— ¡Señorita Adler! —La voz de Kate resuena por el amplio pasillo de la casa. Irene sale a su encuentro—. El señor Moriarty.
Irene asiente con la cabeza y Kate se hace un lado para dejar que Jim entre. La chica sonríe y desaparece para dejarlos a solas.
—Qué bien adiestrada la tienes, ¿no?
—Es una sirvienta. ¿Qué esperabas? —le responde en otro susurro, asegurándose de que Kate no pudiera escucharlos aunque ya no estuviera delante. Ahora entendía por qué Sherlock se molestó cuando ella se refirió a John como su mascota; Kate no era nada de eso.
Hoy no estaba de muy buen humor la dominatrix. Últimamente no tenía tantos clientes porque había reducido comprensiblemente su lista de contactos. Todos los blandos y los que le pedían clemencia en medio de su trabajo, descartados, salvo uno o dos con los que reírse luego con Kate (a quien además le estaba enseñando el oficio). Quizá la presencia de Jim la anime, o sólo consiga ponerme de peor humor.
—Vienes a por la información de Sherlock, ¿no? —pregunta dirigiéndose al salón.
—Bingo —responde Jim chasqueando los dedos y sentándose en uno de los sillones. Irene se tumba en el sofá—. ¿Y bien?
Irene toma aire y luego suelta un sonoro y agudo suspiro. La información requerida por Jim era escasa, y seguro que lo poco que oyera no le iba a gustar o le preferiría saber más al respecto.
—Estuvo fuera del país, en Estados Unidos, y básicamente por lo que me ha contado hizo lo mismo que hacía aquí, pero lo más seguro, me imagino, que intentando no destacar. El resto desde que tú estás aquí también te lo sabes, así que me salto detallitos con su querido doctor. Según él la ciudad era bulliciosa, aburrida y muy ruidosa, ya sabes, él y sus delicadezas.
— ¿Sabes en qué hospital estuvo?
Irene mira al techo intentando hacer memoria.
—Conseguí sonsacarle que estuvo en el Metropolitan Hospital Center de Nueva York. Me dijo que sólo analizaba pruebas y esas cosas que suele hacer. Puede que haya estado haciendo allí casos bajo otro nombre. Es… lo único que pude conseguir. Supongo que el tiempo restante estaría vigilando lo que pasaba por aquí con sus más allegados, pero no me dijo nada al respecto.
—No he venido aquí para que me des suposiciones —le corta él.
Irene frunce los labios. <<Estoy casi segura de que no sabe que fui yo quien le dio los papeles y lo necesario para establecerse allí. Podría llegar a imaginárselo, pero si todavía no ha hecho nada al respecto es porque no lo sabe… O está jugando conmigo>>.
—Lo sé —continúa—, ¿pero qué querías que hiciera? Llevábamos años sin saber nada el uno del otro. La confianza que había ha mermado con el paso del tiempo. Ni con el vino conseguí que se soltara.
Jim pone los ojos en blanco.
—Bueno, eres lista, pero él lo es más.
Irene tensa el cuello.
— ¿Y para qué quieres información? Su objetivo era alejarse de todo esto y pasar desapercibido. No podía hacer nada que se relacionara con Londres.
—Mis asuntos no son tus asuntos.
<<Una respuesta demasiado escueta. Os es verdad, que lo dudo, o simplemente te aburrías y querías saber qué ha estado haciendo el detective. Y si me dejas adivinar creo que es lo segundo>>.
—Mándale un jueguecito o algo —dice mirando a otro lado. Habría añadido ‘’si te aburres’’, pero era mejor no jugar con fuego.
—Tranquila, tenía pensado hacerlo. No hace falta que me digas cómo hacer lo que mejor se me da.
Irene suelta una risita superficial y le mira. De pronto Jim se levanta y sale del salón. Irene, al ver que sube las escaleras, frunce el ceño, confundida. Se levanta del sofá y le sigue, insegura. Cuando llega arriba lo ve en su habitación, con las manos en los bolsillos y esperando a que ella entrara. Irene le lanza una mirada interrogativa y sugestiva mientras cierra tras de sí la puerta de la habitación.
— ¿Tú qué crees? —dice él respondiendo a su mirada. Se acerca a ella despacio y posa sus manos en su cintura, subiéndolas lentamente hasta llegar a su cuello, el cual sujeta con delicadeza y deposita un beso en la clavícula, pasando después el pulgar en donde la ha besado—. Me lo debes, aunque no es que hayas hecho un trabajo de sobresaliente con el detective. Espero que si hay una próxima vez seas más eficaz.
Irene cierra los ojos muy despacio notando cada una de sus caricias, e innta que no se manifieste en su cara lo mal que le ha sentado ese último comentario. Jim no solía ser delicado con ella; en muy contadas y escasas ocasiones la ha sorprendido con algún gesto parecido pero no era la forma en la que intimaba.
Ella hace el movimiento inverso al suyo, bajando las manos y clavando muy poco las uñas para que lo notara desde el cuello de la camisa, pasando por el pecho y el vientre, hasta agarrar al final el cinturón. Se inclina hacia delante y le acaricia el cuello con la nariz hasta llegar a su oreja.
—Te equivocas —susurra, y cogiéndole por el cinturón, lo lleva hasta el borde de la cama y lo sienta, poniéndose ella encima y clavando una rodilla en su pierna—. No te debo nada. Esto lo hago porque quiero.
Le quita con ímpetu la chaqueta y la hace a un lado. Jim la abraza con fuerza y la tumba en la cama, quedando él esta vez encima. Era de esperar; a pesar de que ella era la que dominaba siempre, en esto no tenía otra opción que sucumbir y dejarle la mayor parte del mando a él. A veces intentaba sobreponerse a esa dominancia, haciendo de todo un juego excitante y sin desenfreno de mucha pasión. Era lo que más le gustaba a Irene, la pasión, sentir todas y cada una de las caricias, los mordiscos y las uñas clavadas en la espalda sin ningún reparo, sin poner objeciones, sin delicadezas.
Jim empieza a desabrocharle a Irene la suave bata de seda mientras ella le quita el cinturón y le desabotonaba la camisa, abriéndola en un momento de par en par y empezando a depositar pequeños besos y mordiscos mientras le acaricia la espalda. Jim le quita el broche que recogía su pelo en un elegante moño, dejando libres y expandidos por el colchón los mechones de pelo oscuros como el carbón. Irene empieza a gemir cuando Jim le acaricia con una mano la zona del bajo vientre a la vez que le da un mordisco notable en el cuello.
Unos tacones resuenan por fuera de la habitación, que se paran nada más pasar por delante. Irene se detiene un momento de su labor de quitarle los pantalones a Jim.
— ¿Algún problema? —pregunta él sin dejar de mover su mano, introduciéndola cada vez más abajo.
Irene vuelve a gemir, esta vez intentando reprimirse, y mira al techo. Kate lo estaría escuchando todo, pero no era la primera vez. Se muerde el labio inferior, se olvida de ella y le desabrocha a Jim los pantalones por fin, introduciendo su mano lentamente por dentro.
—No. Ninguno —responde abalanzándose a sus labios y besándolo con fervor.
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The Man Who Can [Sherlock BBC Fanfiction] (Parte II)
Fiksi PenggemarParte II. La historia continúa...