradora.

The Man Who Can [Sherlock BBC Fanfiction] (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora