8: Soy como soy

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Llegó la hora del baile de clausura. Todos estaban sentados en elegantes mesas, en el patio central, con toldos de los colores del colegio. El lugar estaba decorado de forma ostentosa, Eliot no comprendía esa necesidad de despilfarrar dinero. Estaba en una mesa junto con el director, Gabriel, el padre de Gabriel dueño del colegio, el sub director y asistentes.

—Papá, no lo soporto —renegaba el rubio, casi en susurro—, ¡él está sentado en un lugar más importante que el mío!

—Lo sé, hijo. Pero recuerda que él sacó el primer puesto y tú el segundo.

—¡¿No me lo recuerdes, quieres?! ¡Estoy furioso!

El director se tomó la palabra.

—Un brindis por nuestros mejores alumnos.

Eliot se sentía raro de estar ahí pero satisfecho del porqué,  aunque también deseaba estar con sus amigos, después de la cena iba a ir con ellos.

—Eliot está con la gente importante —comentaba Ditmar—, ahora yo también me siento importante, JA, como ando con él, las chicas se me acercan más...

—¡Y buenazo te crees! —le cortó María con tosquedad.

—Gracias por tu apoyo, amiga —le respondió con sarcasmo.

Gabriel se puso de pie y se fue, su padre lo siguió.

—No soporto esto —renegaba—, me siento avergonzado, ¡me fallé a mí mismo!

—¡Gabriel! —lo silenció su padre. El rubio se asustó un poco con el grito—. Deja de ser caprichoso, ¡¿quieres?! ¡Ahora me estás avergonzando a mí!

—Perdón padre —respondió indignado.

—Eliot parece un buen chico, ¿por qué no se han hecho amigos?

Su hijo lo miró furioso.

—¡Eso no pasará!

Ambos regresaron al salón del baile, ya habían servido la cena. Luego de que comieron, los profesores, el director y sus asistentes, se retiraron a un salón privado y dejaron a los chicos.

Empezó el baile.

Gabriel se fue con sus amigos. Jadi había ido con un hermoso vestido rojo coral, estaba sentada cerca de la mesa de Gabriel pero él estaba tan enojado con todo que ni siquiera la había notado.

Así que se encontraba sola. En su corazón tenía la esperanza de que el rubio se le iba a acercar aunque fuera a hablar un poco, pero nada. Miraba fijamente el mantel de la mesa, decepcionada.

Eliot fue a la mesa donde estaban sus amigos.

—¿Y qué tal la cena con los señores esos? —preguntó Ditmar.

—Bien... pero hubiera preferido estar con ustedes.

—Ay, qué modesto —se burló María.

Eliot rió. Se sentó e inmediatamente Ditmar lo jaló y le habló al oído.

—¿Ya viste que tu chica esta hermosa sólo para ti? —murmuró.

—Oye, seguro Gabriel va a estar con ella, y claro que lo noté.

—Como tú digas. Pero yo te digo que un baile no le hace daño a nadie, galán, así que piénsalo.

—No, no sé bailar. Sólo algo creo, pero sigue siendo nada, no me gusta mucho... Dime aburrido si gustas, ya me acostumbré.

—Um... —Se alejó resignado el pelinegro y se puso a reclamar—. ¡Uch! ¡¿Por qué ponen salsas?! Deberían poner rock ¡¿sí o no?!

Eliot sonrió.

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