-Genial- musitó mi madre entre dientes cuando Marcie y yo la esperábamos listas en el asiento trasero de la limusina.
Era más que obvio que Marcie no era la preferida de mis padres, al menos de mamá. Siempre dijeron que se vestía vulgarmente y no era decente su forma de hablar o de referirse a las personas.
Pero yo era adulta y elegía mis propias amistades así que su opinión me valía un comino.
Luego de un cuarto de hora, la limusina se detuvo frente a un gigantesco hotel iluminado con reflectores en suaves tonos violeta.
Tomé del chofer mientras bajaba y le sonreí en agradecimiento. Con tacones de diez centímetros no era nada fácil salir de allí.
Una vez que Marcie estuvo a mi lado, arqueó una ceja.
Su clase social era entre media y alta, pero aun así no estaba acostumbrada a tal elegancia. Al igual que yo, creo que jamás terminaría de acostumbrarme a ello.
Entramos a la recepción del hotel y una señora de unos cuarenta años de edad, y un vestido largo hasta el suelo nos guío a través de un pasillo hasta el salón principal.
«Quizá debería haberme quedado en casa. Ahora tendré que fingir que me divierto.»
Aunque quizás la presencia de Marcie allí me ayudaría un poco.
-¿Qué perfume te has puesto?- preguntó mi amiga en voz baja cuando nos sentamos en nuestra mesa asignada- hueles muy bien.
-No lo recuerdo- cuchicheé.
El baile transcurrió con torturante lentitud. Ancianos por doquier. Aburrido.
Los únicos jóvenes que había eran toda una manga de estirados niños de papi.
-Estás preciosa- se escuchó a nuestras espaldas.
Un rubio con buen corte, y un esmoquin negro observaba a Marcie. Ese rostro familiar… ¿Niall?
-¿Qué haces aquí?- preguntó ella sorprendida y con una sonrisa que comenzaba a dibujarse sobre sus labios.
-La familia que organiza ésta fiesta es amiga de la mía. Mis padres creen que debo estar aquí para conocer a médicos importantes con las que podría tener la oportunidad de trabajar- explicó él acercándose a ella.
Marcie se puso de pie y me guiñó un ojo.
-Vamos por champán, ¿sí?
Asentí con una sonrisa discreta. Sí claro, champán…
Mamá observó a Marcie con desapruebo.
-Esa chica definitivamente es una…
-Cállate mamá- la interrumpí con suma tranquilidad. – Ella es mi amiga y tiene la edad para hacer lo que quiera.
Ella refunfuñó y mi padre ahogó una risita.
Desde la mesa observaba como Marcie y Niall bailaban con la música de jazz de fondo.
Marcie… ella siempre dispuesta a todo.
Era una gran amiga. Pero temía que rompieran su corazón de nuevo. Niall parecía un hombre agradable, pero no me confiaría.
Stephanie, una de las hijas de una familia amiga, se acercó a nuestra mesa y saludó con cortesía a mis padres.
Una morena, de piel tan blanca como la leche y ojos profundamente azules. Encantadora al ojo crítico, una zorra de primera para pocas personas que realmente la conocían.
-¿Qué tal, __________?- preguntó mientras se sentaba a mi lado.
« ¿Cómo me deshago de ti?»
-Bien.
Silencio incómodo…
-Estás tan comunicativa hoy- dijo sarcásticamente mientras enrollaba un mechón de cabello en su dedo índice.
-Y tú tan bonita- repliqué en su mismo tono. Ella se hizo la ofendida.
-Nunca hemos sido amigas, pero al menos trátame con respeto. Siempre he sido amable contigo.
Supuse que tenía razón, pero no estaba de humor para tratarla con “respeto”.
-Lo siento- dije secamente haciendo un acopio de paciencia. Ella arqueó una ceja. –Y dime, ¿cómo te ha ido en el verano?
Stephanie sonrió y comenzó a contarme acerca de sus vacaciones no se dónde mierda, mientras yo observaba la pista de baile sin molestarme en fingir interés.
-Oye, Liejett. ¿Conoces a ese tipo?- preguntó la morena haciéndome una seña con la cabeza.
Di media vuelta pero no vi a nadie. –Se ha ido- se quejó. –No dejaba de mirarte.
Asentí entrecerrando los ojos.
-¿Cómo era?
-Pues… -se quedó pensativa. –No alcancé a ver mucho pero era alto y de espalda ancha.
-Puede ser cualquiera- suspiré y desvíe la mirada.
-Y tenía rizos.
Oh no…
*VOTEN*