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Kuroo;
-Es un placer conocerlos, señor y señora ______.—El pelinegro estrechó la mano del mayor y besó el dorso de su esposa.
-El gusto es mío, querido.—Rió apenada por el acto anterior.
El resto de la cena tu papá no estaba de muy buen humor que digamos. Era buen chico, sí, pero no le gustaba el hecho de que tuviera a su hija y a su esposa —de cierto modo— tan hipnotizadas.
-Papi, ¿me pasas la sal?—Pediste amablemente.
Gustoso, tomó el pequeño salero y te lo tendió.
(...)
Era de noche y tus padres ya se habían ido a su casa, ya que tú te quedaste en casa de tu novia a dormir.
-Estuve a punto de tomar el salero y pasártelo.—Secó el sudor de su frente. -Para la otra especifíca a que 'papi' le hablas.
-¡KUROO!
Kenma;
-No hablas mucho, ¿verdad, cielo?
El cabeza de pudín solo negó con la cabeza a la vez que despegaba la vista.
-Lo siento.—Susurró.
-No te preocupes, no pareces ser mal chico, por favor, cuida de mi hija.
-Lo prometo... será mi princesa que nunca será lastimada ni apartada de mí.—Sus mejillas adaptaron un tono carmesí.
-¿De qué hablaban?—Llegaste a la sala.
-De como nacen los bebés.—Mintió tu madre. -¿Tú ya lo sabes o quieres que te lo explique?
-¡No, no, no!—Agitaste tus manos. -Mejor vamos a comer.—Caminaste hasta el comedor, sin darte cuenta de las miradas de cómplices que se mandaban tu mamá y tu novio.
Lev;
-¡Hola!—Agitó energéticamente su mano derecha. -¡Soy Haiba Lev!
-Mamá, papá, ¡él es mi novio!—Sonreíste y le abrazaste por la cadera.
Tu padre sonrió de lado, le agradaba que fuese alto, así podría proteger a su 'linda princesa'.
Mientras que tu madre te miraba piadosamente a la vez que pensaba:
¿Cómo le va a entrar?
-¿Mamá?—Tronaste los dedos. -¿Qué pasa?
-N-Nada... es un gusto, Lev.
Yaku;
-No dirán nada sobre tu estatura, te lo aseguro.—Dijiste confiada. -O eso espero, papá...—Pensaste.
-Gracias.—Depositó un suave beso en tu frente.
A los minutos tus progenitores llegaron, bueno, solo uno.
-¡Mamá!—Le saludaste con una sonrisa. -¿Y papá?
-Tuvo una reunión a último momento, lo siento.—Suspiró con tristeza.
-No es para tanto, ¡entra!—Te hiciste a un lado y la dejaste pasar.
-Es un placer señor-.—Paró su presentación en seco.
¡Adiós inseguridad por la maldita estatura!
Tu mamá era de una altura menor a él, y eso le tranquilizaba de verdad.
-Disculpe.—Carraspeó su garganta. -Es un placer, señora ______.—Sonrió.
Yamamoto;
-¡Epaaaaaaaaa!—Gritó apenas entrar a la casa. -¡Sueg-
