Irene, 2

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— ¿Estas son horas de llegar? —pregunta ella, fingiendo indignación—. Si lo sé no te pido que vengas.

El restaurante Da Scalzo era un lugar pequeño y acogedor, con dos plantas, una amplia barra con un buen surtido de bebidas alcohólicas y vinos de renombre y una pequeña zona en la que, si se apartan unas cuantas mesas, los martes y los viernes se convertía en una pista de baile. La música de ambiente embriagaba el lugar con su melodía relajante e instrumental.

El detective se sienta, dejando en el regazo de la silla el abrigo y la bufanda.

—Se me pasó la hora.

—Déjame adivinar… —La Mujer tamborilea su dedo índice en su sien—. ¿El trabajo? Se nota que no sale mucho, señor Holmes. A una mujer no se le puede dejar plantada, pero por ser tu primera vez te perdonaré.

Él sonríe, pero de forma un poco forzada, como si intentase en broma agradecerle tan amable gesto. La tensión que había entre ambos polos divertía de sobremanera a Irene, e iba a aprovechar el momento para divertirse. Llevaban mucho tiempo sin verse, y un inofensivo tira y afloja no estaría mal. <<Sé que arde en deseos de preguntarme si fui quien le proporcionó toda la ayuda que necesitó después del accidente. Necesito que hable>>.

Le ofrece una copa vino, la cual él acepta y la agita un poco con cierto recelo. No ha venido obligado, lo ha hecho porque ha querido, pero parece demasiado distante. Conociendo el pasado que ambos tuvieron, no es de extrañar que intente estar a la defensiva.

—No soy su enemiga, señor Holmes. Pareces tenso, y no te he dado la copa sólo para que la agites y mires su contenido, Sherlock.

— ¿Tenso? —se aclara un poco la voz y sonríe de medio lado—. Gracias por preocuparte, pero no lo estoy. ¿Cómo estás tú? —termina por llevarse la copa a los labios, saboreando el vino tinto.

—Durante un tiempo me convertí en una fiel servidora que velaba por la seguridad de los más necesitados. Fui bastante… caritativa, aunque acabé aburriéndome —le mira, sugestiva—. Te noto cansado, Sherlock. ¿Acaso el gran detective asesor está a merced de su envoltura mortal? —frunce los labios—. Es una pena.

Él sonríe, y mirándola fijamente vuelve a beber. Para Sherlock, Irene seguía siendo un misterio. También debía tener en cuenta que había pasado mucho tiempo. Lo único que tenía claro es que no había perdido su buena costumbre de lanzar ingeniosas indirectas y palabras afiladas como cuchillos.

—Todavía me estoy desperezando del mundo bullicioso y en constante movimiento de Estados Unidos. Era difícil pensar con tanta gente gritando.

— Ajá —Irene mira su copa y hace girar su oscuro contenido con pequeños movimientos circulares de muñeca—. ¿Y qué opina de todo esto el doctor? Seguro que muy contento no se puso cuando te vio, y habrá cosas de las que no habréis querido hablar. ¿Le has dicho que has venido a cenar conmigo? —se recuesta sobre la mesa despacio, sensual, mientras bebe de su copa.

—John no opina. Prefiere no decir nada por lo menos por ahora. No sé cuánto aguantará guardándose todo lo que no quiere decirme. Espero que estalle pronto, porque cuanto más tiempo pase, más difícil será la situación —endurece la mirada y bebe de nuevo—. Y con respecto a tu segunda pregunta, no, no sabe que he salido. Estaba fuera.

—Oh, qué lástima. Por un momento me he imaginado su cara de indignación al saber que su gran amigo Sherlock está cenando con Irene Adler.

Puede que fuese por el vino, por la tensión del momento o por ella, pero Irene nota a Sherlock acalorado.

—Ya que estamos aquí, ¿quieres cenar algo? No permito un no por respuesta. Me lo debes después de llegar tarde y de hacerme esperar —le extiende la carta.

The Man Who Can [Sherlock BBC Fanfiction] (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora